Opinión
Ver día anteriorDomingo 21 de agosto de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Oportunidad histórica
E

n una de las visitas del sociólogo Alejandro Portes al CIDE comentamos sobre el caso de los jóvenes mexicanos deportados que se habían integrado a la industria del call center. En efecto, cientos de ellos que saben inglés y hablan con acento estadunidense encontraron en los call centers un medio laboral, si no óptimo, podríamos decir que decoroso, con salarios que oscilan entre 8 y 10 mil pesos mensuales.

Lo relevante de este nuevo nicho laboral es que se movió de India a México. Sencillamente porque el inglés de los indios tiene un acento muy fuerte y no muy adecuado para el oído estadunidense. En nuestro caso, los jóvenes no tienen acento y eso simplemente ya es un capital importante, y se supo aprovechar.

Para concluir, Portes comentó al respecto que los políticos estadunidenses no se habían dado cuenta de que estaban deportando capital humano. Saber inglés en sus cuatro modalidades (hablar, entender, leer y escribir) es una herramienta de enorme valor, si se sabe aprovechar y valorar.

A pesar de todo el drama que significa la deportación de estos jóvenes, regresa al país toda una generación que se formó y socializó en la escuela estadunidense y que ahora se integra al mercado laboral mexicano. Se trata de migrantes retornado totalmente diferente al patrón tradicional.

Obviamente, el negocio de los call centers seguirá boyante, se supone, por muchos años y hay un alto grado de presión, control y explotación de la mano de obra retornada. Pero hay que reconocer que fue un emprendimiento que le dio valor y reconocimiento a este capital humano, que estaba disponible y no se utilizaba.

El reconocimiento al valor que tiene el idioma se expresa en salario. Mientras en los call centers de español se pagan aproximadamente 32 pesos por hora, en los de inglés se remunera a 45. Hay una diferencia a favor de 30 por ciento en el salario de quienes hablan inglés.

Se estima que hay cerca de medio millón de jóvenes deportados que hablan perfectamente inglés y otro medio millón de niños que saben inglés y que ahora están integrados al sistema escolar mexicano. ¿Cómo capitalizar, conservar, promover y aprovechar esta oportunidad histórica de haber recibido, como país, un capital humano inconmensurable?

En el siglo XXI lo que marca una diferencia sustantiva es manejar con soltura un idioma extranjero.

Los campos de aplicación son amplísimos. Por ejemplo, la SEP podría renovar su planta de maestros de idiomas y tener un efecto multiplicador con anglo parlantes que sean entrenados en técnicas de docencia y enseñanza del idioma. Las nuevas plazas de maestros de inglés podrían ser para migrantes jóvenes retornados y capacitados para ejercer la materia.

La secretaría de turismo podría ofrecer capacitación a cientos o miles de jóvenes que pueden trabajar como guías turísticos o desempeñarse en distintos puestos de trabajo en hoteles, clubes, restaurantes, museos, ruinas arqueológicas, etc.

En la industria, las maquiladoras, las grandes compañías ensambladoras de automóviles y la industria en general con franquicias internacionales requieren de personal bilingüe para su mejor desempeño y comunicación con las matrices.

Se podría pensar en la formación de toda una generación de traductores e intérpretes. Hay materia prima, pero se requiere de formación, capacitación y emprendimiento. En el medio académico, si bien se ha avanzado en cuanto al conocimiento de idiomas a medida que se adelanta en la carrera, sigue siendo todavía muy limitado lo que se ha logrado. Muchos de estos jóvenes pueden seguir estudiando en México.

Las ventanas de oportunidad se abren y luego se cierran; en el peor de los casos se desperdician. La falta de iniciativa e imaginación nos deja abierto el camino a la improvisación y a las soluciones personales.

Se ha dicho y comprobado que para muchos migrantes la barrera que impide los procesos de movilidad social es el idioma, incluso teniendo una alta calificación; sin él no se puede avanzar. Ahora contamos con cientos de miles de migrantes retornados con educación media superior y habilidades lingüísticas.

Sin embargo, paradójicamente no pueden emigrar, por lo menos por un periodo largo de más de 10 años y que puedan, eventualmente, plantear la posibilidad de solicitar una visa. Otro grupo, cada vez más numeroso, son los niños mexicano-estadunidenses que sí pueden emigrar por tener doble nacionalidad y pueden perder el inglés que aprendieron de chicos.

La situación es completamente diferente para cada grupo, pero ambos tienen hipotéticamente oportunidades, tanto en México como en Estados Unidos.

En este caso los jóvenes retornados no sólo cuentan con habilidades, sino con un reconocimiento formal de haber sido escolarizados en aquel país. Es un capital que se debe reconocer y valorar.

Hace algunos años, como parte de una investigación, revisamos las solicitudes de trabajo en grandes hoteles de cinco estrellas y encontramos decenas de currículums de cocineros y pasteleros que habían trabajado por años en restaurantes reconocidos de Chicago, Los Ángeles y Nueva York. Presentaban sus diplomas y cartas de recomendación, pero no eran contratados. La razón, decían, es que creen que están en Estados Unidos y que deben ganar un buen salario.

Como quiera, muchos de estos cocineros optaron por poner sus propios restaurantes. Después de años de trabajar, conocen perfectamente el manejo de la cocina y del negocio. No tienen que depender de un salario miserable. Este tema ha sido ampliamente desarrollado por Jacqueline Hagan y Rubén Hernández León y en el libro Skills of the Unskilled.

Si los políticos estadunidenses no se dan cuenta de que pierden un inmenso capital humano al deportar a los jóvenes migrantes, socializados y educados en su país, sería más lamentable que los políticos mexicanos no se dieran cuenta y valoraran el capital humano de los jóvenes retornados.