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Los cien años de Nahui Ollin
E

l miércoles 24 de agosto, el Museo del Estanquillo inaugura la exposición ¡Que se abra esa puerta! (a diferencia de Carlos Pellicer, quien pidió: ¡Que se cierre esa puerta que no me deja estar a solas con tus besos!), y el museo especifica: ¡Sexualidad, sensualidad y erotismo! El llamado lo hace Nahui Ollin, fotografiada desnuda por Antonio Garduño.

Nahui Ollin pertenece a la época de Tina Modotti, Frida Kahlo y Antonieta Rivas Mercado, que en su momento fueron exhibidas y satanizadas. A Tina Modotti, México la expulsó; Antonieta Rivas Mercado se dio un balazo frente al altar mayor de Notre Dame, París, en 1931, y Frida Kahlo escribió que esperaba que la muerte fuera rápida y no tener que regresar nunca. El último enamorado de Nahui Ollin, hoy por hoy es Tomás Zurián, quien convirtió su casa en un verdadero museo en el que le levantó un altar en cada puerta y una veladora en cada ventana.

Conserva hasta el último de sus cabellos. Encandilar es la palabra que más le conviene a Nahui (musa, modelo, pintora y escritora), porque sus ojos son un abismo en el que Zurián naufragó para siempre. Si Adriana Malvido lo llamara en este instante para decirle: He descubierto algo nuevo sobre Nahui, Tomás saldría corriendo a encontrarse con ella. Otros náufragos de Nahui Ollin son su biógrafa Adriana Malvido y Alain Paul Mallard, quien publicó un guión para una película aún sin productor o director, a pesar de que nada es tan cinematográfico como el escándalo que provocó la pasión de Atl y Nahui en la azotea del Convento de La Merced, en la que se destripaban de amor como dos posesos.

Antes que Tomás Zurián, el Dr. Atl supo que Nahui era adictiva y desquiciada y así lo escribió: “…Una de esas noches, después de una breve discusión, yo me dormí profundamente, pero en medio de mi sueño empecé a sentirme inquieto, como si fuese víctima de una pesadilla y abrí los ojos. Estaba sobre mí, desnuda, con su cabellera revuelta sobre mi cuerpo, empuñando un revólver cuyo cañón apoyaba en mi pecho. Tuve miedo de moverme, el revólver estaba amartillado y el más leve movimiento mío hubiera provocado una conmoción nerviosa en ella y el gatillo hubiera funcionado. Poco a poco fui retirando el revólver, y cuando mi cuero estuvo fuera de su alcance, rápidamente le cogí la mano y le doblé el brazo fuera de la cama. Cinco tiros que perforaron el piso pusieron fin a la escena”.

El Dr. Atl, Diego Rivera, Carlos Chávez, Miguel Covarrubias, Edward Weston, Raoul Fournier, Antonio Garduño, Eugenio Agacino, capitán de navío y, ¿por qué no?, Manuel Rodríguez Lozano se apasionaron por Nahui Ollin, Carmen, la hija del general Manuel Mondragón, el primero en ver el resplandor de sus dos infiernos convertidos en ojos que Edward Weston captó mejor que nadie. Manuel Mondragón supo que había traído a México a una encarnación de Luzbel que primero habló francés.

El Dr. Atl –un ser de excepción– bautizó a Carmen, Nahui Ollin.

Manuel Mondragón, inventor de un fusil extraordinario capaz de matar a 20 de un plomazo, se llevó el secreto a la tumba. La bomba fulminante de 100 mil megatones de ojos verdes con una carga letal superior a cualquier arma, palpita, mejor dicho, sale de su casa de Tacubaya, en la calle de General Cano a La Merced, el mercado más conocido de nuestra atribulada capital.

Foto
Una de las fotografías de Antonio Garduño que Nahui Ollin exhibe en la azotea de su casa en 1927

Nahui Ollin camina desnuda en la azotea del Convento de La Merced, ciega de geranios. Su pelo trasquilado, los ojos que delatan un asomo de demencia, su boca a gajos de mandarina rajada, explotan, rugen como los volcanes. Nudista desde los siete años, como las niñas de Balthus, un suave vello dorado la recubre y convierte su cuerpo en un campo de trigo. Escribe te amo en idiomas diferentes y su francés es el de las yeguas finas de San Cosme. Si tú me hubieras conocido/ con mis calcetas/ y mis vestidos cortitos/ hubieras visto debajo/ y Mamá me habría enviado a buscar unos gruesos pantalones que me lastiman/ allá abajo/. Ni Lolita, la de Nabokov, es más explícita. Nahui todo lo remite a su cuerpo y a sus ardores; asume su sexualidad en un país de timoratos. Tras la apariencia seráfica de la señorita Mondragón, acecha una mujer que lleva dentro la descarga de un pelotón de fusileros.

¿De dónde provienen los ojos de sulfato de cobre de algunas mexicanas que las enceguecen y a nosotros nos revuelcan como las olas de Pie de la Cuesta, la playa más peligrosa de Acapulco? De que Nahui Ollin tenía el mar en los ojos no cabe la menor duda. El agua salada se movía dentro de las dos cuencas y adquiría la placidez del lago o se encrespaba furiosa tormenta verde, ola amenazante, rabiosa. Vivir con dos olas de mar dentro de la cabeza no ha de ser fácil. Convivir tampoco. Ante el Dr. Atl se abrió un abismo más hondo que todos los cráteres de volcanes que habría de pintar antes de encontrar la muerte: Yo caí ante este abismo, instantáneamente, como un hombre que resbala de una roca y se precipita en el océano. Atracción extraña, irresistible.

–Quizá le gustaría a usted ver mis cosas de arte –el médico invitó a la niña bien a la calle de Capuchinas a ver su obra.

Así le dijo la serpiente a Eva y así empezó el paraíso para ambos. ¡Pobre de Nahui! ¡Pobre del Dr. Atl! Vulcanólogo vulcanizado. Su volcana rugía más que Iztaccíhuatl. Inflamada, no dormía. Pedía más, otra vez, cada día pedía más. Sus escurrimientos no eran lava, eran fuego. Sus fulgores venían de otro mundo. ¡Ay, volcana! ¡Pobre del Dr. Atl! Nahui no sólo era un relámpago verde, sino una mujer extraña, educada en la caballeriza de las yeguas finas del colegio francés de San Cosme, cuyas monjas enseñan todo en francés, el arte y la teoría de la relatividad, tocar el piano y creer en Dios. Eres Dios, ámame como a Dios, ámame como todos los dioses juntos.

Nahui Ollin es quizá la primera que se acepta como mujer-cuerpo. Poderosa por libre, se derrama a sí misma sin muros de contención. Abre compuertas y fluye inundando ahora al Museo El Estanquillo que Monsiváis dejó a los mexicanos en la antiquísima (y un poco sucia) calle de Isabel la Católica.