Opinión
Ver día anteriorJueves 22 de septiembre de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Piel de gallina
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e me pone la piel de gallina sólo de leer los resultados de las encuestas a propósito de las preferencias electorales en Estados Unidos. El triunfo del candidato republicano, Donald Trump, ha dejado de ser una posibilidad y se ha convertido en una probabilidad, en uno de esos gatos negros que se atraviesan a las democracias cuando menos se lo esperan, como el crash financiero de 1929, el incendio del Reichstag en 1933 o la designación de Henry Kissinger como miembro del Consejo Nacional de Seguridad en 1969. Según la Encuesta Reuters-Ipsos del 15 al 19 de septiembre, los candidatos Clinton y Trump están empatados en 39 por ciento del voto. Si acaso hay un margen de diferencia entre ellos, es pequeñísimo e inestable y puede desvanecerse en cualquier momento, y pejudicar –o favorecer– a cualquiera de los dos.

Vemos venir a ese gato negro que trae todo tipo de infortunios y desastres. Nos pone la piel de gallina, pero nada podemos hacer para detenerlo. Los estadunidenses más progresistas, y también los menos liberales pero razonables, se miran unos a otros aterrados y no quieren ni hablar del tema. Los no estadunidenses no podemos sino mirar desde lejos, porque meterse en las campañas electorales de otros nunca ha traído cosas buenas. ¿Quién nos dice que en dos años Trump en la Casa Blanca no va a querer hacer con los candidatos presidenciales mexicanos lo que Enrique Peña Nieto hizo con él? ¿Quién nos dice que no va a invitarlos a tomar un café para decirles lo que podrán o no hacer? Entonces no tendremos argumentos para impedir que eso ocurra. ¿Acaso el Presidente mexicano no quiso intervenir en la elección de noviembre en Estados Unidos?

Hace todavía unos cuantos meses, mentes muy ilustradas afirmaban de manera contundente que la victoria de Hillary Clinton era un hecho, que Donald Trump no podía ganar, simplemente era impensable. Su argumento más definitivo era de orden estadístico: así lo indicaban las regresiones que habían corrido y las tendencias, los resultados de elecciones anteriores que habían coleccionado. Números y porcentajes no podían equivocarse: los demócratas tenían asegurados los votos de los estados de la costa este de Estados Unidos, y con un simple gesto Hillary obtendría el apoyo de los superdelegados y llegaría a la mayoría como en mantequilla, pero la política es el reino del accidente y de la contingencia. Ahora el triunfo de Clinton está en veremos.

Mientras tanto, el equipo de Trump se prepara para mudarse a la Casa Blanca. Según David Osnos, del New Yorker, está planeado el primer día de la presidencia Trump. El equipo discute la integración del gabinete, diseña las decisiones de gobierno con las que va a inaugurar la nueva era; se reúne con funcionarios del Departamento de Defensa, del Departamento de Estado y de Seguridad Interna que lo pone al corriente de la agenda, los recursos, los problemas de estas dependencias. Se me pone la piel de gallina. Ya dijo Trump que lo primero será firmar órdenes ejecutivas (instrumentos de gobierno similares a nuestros decretos presidenciales) para desfacer muchas de las decisiones de Barack Obama; por ejemplo, el Acuerdo de París sobre el efecto invernadero, o los arreglos comerciales con China.

Entre las muchas promesas del candidato Trump, se refieren a México dos que probablemente intentará poner en práctica desde el primer día de su presidencia: la expulsión de los inmigrantes indocumentados y la construcción del muro en la frontera con México. Las dimensiones del problema de la internación ilegal en Estados Unidos son tales que las soluciones fáciles –y crueles– que propone Trump parecen imposibles. Expulsar a 11 millones de personas es una tarea titánica que difícilmente podría llevarse a cabo de la noche a la mañana, como ha prometido el candidato republicano. Nada más la organización de la logística de ese programa demanda una concentración gigantesca de recursos. Según la propuesta de Trump, la policía tendría que detener a diario 15 mil personas para alcanzar sus objetivos; luego, habría que preparar centros de detención, regresar a esas personas a México. ¿Cómo? ¿En coche, en camión, por avión o barco? ¿A pie?

Trump ha mencionado como antecedente de su programa la Operación Espaldas Mojadas de la primera administración de Eisenhower; lo que olvida o no sabe es que fue un fracaso, porque por un lado la Patrulla Fronteriza devolvía a los mexicanos a su país, pero por el otro regresaban a Estados Unidos.

En sus primeros días en la Casa Blanca, Trump tratará de cumplir la promesa de construir un muro de 12 metros de altura y muchos de profundidad (para evitar túneles) en la frontera con México. Por lo menos hará como que la construye, porque su costo es elevadísimo, y tampoco creemos que nosotros los mexicanos pagaremos. No tenemos con qué. Ha dicho que lo hará con las remesas de los connacionales que trabajan en Estados Unidos. Ya parece que se van a dejar. Lo primero que van a hacer es enviar el dinero a su familia en México por otros medios.

Pero lo que realmente me pone la piel de gallina es pensar que mucho de lo que este individuo nos ha dicho lo ha dicho porque México tiene una capacidad de respuesta muy limitada frente a provocaciones de ese tipo. Una capacidad que estará todavía más restringida por los problemas que la política migratoria de Trump, para llamarla de alguna manera, generaría en el país.

Las protestas, las movilizaciones, los motines de los devueltos no se harían esperar, a menos de que el gobierno de Enrique Peña Nieto estuviera preparado para acoger no a 11 millones que probablemente nunca llegarán, sino a los cientos y si acaso miles de indocumentados que Trump habrá de expulsar aunque sea con fines de propaganda. Me pone la piel de gallina pensar que la única solución que se le ocurrió al Presidente mexicano para enfrentar la situación de emergencia que puede surgir si Trump llega al poder fue invitarlo a platicar con él y decirle que no fuera tan mala onda con los indocumentados. Nada más imaginar la entrevista, el careo, el contraste de actitudes, me pone la piel de gallina.