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El misterio de la música de Miles
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Periódico La Jornada
Sábado 17 de septiembre de 2016, p. a16

En los estantes de novedades discográficas esplende una joya triple.

The Hidden World of Miles Davis (Jazz Classics) revela en sus tres capítulos lo recóndito, lo escondido (según el título del álbum) y lo habitual de Miles: el sonido inconfundible, esa impronta que representa el brillo, el tremar, el canto misterioso de la noche.

Cuando suena su trompeta el mundo se aquieta, se detiene el frenesí, experimentamos de inmediato el embrujo en ese sonar dorado como alarido de valquiria, ese incendio, flecha, locomotora lánguida y nocturna.

Estos tres discos trazan trayectoria trémula. El tomo primero engarza sus orígenes con sus influencias. El contexto y el texto, es decir: la música que lo formó, la que sonó a su alrededor y la que hizo con aquellos protagonistas de una era anterior.

Singin’ the blues, de Bobby Hackett, el primer corte del disco uno, muestra completo el panorama: música de salón de baile, bruma y duela, glamur y una manera de sonar contra la cual se manifestaría más adelante el entonces mozalbete.

El track tercero era el derrotero a derrotar: el sonido Satchmo, emblematizado en St. Louis Blues. El peor error que puedes cometer, dijo a Miles su maestro de trompeta, Elwood Buchanan, sería tocar como Satchmo.

Todo el manierismo, los usos y costumbres, el aparatoso jolgorio que representaba el pañuelo blanco, el sudor en el rostro acerino, el cantar de rocas arrastradas por el río, la sonrisa blanca y el swing oscuro de Louis Armstrong, significaba para Miles el establishment, el status quo, el enemigo a vencer.

Él venía con todo y con un todo diferente. Tenía 13 años de edad cuando Buchanan lo instruyó en lo correcto: tocar relajado y sin vibrato, esto es: hacer todo lo contrario que todos los demás.

Tal es su sello, de ese tamaño la impronta. El sonido Miles, relajado y sin vibrato, cambió la historia.

Y con tal estrategia técnica logró prodigios como, por ejemplo, hacer volar en astillas el concepto tiempo, la noción de espacio y ponernos a todos a flotar. Mientras el resto de los músicos necesitan anunciar, marcar el momento preciso en que se inicia su sonido y lo definen con claridad cansina, el tono de Miles empieza en un momento que –define Joachim E. Berendt– no se puede asir; parece venir de la nada y termina sin que se sepa cuándo, para desvanecerse, por decirlo así, otra vez en la nada.

Recordemos ahora una pieza clásica de Miles: All blues. Gracias a su proceder técnico, que aparenta sencillez pero es en realidad una complicada obra de arte, resulta una marea de sonido hipnótica, un coro de sirenas. Un devenir.

Y es por eso también que cuando suena la música de Miles uno sonríe. Smiles.

Este mismo disco uno del álbum triple engarza inmensidades: My blue heaven, que representa los inicios de Miles, en compañía del maestro Coleman Hawkins; Deep sea blues, esa pieza de encantamiento, ese blues nacido de la entraña del alma de Herbie Fields, a quien la voz se le quiebra porque él así lo permite en su incendiada verosimilitud; y Between the devil and the deep blue sea, para dar la vuelta de tuerca con otro loco alucinado igual que Miles: Charlie Parker, quien revuelca la pulcritud que en otros representa la pieza All the things you are, para convertirla en laberinto, vendaval, hoguera.

El disco dos comienza con otro ayuntamiento fantástico: Miles se arrejunta con Charles Mingus, ese minotauro, para hacer pedazos la cursilería que suelen imprimir los otros en Easy living, balada nada baladí. Y el mundo gana en quietud.

El track dos del disco dos es un banquete clásico: Take five, de Dave Brubeck/Paul Desmond, con su compás quebrado y la revolución sonora por delante. La delicia sigue: el track 3 está a cargo de Juliette Gréco: Si tu t’imagines y de la nouveau chanson française pasamos a otra asociación delictuosa: esta vez Miles con Sonny Rollins en No lines. Y también están los quintetos que formó el jefe Miles y otros emblemas como My funny Valentine.

El tercer tomo ya es materia cósmica. La etapa culminante de Miles. El prodigio que resulta de tocar relajado y sin vibrato.

Y es así que suena la música de Miles y uno sonríe.

Miles. Smiles.
El placer.
La lujuria.