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Bolivia, 11 años de reconstrucción

El presidente prefiere que lo llamen hermano Evo, pues no viene de las cúpulas

Que nunca más haya niños con las carencias que enfrenté en la infancia
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En Villazón, el presidente Evo Morales, bañado en confeti, con un casco de la empresa petrolera boliviana y un collar de pequeñas tazas de barro colgando del cuello, habló sobre las elecciones en EUFoto Presidencia de Bolivia
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Periódico La Jornada
Lunes 14 de noviembre de 2016, p. 4

Bolivia.

El sol cae a plomo sobre la multitud reunida en el municipio fronterizo de Villazón, pero nadie se mueve. La primera fila del auditorio está ocupada por los afiliados a la Asociación de Minoristas de Hoja de Coca. El presidente Evo Morales, bañado en confeti, con un casco de YPFB, la empresa petrolera boliviana, y un collar de pequeñas tazas de barro colgando del cuello, habla sobre las elecciones en Estados Unidos y de cómo allí no gobierna el pueblo, sino los banqueros y los empresarios. Y, al aludir al próximo mandatario de ese país, pregunta a los asistentes en plan burlón: “Este caudillo trumposo ¿cómo se llama?, es que no me acuerdo ¿Trump? ¡Ah, sí!, Trump...” Y ellos responden con risas y aplausos.

Villazón, en el departamento andino de Potosí, es la penúltima estación de una gira presidencial que comenzó a las 5 de la mañana en Cochabamba. El presidente llega aquí en helicóptero, procedente de Uyuni, a 530 kilómetros de distancia. Hace muchos años, el niño Evo pasó en este pueblo ferrocarrilero tres noches con hambre, acompañando a su papá camino a la zafra en Argentina. Hoy entrega una Estación Satelital de Regasificación y 5 mil 695 conexiones domiciliarias de gas licuado.

El día había comenzado a 824 kilómetros de allí, con una reunión de más de una hora con integrantes de la Federación de Cooperativas Mineras de Cochabamba. Fue un encuentro delicado con final feliz, después de las violentas movilizaciones y enfrentamientos en agosto pasado entre los cooperativistas y la policía, que dejaron seis muertos, incluido el viceministro Rodolfo Illanes. Así lo informó el dirigente minero Práxides Castellón, quienes, a nombre de los mineros ratificó el apoyo al proceso de cambio y a nuestro hermano presidente Evo Morales.

De Cochabamba el mandatario viajó 524 kilómetros al municipio mayoritariamente indígena de Uyuni. Al llegar al aeropuerto, una delegación militar le rinde honores. Evo, antiguo soldado que descubrió la ropa de cama hasta que llegó al cuartel, saluda de mano a cada uno de los oficiales presentes.

Al llegar al auditorio donde se celebrará la siguiente ceremonia, las autoridades locales lo desvían para ofrecerle un desayuno. Nada más entrar a una oficina, convertida para la ocasión en comedor, una mujer visiblemente emocionada lo saluda llamándolo señor presidente. El mandatario la reprende cariñosamente: yo no soy señor, no vengo de los señoríos ni de las cúpulas. La mujer rectifica entonces y, mientras sonríe, le dice hermano Evo.

Además del presidente y su ministra de Medio Ambiente y Agua, Alexandra Moreira, se sientan a la mesa otras ocho personas, varios de ellos alcaldes. El menú consiste en una especie de hotcakes de quinoa con fruta, atole de la misma planta y enormes vasos de jugo de naranja.

Evo está a gusto. No hay protocolo. La conversación fluye con facilidad. Es una charla entre iguales. Casi no se charla de política. Menos aún de negocios. Se cuentan historias de vida y de trabajo, de padres y abuelos, de llamas, borregos, zorros, cóndores, avestruces y chinchillas.

El presidente narra lo que le sucedió una noche en Sailapata, cuando unos pequeños tigres asustaron a sus llamas. Su perro Trébol quería irse detrás de ellas y él no lo dejó. A la mañana siguiente salió a buscarlas y las encontró desparramadas. Pero faltaba una. La halló muerta en un barranco. Un zorro, hinchado de comer, la estaba devorando. Evo le lanzó piedras y pensó que Trébol se cobraría la venganza. Pero en lugar de eso, el can se lanzó a comerse la llama muerta. Mi perro me traicionó, sentencia el mandatario entre las risas de sus compañeros. Sin orden alguno y sin nadie que otorgue la palabra, otros comensales cuentan entonces sus historias como pastores o campesinos. Evo es uno de ellos.

Aunque no son buenos tiempos para la selección nacional de Bolivia, también se platica de futbol. El presidente, apasionado de ese juego y antiguo secretario de deportes del sindicato cocalero, cuenta cómo de joven atrapó una chinchilla para poder pagar los uniformes de su equipo. Hombre de izquierda que en la cancha dispara con la derecha fuertes cañonazos, está fuera de la jugada deportiva desde mediados de junio, cuando sufrió la rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla. No importa. En el desayuno rememora sus años en la cancha. Si hubiera tenido director técnico habría sido jugador profesional, no presidente, dice provocadoramente. Una vez más, la mesa se ríe.

Al terminar el desayuno comienza el acto formal de Uyuni. La población ovaciona a su presidente y le obsequia un sombrero y otras prendas típicas que él de inmediato se pone encima. Además de rendir homenaje a los 206 años de independencia, el mandatario anuncia la ejecución de proyectos de agua potable y saneamiento básico en el departamento de Potosí, con una inversión mayor a los 95 millones de bolivianos, casi 14 millones de dólares.

En su discurso cuenta que, siendo niño y cuidando llamas, debía beber agua junto a los animales. Para hacerlo utilizaba una especie de popote para evitar tragarse los bichos. El proyecto que hoy inaugura –explica– busca que los niños no sufran lo que él y muchos otros como él padecieron. Que nunca más haya el niño Evo Morales, dice.

Así son las jornadas de Evo Morales como presidente. Se reúne desde las primeras horas de la madrugada con los que usualmente están lejos de poder: sindicatos, cooperativas, grupos campesinos. Los escucha, toma notas, resuelve. Inaugura una obra tras otra (escuelas, caminos, hospitales), en ceremonias en las que sus discursos son lecciones de historia viva del proceso del cambio.

La gira termina en Tarija, adonde llega en helicóptero, con una reunión y comida con la Asamblea Departamental. Fuera de programa, después de explicar que el ejército como institución no apoya a ningún partido político, el mayor a cargo de la brigada aérea platica del cariño que muchos militares le tienen a Evo. Ha apoyado a las fuerzas armadas, dice. Nos trata con respeto, sabe lo que necesitamos.

Cerca de las 4 de la tarde, de regreso a Cochabamba a bordo del Falcon 900 EX, le pregunto al presidente si su día ya terminó. Medio en broma, medio en serio me responde: como usted venía organizamos un día tranquilo. Y añade: debo hacer aún mis 3 mil abdominales que no pude hacer en la mañana. Y remata: ¿Quiere usted hacerlas?