Opinión
Ver día anteriorMiércoles 12 de octubre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Régimen endeble
L

a consistente caída de los rendimientos del capital durante varias décadas pasadas llevó, al seno de los poderes constituidos a escala global, a emprender una fiera batalla contra los trabajadores. El pleito se concentró también en las organizaciones sindicales, el estado de bienestar y un listado de ingredientes adicionales que irradiaran tufos populistas. Y en esa contienda han entrado, queriéndolo o no, todos los pueblos y élites del mundo. Unas han sido más aventuradas que otras y en esa pendencia llevan atados sus premios y castigos. Otras, carentes de la inteligencia instalada en sus cuerpos directivos, simplemente han navegado sin poder definir rumbo propio y dan tumbos de triste adaptación. Atinar, con base en rigurosos análisis y circunstancias sobre las alternativas asequibles para diseñar el camino propio no es un juego que se pueda dejar al azar. Es necesario, indispensable, podría decirse, allegarse los mayores o mejores elementos de juicio para no dar palos de ciego y flotar sin consistencia en tan complicada aventura del presente.

Recobrar el rendimiento deseado por el capital ha tenido como consecuencia el acelerado deterioro de la calidad de vida de los distintos conglomerados del orbe. Entre aquellos afectados se cuentan los pueblos de las mismas naciones desarrolladas. De ahí las resonantes rebeliones de españoles, griegos, ingleses o estadunidenses. Movimientos de protesta radical que a no pocos preocupan. Esto ha llevado al mismo M. Draghi, duro jefe del Banco Central Europeo, a recomendar, deshojando anatemas, incrementos salariales emergentes. Poco habría que añadir respecto de los habitantes de países llamados periféricos donde se han creado enormes bolsones de insultante pobreza. México, en especial, ha sido uno donde el castigo a sus trabadores ha sido inclemente, inhumano, se debe decir. La transferencia de recursos del trabajo al capital durante los 40 años recientes ha sido una despiadada experiencia. En Europa, donde el reparto entre esos factores llegó, con posterioridad a la Segunda Guerra, a repartir 60 o 70 y hasta 80 por ciento en algunos casos para el trabajo, ahora se llega a una igualdad promedio de 50 por ciento. Una pérdida de 10, 20 o 30 por ciento, según el país implicado. Esto habla de cientos de miles de millones de euros anuales que pasan de manos de muchos a otras de muy pocos. En Estados Unidos (EU) el fenómeno es más patético todavía porque su reparto ha sido, en la historia, menos igualitario que el de Europa. En México se tiene, en la actualidad, el reverso de la medalla, pues 80 por ciento va al capital y sólo 20 por ciento al trabajo. Hace pocos años se había logrado alcanzar un reparto que rozaba 40 por ciento al trabajo. Pero las draconianas condiciones impuestas por el modelo depredador del salario y los ingresos de la gente común son la causa directa de tan lastimosa desigualdad imperante. Y este es el problema clave hoy. Otros paradigmas, como la seguridad, libertad o la lucha contra la corrupción, sin dejar su primacía, deben compaginarse con el ideal dentro de sociedades igualitarias.

El salario en México ha llegado a niveles de deterioro insostenibles. La promoción oficial para atraer capital se finca, con descaro y falta de pudor, precisamente en tan deplorable circunstancia. La Secretaría del Trabajo y organismos dependientes –en especial la comisión de los salarios mínimos– trabajan arduamente para hacer de esos mínimos una medida exacta de la miseria imperante. El salario mínimo de México es el más bajo de América Latina junto con el de Haití. Con sólo certificar tal ignominia debería causar escozor colectivo y un rechazo indignado. La celebrada industria automotriz, en el caso mexicano, es un ejemplo extremo de la desigualdad auspiciada. Sólo 5 por ciento de sus masivos ingresos van al costo del trabajo. Es por ello y no por otra característica que tantas armadoras se han instalado aquí. Nada de transferir tecnología o propiciar integración con las cadenas dependientes. Se trata de la explotación de una fuerza laboral en condiciones de esclavitud.

El actual gobierno, tal como lo hicieron los anteriores de PAN y PRI en los 40 años recientes, ha flotado sobre una base de inhumana calidad. Todo propicia y sostiene al modelo depredador que contiene ingresos de las mayorías al tiempo que empuja, de manera cotidiana y por todos los medios, hacia la concentración del ingreso y la riqueza. Una de las consecuencias de tan rapaz sistema se advierte en la degradación de las élites. Las públicas atendiendo con desvergüenza creciente, sus privilegios salariales y el contratismo de cuates y cómplices. Las élites privadas construyendo feudos de lujurioso dispendio, resguardados por blindajes y dictando órdenes inapelables a diestra y siniestra. Es por ello que en el reciente enfrentamiento entre los maestros de la CNTE y el gobierno con motivo de la triste reforma educativa se llegó al límite de una rebelión ya instalada en la base de la pirámide. El temor al abismo fue mayúsculo y obligó a la contención de la ruta represiva ya en marcha. Sin embargo, ese reducido núcleo social, de irresponsable tesitura autoritaria, que es creciente en el México actual, sigue pujando por ensanchar sus privilegios a costa de cualquier daño que pueda ocasionar.