Opinión
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Infancia y Sociedad

Aprender a pensar

E

n el diseño y planeación de una educación básica realmente moderna, los contenidos temáticos son lo menos importante. Lo fundamental es definir prácticas y estrategias para desarrollar capacidades intelectuales, emocionales y plásticas del cerebro.

Parafraseando a Picasso, decimos que los niños son geniales, pero difícil es que su genialidad sobreviva a las prácticas nefastas de la escuela tradicional, que aplanan y cuadriculan mentes, apagan brillantes miradas y extinguen la capacidad de asombro. Para estimular la inteligencia, lo recomendable es no saturar a los alumnos de asignaturas y temas preseleccionados; no agobiarlos con tareas ni exámenes inútiles. Eso no da buenos resultados.

En cambio, son cada vez más reconocidos los beneficios de la filosofía escolar, que no significa enseñar historia de la filosofía ni teorías de los grandes pensadores, sino la oportunidad de filosofar: construir preguntas, buscar respuestas, saber escuchar a los otros, aprender a exponer ideas y saber intercambiar puntos de vista con el profesor y los demás alumnos. Así nos sorprendemos al constatar que los niños, aun los pequeños, tienen opiniones propias sobre el amor, la guerra, el miedo, el dinero o la belleza.

Muchas investigaciones –como la realizada en Reino Unido por la Fundación para Dotaciones Educativas– han demostrado que talleres semanales de filosofía a pequeños de 4 a 9 años de edad empiezan a dar resultados asombrosos a los dos o tres meses de iniciados: mejoran comprensión lectora, habilidades en matemáticas, lenguaje y la capacidad de expresarse. Con esos talleres aprenden a razonar (la memorización queda en el mínimo papel que debe corresponderle) y hacen un uso mayor de sus capacidades intelectuales que, a fin de cuentas, son la mejor arma que tenemos los humanos para caminar por la vida.

Por su parte, el programa británico Philosophy for Children certificó que los niños mejoran la autoconfianza, la comprensión de la realidad, su vocabulario y su capacidad argumentativa. Los fundamentos de estas prácticas están desde luego en los viejos –pero nunca anacrónicos– diálogos socráticos. Montaigne y Locke propusieron dialogar filosóficamente con los niños, pero no fue hasta el siglo XX cuando el estadunidense Matthew Lipman sistematizó la cuestión y creó una colección de diálogos socráticos para filosofar desde prescolar al bachillerato. A través de los talleres de filosofía, hoy miles de niños en el mundo aprenden a pensar, en vez de aprender a memorizar, obedecer y responder exámenes, como quiere la pedagogía capitalista.

PD: ¡Feliz cumpleaños, comandante Fidel Castro!