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Ver día anteriorDomingo 13 de noviembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En el foso
F

rases, frases, frases, para el alivio y el refugio; hasta para el aliento. En esta hora del infortunio, del tiempo nublado y nubarrones para América y el mundo. También, y sobre todo, para rendir mínimo homenaje al inicio de esta página al sabio de sabios Rodolfo Stavenhagen, ejemplar pensador social comprometido con la causa, la justicia y el rigor.

Dijo Karl Polanyi, tan temprano como 1932: “Se ha abierto un foso entre la economía y la política. Éste es, en palabras secas, el diagnóstico de esta época (…) Una sociedad donde los sistemas políticos y económicos se combaten entre ellos está inevitablemente condenada al declive y el desmoronamiento (…) Muchas de las decepciones que restan crédito a la democracia tienen su origen en que el enfrentamiento del ser humano consigo mismo, en el terreno de la política y la economía, permanece oculto”. Y poco después Keynes postulaba: El mercado puede permanecer irracional más tiempo del que cualquiera puede permanecer solvente.

Apotegmas idos que regresan a nosotros gracias a la crisis y ante el panorama de esta nueva tragedia estadunidense que ni el gran Theodore Dreiser pudo haber imaginado. Vengan, pues, las remembranzas: Érase una vez en América, al son de Amapola; La conjura contra América del gran Philip Roth, y por qué no, Manhattan Transfer o El gran proyecto, del olvidado Dos Passos. Y sigue y va por más, porque si hay algo rico y profundo es la cultura estadunidense vuelta cine, novela, drama, música. Pero nada de esto y lo que gustemos agregar nos consuela.

Tampoco las grandes empresas de C. Wright Mills y sus élites del poder o de Christopher Lasch sobre sus revueltas; de Krugman o Stiglitz sobre el fin del sueño americano y sus descontentos con la globalización y tanta producción científica, económica y social, sicológica y siquiátrica, siempre literaria, como nos trajera la Gran Recesión.

Steinbeck y sus viñas de la ira palidecen ante los escenarios develados por los iracundos y vengadores de Trump que nos ponen ante el enorme lienzo de la furia y el sonido, el racismo profundo que la entrega pacifista de Obama no moduló, sino al parecer exacerbó; la avaricia y el frenesí de la especulación que los demócratas y su presidente no quisieron o no pudieron someter y regular.

Estados Unidos de América (USA, como la trilogía mayor de Dos Passos), reclama de nuevo, por más que les pese a Norman Mailer o a Jonathan Franzen, una Nueva Gran Novela Americana antes de que la tierra de los libres se hunda bajo su propia y enorme gravedad. O de que los demonios racistas y supremacistas desatados por Trump entren a saco.

Estamos en problemas y ocultarlos o banalizarlos sólo llevará a agravarlos. La sociedad alemana que contaba con 80 millones de habitantes, escribe la filósofa alemana Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén, se había defendido ella también contra la realidad y contra los hechos con los mismos medios: la autointoxicación, la mentira, la estupidez.

Por eso, tiene razón Jorge Castañeda: hay que tomar en serio a Trump, ya que no lo hicimos como candidato. Reconocer y reconocernos y no olvidar que de la desolación al desamparo no hay mayor distancia. De aquí que no haya sino que lamentar las primeras, lastimeras reacciones de la canciller o el secretario de Hacienda; o el coro iniciado por el secretario de Economía en torno a las ventajas del libre comercio o la conveniencia de ser ejemplares y aprobar el ATP antes que los gringos, que de todos modos probablemente no lo aprobarán.

Quedar bien con los mercados (¡¡nombres, nombres!! deberíamos reclamar); hacer política en sintonía con sus sentimientos y señales (¿desentrañados por quiénes?); esperar a los hechos antes que adelantarse a sus posibilidades (es decir, confiar en poder salir de sus escombros); en fin, renunciar a la política y en particular a la política económica, para ver si la economía hoy llamada mercados (¡¡nombres, nombres!!) nos arroja un mendrugo de esperanza: todo esto, sin duda, es adelantarse a hechos y posibilidades, si no es que aceptar la rendición incondicional ante las probabilidades. Si de intercambiar se trata, que venga la economía con sus reglas y durezas descarnadas, que de poner a buen recaudo a la política (democrática) nos encargamos nosotros. Tal parece ser la consigna oficial del día.

Si es el fin del imperio, ¿por qué no va a ser el de la colonia? Triste y lamentable colofón a una gestión desventurada. Sólo falta el solo del inefable Enrique Ochoa declarando clarividente al presidente. De la tragedia a la ópera bufa.