Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Membrete

U

n cuarto de siglo después de fundada, la Comunidad de Estados Independientes (CEI) –ocurrente nombre de lo que sus creadores presentaron como mecanismo de integración que, respetando la soberanía de sus miembros y, toda proporción guardada, a imagen y semejanza de la Unión Europea, pudiera llenar el vacío que dejó la Unión Soviética– no es sino un membrete más.

De hecho, se mantiene únicamente para que su principal promotor, Rusia, no tenga que certificar el fracaso de no haber sabido aprovechar las oportunidades que ahora parecen ya perdidas sin remedio, cuando el panorama en el espacio postsoviético no podía ser más adverso a cualquier intento integrador bajo su liderazgo.

De las 15 repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética, descontadas las tres bálticas –las últimas incorporadas por el vergonzoso pacto entre Stalin y Hitler y las primeras, tras el colapso, en desligarse y sumarse a la Unión Europea y la OTAN–, sólo una más, Georgia, formalizó su salida de la CEI, aunque las 11 restantes distan de ser un modelo de convivencia.

Al borde de la guerra se encuentran Armenia y Azerbaiyán por la disputa territorial del enclave de Nagorno-Karabaj, Ucrania está en estado de guerra virtual con Rusia tras la pérdida de Crimea y el conflicto armado en el este de ese país, Uzbekistán y Kirguistán mantienen diferencias económicas irreconciliables, Kirguistán y Tayikistán se disputan los ríos de la región y el mercado de la energía eléctrica, Moldavia tiene un pie en Rumania y el otro los separatistas del Transdniéster lo jalan hacia Rusia, por sólo enumerar las controversias más obvias.

No es de extrañar, por tanto, que a la ceremonia solemne para conmemorar el 25 aniversario de la CEI, que esta semana tuvo lugar en Bishkek, capital de Kirguistán que ejerce la presencia rotatoria, hayan asistido sólo seis jefes de Estado, además del anfitrión: los presidentes de Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Kazajstán, Rusia y Tayikistán.

Los cuatro restantes no consideraron necesario enviar a la cumbre a sus jefes de Estado. En orden de importancia decreciente, Moldavia estuvo representada por su primer ministro, Turkmenia por un viceprimer ministro, Uzbekistán por su ministro de Relaciones Exteriores y Ucrania por su embajador en el país sede de la magna reunión.

No sería justo afirmar que, en cinco lustros, los funcionarios de la CEI sólo han generado declaraciones, técnicamente impecables, que no sirven para nada. Su extensa producción de documentos incluye, por ejemplo, una zona de libre comercio que, en teoría, reúne todas la premisas para estimular los intercambios económicos y comerciales entre los países miembros. Lo malo es que se convierte en papel mojado cuando priman las consideraciones políticas del más fuerte.

Mientras esto no cambie –y resulta difícil encontrar la fórmula para conciliar los intereses de regímenes tan dispares y muchas veces enfrentados entre sí a muerte– la CEI seguirá existiendo únicamente por inercia.