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García Lorca y La destrucción de Sodoma
N

unca sabremos lo que pensó Federico García Lorca aquel 16 de agosto de 1936, cuando fue detenido por la Guardia Civil. Tampoco lo que dijeron sus captores para justificar su detención.

El poeta sabía que su Romance a la Guardia Civil Española, publicado en 1928, había incomodado a ese grupo de matones y que La canción del gitano apaleado, publicado cinco años atrás en Poema del cante jondo, también.

¿Se habría arrepentido por haber fijado en versos aquella masacre nocturna de la Guardia Civil en Jerez de la Frontera? ¿Se habría arrepentido de cantarnos que en la fiesta del pueblo irrumpieron con caballos y avanzaban sembrando hogueras? No creo; si se hubiera arrepentido habría hecho a un lado esos versos que retratan para siempre a Rosa la de los Camborois que gime sentada en su puerta/ con sus dos pechos cortados/ puestos en una bandeja.

Federico García Lorca fue asesinado quizá la misma noche en que fue detenido en el camino entre Víznar y Alfacar.

Varios pudieron ser los motivos de su ejecución. Uno de ellos, el grito de muera la inteligencia, que ya es un clásico de la derecha, formó parte de ese clima de odio que favoreció el asesinato de 4 mil intelectuales según Phillip Ward, especialista en la Guerra Civil Española de la Universidad de Oxford.

Otros motivos pudieron ser: sus poemas referidos; la obra de teatro La casa de Bernarda Alba, por la que el terrateniente antirrepublicano Horacio Roldán se sintió ofendido, y también su inocultable preferencia sexual en una Granada pacata y provinciana. Los climas de odio cuentan, y mucho, a la hora de las ejecuciones.

En una entrevista de Ricardo Cabal, publicada el 12 agosto de 1933, García Lorca, al hablar de su trabajo literario, dejó entrever lo que quizá explique su marcada presencia entre ya varias generaciones de lectores: su esencia meramente popular. Más que para sí o para los happy few, escribía para los lectores comunes. Él procuraba trabajar con la aristocracia de la sangre, del espíritu y del estilo, pero adobado, siempre adobado y nutrido de savia popular.

Tal vez ese abrevar en lo popular explique en parte su fuerte presencia aun entre los millenials, que siguen renviando sus versos oscuros y transparentes como la vida misma.

Gracias a José S. Serna, en un texto publicado en El Heraldo de Madrid el 11 de julio de 1933, sabemos que Federico García Lorca tenía planeado escribir una trilogía dramática española.

Bodas de sangre, el rapto de una novia el día de su boda por un antiguo amante y que termina en una matanza; Yerma, la tragedia de una mujer estéril que no se resigna a no tener hijos y termina asesinando a su marido, y La destrucción de Sodoma.

Sólo pudo escribir las dos primeras obras. La destrucción de Sodoma, no. ¿Ese drama español que cerraría la trilogía terminaría en un crimen de odio? No lo sabemos, aunque podemos imaginar que sí, por el género de la trilogía y porque las dos obras que conocemos del conjunto terminan en un plato de sangre.

Sabemos en cambio que los climas de odio y sus crímenes son las razones de la sinrazón. Flaco favor nos hacen como sociedad quienes ondean los estandartes del odio.