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Pertenecer a la policía, vocación y sustento de una madre con 5 hijos

Tras 29 años de golpes e insultos, Isabel asegura que volvería a elegir esta profesión

Mi carrera es una batalla que gané, afirma la agente que heredó su convicción

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Isabel forma parte del grupo Atenea de granaderos, en el cual porta un uniforme de 14 kilos y conforma, junto con 500 compañeras, la primera línea de contacto con manifestantes. Se ponen agresivos y aún así nos toca aguantar, lamentaFoto Alfredo Domínguez
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La mujer policía señala que no entiende a los inconformes que tienen como propósito lastimar a las personas, entre ellos a los uniformadosFoto Alfredo Domínguez
 
Periódico La Jornada
Sábado 6 de agosto de 2016, p. 27

Isabel tiene un trabajo en el cual los insultos y golpes en su contra son comunes, en el que tiene que usar su cuerpo como barrera y es vista como el enemigo a vencer. Sin embargo, tras 29 años de ejercerlo, afirma que lo volvería a escoger.

La mujer de 51 años, que todos los días se levanta a las cuatro de la mañana para llegar a las siete al Agrupamiento Femenil de Granaderos de la Secretaría de Seguridad Pública local, porta un uniforme que pesa más de 14 kilos, con lo que resguarda a otros, impide el bloqueo de vialidades o contiene manifestantes.

Parece una labor que pocos querrían, pero para ella no sólo ha sido el sustento de sus cinco hijos, sino una vocación que heredó a cuatro de ellos, quienes ya trabajan en la misma corporación.

Isabel Buendía Ávila tenía 22 años cuando le dieron un tríptico mientras paseaba en el Bosque de Chapultepec. El folleto, mediante el cual solicitaban reclutas para la policía, le cambió la vida. Ella era ama de casa y tenía entonces dos hijas de siete y seis años, así como un pequeño de dos.

La preparación física de la Academia de Policía casi la dobló, pero su mayor sacrificio fue ver a sus hijos sólo los fines de semana durante los ocho meses que permaneció internada para su adiestramiento.

Una vez concluidos los cursos, obtuvo un turno como uniformada. Pasó de la vigilancia de zonas escolares y parques en una cuatrimoto a integrarse a distintos sectores policiacos de la ciudad.

Al narrar sus servicios en la ciudad recuerda: Estaba de guardia afuera de la estación del Metro Barranca del Muerto, cuando salió una joven de 15 o 16 años. La seguía un fulano y ella nos gritó que la había abusado sexualmente. Corrí y me tiré encima de él. Como pude lo sometí hasta que llegaron mis compañeros. No sé qué me pasó, de dónde agarré fuerza. No pasó por mi cabeza tener miedo.

Desde hace cinco años volvió a portar el traje antimotines como granadera en el grupo Atenea. Usa espinilleras de dos kilos 800 gramos y un casco del mismo peso. El escudo que lleva por delante rebasa los seis kilos y el chaleco antibalas, la mitad.

Ella junto con más de 500 compañeras conforman la primera línea de contacto frente a los manifestantes. Un encuentro que, explica, evita con el fin de abrir el diálogo, aunque no siempre termina así.

Una vez estaba en un desalojo en el Peñón de los Baños y un compañero cayó herido junto a mí por un petardo que nos aventaron. Le sangraba la pierna y se fue deslizando sobre mi cuerpo hasta que lo agarré.

Isabel asegura que puede ponerse en el lugar del otro, de quien está frente a su escudo, entender su causa, lo que no comprendo es cuando tienen como propósito herir a las personas, a los poli-cías. Se ponen agresivos y aún así nos toca aguantar, lamenta.

Señala que no ha sido herida de gravedad, sólo patadas y golpes, pero los insultos van desde ojalá se mueran tus hijos hasta india e ignorante.

Ellos no saben, resalta, que con este trabajo calcé, vestí y mandé a mis cinco hijos a la escuela. Incluso lavó ropa a un familiar para completar. No se vestían bien porque no podía, pero con mi caja de ahorro que lograba sacar cada año les compraba mochila, zapatos y ropa.

Ahora, cuando observa a sus hijos que portan el uniforme, señala que a veces siente miedo, alegría y orgullo a la vez. Veo mi carrera policial como una batalla que gané.