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No Sólo de Pan...

De luchas sin tregua...

E

l Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) y el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) tienen como misión oficial medir, año con año, las características de la población nacional y, entre ellas, las que sitúan a las personas por arriba o por debajo de la llamada línea de bienestar mínimo, sin mencionar su misión, más delicada, de justificar las acciones gubernamentales que habrían incidido en el progreso del bienestar de la población. Pero, cuando la terca realidad no se acomoda a ésta última perspectiva, los funcionarios deben cambiar los criterios de medición si quieren seguir empleados y esto desató una polémica nacional entre los expertos no asociados al gobierno, de un lado, y el Inegi y Coneval del otro, porque los cambios hechos por los dos últimos al Módulo de Condiciones Socioeconómicas para 2015 (MCS-2015) incluyen criterios no equiparables con los datos arrojados por los instrumentos usados en años anteriores. Por fortuna, estas dos instituciones han debido aceptar la propuesta de organizaciones civiles como Oxfam-México y de más de 150 analistas en el tema, incluidos representantes de las más importantes instituciones académicas y de investigación del país, para revisar el MCS entre todos y construir una metodología para medir el ingreso y la pobreza a más tardar para 2018 (La Jornada, 28/10/16, nota de Israel Rodríguez).

Aplaudimos este compromiso, pues, en lo que a nuestras preocupaciones se refiere, es fundamental tener datos reales sobre el efecto de los diversos programas de asistencia social de este sexenio en la ¿reducción? ¡ojalá! de personas con carencia alimentaria. Al respecto debe saberse que el MCS-2015 establece el siguiente orden de prioridades para medir la pobreza y la extrema pobreza: Ingreso corriente per cápita, Rezago educativo, Acceso a servicios de salud, Acceso a seguridad social, Calidad y espacios de la vivienda, Acceso a servicios básicos en la vivienda y Acceso a la alimentación, definiendo la pobreza en función de la carencia de al menos uno de estos satisfactores y un ingreso menor al costo de las necesidades básicas, con lo que una persona que no come sería simplemente pobre. Aunque si carece de tres o más de los índices de medición y su ingreso es menor al valor de la canasta alimentaria (¿las despensas que se distribuyen cada dos meses o en periodos prelectorales?) quedando por debajo de la Línea de Bienestar Mínimo Económico, ya caería en la categoría de pobreza extrema.

En otra colaboración decía yo, y lo sostengo ahora, que el primer criterio debía ser el acceso a la alimentación: punto; pues quien no come suficiente, nutritivo y de acuerdo con su cultura alimentaria es indiscutiblemente alguien en situación de pobreza desesperada. En cambio, los criterios usados para medir la carencia alimentaria consisten en una escala de seguridad alimentaria con cuatro posibles niveles de inseguridad alimentaria: severa, moderada, leve y en el extremo opuesto seguridad alimentaria. La situación de carencia estando situada entre los grados de inseguridad moderada o severa. ¿Cómo se miden estos, con base en qué preguntas y qué respuestas? ¡Ojalá el grupo técnico ampliado consiga formular un MCS más humano que técnico, poniéndose en el lugar de los otros y no enfrascados los integrantes en sus respectivas posiciones sociales!

Hace unos días, transitando en automóvil por el Eje Central, antes mejor conocido como avenida General Lázaro Cárdenas de la Ciudad de México, entre los vehículos humeantes y bajo un sol quemante, caminaba un hombre en su posible cuarentena, perfectamente rasurado y peinado, blanquito, con una impecable guayabera blanca y un saco y pantalones de casimir, viejos pero en buen estado y de buen corte, con torpeza y los ojos bajos ofrecía a los conductores y pasajeros, bloqueados durante el rojo de los semáforos, mazapanes con marca de flor y cigarrillos por unidad. Mi sorpresa me impidió comprarle algo (aunque esté a dieta y no fume). Cuando arranqué me llevé su imagen confundida con las de otros como él, profesionales y universitarios que, durante la dictadura de Pinochet en Chile, hacían lo mismo entre los pasajeros de autobuses para sobrevivir al infame desempleo.