Opinión
Ver día anteriorMiércoles 31 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desconcierto priísta
E

l presumido concierto de algunos gobernadores ungidos como adalides de un renovado priísmo llevó, incrustadas en sus entrañas, las causas de su desastre. Terminaron, con penas, delitos y tropiezos, contaminando el ambiente nacional de tal manera que, su destemplanza plagada de deshonestidades y ambiciones desbocadas, se convirtió en desconcierto. Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz, Chihuahua, Coahuila y Quintana Roo fueron los asientos de intrépidos ejemplares de supuesto ímpetu renovador que, andando corto tiempo, se trasformó en decadente ejercicio de gobierno. No son ellos los únicos, pues hay otros gobernantes que se enfilan por similares rumbos: en Jalisco, por ejemplo, hay uno que anda en el filo de las tragedias electorales para su partido. En montón, asidos de chuecas manos, han escenificado una penosa implosión que fundió las falsas alegorías de grandeza, resurrección y futuro, imputadas a fuerza de endeble propaganda.

Las vicisitudes de cada uno de ellos no se agotan en sí mismas ni terminan con el fin de sus sexenios o con juicios incompletos y tardíos. Trascienden con ribetes disolventes que enmarcan tanto el presente como el próximo futuro de ese partido que fue, decían orondos, el de las simpatías mayoritarias. El mismo gobierno federal quedó entrampado de forma indecorosa por sus impunes trasiegos. La administración de Peña Nieto tampoco ha querido, ni podido, ensayar la retirada de ese que es un triste ejército derrotista. Y, por eso, la contamina de una manera harto grosera y capital. Las heridas (derrotas) ocasionadas por sus desplantes, hurtos, complacencias, trampas o connivencias no pueden, ni deben, quedar arrumbadas en sus localidades. Los gérmenes de su accionar político ya se han instalado a escala nacional.

El resto del priísmo no puede voltear hacia otro lado y pensarse como si esas historias pasaran de lado o fueran simples accidentes de su prolongada existencia. De varias maneras, en cambio, carcomen su núcleo vital. Esos paladines, de cuentos anteriores, los tienen que llevar hasta la expiación que les llega de manera indetenible. Ya la tienen, ciertamente, encima. Los rodea y condiciona sin que puedan alegar ignorancia, nula participación en tales desaguisados o desconocimiento de sus tropelías. Usaron sus frutos mal habidos, se llenaron con sus favores a trasmano hasta que el rechazo popular los alcanzó. Ahora no pueden, graciosamente, divorciarse del estigma que llevan impreso. Ni aun con el armado de condenas y cárcel podrán limpiar su involucramiento durante el largo, gozoso al fin, periodo de incubamiento.

A este inherente y perverso proceso de formación de imagen política se unen otros aconteceres a cual más dañinos para la prospectiva priísta. Todos se vienen desarrollando en el ámbito público de manera concomitante, consecuente con el ya afectado hálito que les llega de los estados en cuestión. Y mucho tiene que ver con las consecuencias de las celebradas reformas estructurales. Otrora el sustento de la presumida eficacia del nuevo priísmo. No porque éstas no han mostrado ni han sido consecuentes con las promesas y expectativas inducidas. Sino precisamente por ser consecuentes con sus orígenes. Todas ellas fueron concebidas como sustento para la prolongación de un modelo en pleno quiebre, no únicamente localmente, sino para varias regiones del mundo. Dichas reformas no pueden producir algo distinto de lo que quedó inscrito en su propia naturaleza. Son parte del modelo en boga y, con él, sufren las consecuencias de su rechazo popular. ¿De qué otra manera se puede entender la reforma laboral? Acaso no fue diseñada para precarizar, aún más, el trabajo asalariado? Y, mediante el cumplimiento de ese despropósito –declarado además– rebajar todos los restantes ingresos de la población. Había que detener la caída de los rendimientos del capital, una documentada realidad que aquejaba a las plutocracias de aquí y del resto del mundo. ¿De qué otra manera se puede entender la contrariada reforma educativa sino como un mecanismo de control sindical? La encarnizada lucha magisterial (CNTE) no se puede plantear como necia resistencia a la modernidad, ni como pretendido daño al educando. Eso es torcer la realidad con una narrativa que falta al decoro y a la inteligencia. La reforma energética, planteada como una manera grandilocuente de allegarse recursos externos, ha fracasado. Y, con ella, la mera continuidad de Pemex queda en entredicho. ¿De dónde sacaron que cualquier aprendiz de tecnócrata financiero puede manejar semejante empresa? Los resultados obtenidos con tales reformas se acumulan a los daños que se vienen padeciendo en derechos humanos, en violencia, en aumento del crimen, en la marcada, criminal indolencia, del funcionariado ante el drama humano (desaparecidos) que azota la República.

Y, por si fuera poca cosa o un simple ribete adicional, la marcha de la economía ha caído en un pozo inusitado. El triple déficit (fiscal, comercial y en cuenta corriente de la balanza de pagos) es un cerrojo al crecimiento y causa del feroz incremento de la deuda. La capacidad de introducir programas de gasto e inversión que desaten amarras internas es casi nula. No hay futuro halagüeño en perspectiva. Por el contrario, el horizonte se ha nublado de tal forma que amenaza con el estancamiento y el malestar ya notables, por cierto. Pero la tecnocracia financiera sigue aferrada a sus simplones mantras. Se asumen parte indisoluble del grupúsculo de mandones aunque, en verdad, son los subordinados locales de los centros mundiales donde rigen los titulares del gran capital. Ajeno a esta punzante realidad, el pastor de los senadores priístas lanza una sentencia de condena: su grey será el ejército del presidente Peña en las venideras elecciones. Una postura de la más rastrera (por indigna) calidad. Según esa ilegítima voz los senadores no trabajan para fortalecer el pacto federal, ni siquiera para velar por los intereses del pueblo. Que nadie le dispute al señor su potestad de elegir al próximo presidente de los mexicanos, cualquiera que él decida.