Opinión
Ver día anteriorMiércoles 31 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Automaquia futurista
E

n México ya no estamos acostumbrados a considerar públicamente el futuro. El hábito se perdió tras de un par de traumas colectivos, ya añejos, que hicieron parecer que cualquiera que considerara el futuro era ya no un soñador, sino o bien un embaucador, o bien un pendejo. Sólo que el futuro existe y no pensar en él responde bien a los intereses de los embaucadores y se corresponde también bien con la sintomatología general del pendejo.

El primer trauma colectivo que evacuó el futuro como materia de pensamiento colectivo fue la devaluación de 1982. El segundo fue la de 1995. Recordemos un poco por qué:

Hubo un verdadero delirio futurista durante el sexenio de José López Portillo, porque en esos años se consideraba que el problema central de México era la llamada administración de la riqueza generada por el hallazgo de nuevos y riquísimos pozos petroleros en el Golfo. Ya que el reto se representó como de administración, cada municipio, cada subsecretaría, cada gobierno estatal o dirección general del gobierno federal se abocó a crear planes de desarrollo. Imaginar el futuro parecía indispensable, y se invirtieron muchos millones en ese ejercicio. Sólo que desgraciadamente pasó lo que entonces parecía impensable: cayeron los precios del petróleo, y con ellos el peso. La deuda pública resultó impagable, y junto con la bancarrota del Estado mexicano se le vino encima al pueblo mexicano la ruina de todos los futuros imaginados. Adiós vaca, adiós queso, adiós leche…

Después de semejante trauma, a la gente ya le daba pena hablar en público de planes a futuro, por modestos que fueran. Parecía más realista concentrarse en la sobrevivencia. Y los pocos que perseveraron en consentir un poco al futurismo, alentados por las esperanzas generadas durante la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, se vieron de defraudados de nueva cuenta con la devaluación de 1995. Y ya con esa quedaron curados; si pensaban en el futuro, se lo callaban. Ya no hubo más planeadores como aquellos que dibujó en su tiempo Abel Quezada, planeando sobre el campo o sobre las ciudadades. Llevamos ya décadas en que el futuro, como la ropa sucia, se examina en casa.

Sólo que hay un problema, y es que el futuro existe, y existe, además, en el presente. La presencia del futuro imaginado en el presente afecta la manera en que se encara el presente y, por lo tanto, tiene un impacto sensible en el futuro. La hormiga famosa del cuento de Esopo se comporta de diferente modo de la cigarra porque tiene una idea distinta y propia del futuro. El futuro que se le presenta durante el verano es diferente las pulsaciones que invaden el presente de la cigarra. Y esa diferencia importa: tiene consecuencias prácticas.

La política colectiva de la sociedad mexicana frente al futuro es la política del avestruz, y esa política tiene consecuencias, porque el futuro existe. Dejar de pensarlo pone a la sociedad toda en una situación parecida a la del avestruz: con la cabeza en la arena, y las nalgas columpiando de fuera.

El futuro del agua, el futuro dado el cambio climático, o el futuro del transporte automatizado, aparecen en la discusión pública como fantasías irrelevantes, como inventos del hombre blanco, o si no como sueños inexactos y grotescos: entelequias como entresacadas de una vieja película del Santo. Hay otros futuros que parecen más reales, más apremiantes, por banales que sean; ante todo, los futuros de la política. Parece importante especular sobre las elecciones de 2018, como si la identidad del próximo presidente de la República Mexicana tuviese más consecuencias prácticas que la forma en que estamos encarando la necesidad de transformar la cultura del agua o los hábitos de transporte urbano, por dar dos ejemplos.

Tras escuchar por meses las interminables discusiones acerca del nuevo Reglamento de Tránsito en la Ciudad de México, y debates sobre el papel del automóvil en las mal llamadas contingencias (que de contingente no tienen nada); tras meses de escuchar loas y maldiciones sobre los dobles no circula, leo con alivio futurístico una serie de noticias acerca de los automóviles sin conductor. El auto sin conductor existe, y se está perfeccionando rápidamente. Según la firma MacKinzee, en apenas una docena de años alrededor de 15 por ciento de todos los autos nuevos del mundo serán autos sin conductor. Bienvenidos sean. La Ford ya anunció que tendrá listo el primer vehículo sin conductor para el consumo masivo y popular en 2021. Singapur acaba de lanzar el primer programa de taxis sin conductor y una sociedad entre Uber y la Volvo lanzará un programa parecido en Pittsburgh, que se estrenará en un par de semanas.

Mientras, en el último cálculo que vi sobre la materia, de mediados de los noventa, en la ciudad se pierden más de 17 millones de horas-mujer (u hombre) diarias en transporte. Horas y horas de tiempo humano detenido. Poco importa. Sólo los tontos piensan en el futuro.