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Puntos sobre las íes

Recuerdos XXXII

F

ue increíble.

Mil gracias a tantos y tantos lectores que han mostrado su interés por conocer algo de la vida taurina del recién fallecido Rodolfo Rodríguez El Pana, torero que fue, dejó de ser y volvió a ser.

Todo un caso.

En anterior entrega, por cierto primer artículo dedicado al tlaxcalteca –nacido en Apizaco el 22 de febrero de 1952–, me referí a la primera entrevista que tuve con él y desde entonces me convencí que era un ser por demás pintoresco y franco hasta el extremo. Tuve que cortar –razones de espacio– cuando se refirió a su primer mentor, quien prometió ayudarlo, pero más bien le ayudaba con la lana, que por cierto no le sobraba al panadero.

Una vez que –merced a un par de banderillas– Rodolfo Rodríguez González estremeció a la parroquia, tenía que ser programado por esa chucha cuerera que era el doctor (optometrista) Alfonso Gaona Lara, fecha 4 de agosto de 1978, y ámonos; entradón en serio y con rotundo triunfo, lo que le valió que el galeno lo repitiera ¡nueve festejos! más y en los que hubo de todo: luz, sombra, dolor y hasta una desilusión.

¿Qué fue todo eso?

Antes de entrar en detalles, debo rememorar de qué calibre serían aquellas tardes de luz, que el cronista Pepe Alameda (Carlos Fernández Valdemoro) en una de esas iniciales novilladas decidió atestiguar si el panadero realmente iba pa’rriba o si todo era un mero cuento. Cómo le quedaría el ojo que su crónica del lunes siguiente la tituló: Hasta los priístas serán panistas. Ahora bien, por lo que a la sombra se refiere es que el empresario le trajo unos galafates que hasta latín sabían y las protestas de los aficionados y curiosos se debieron escuchar hasta Tlaxcala, pero no en contra del coletudo, sino del empresario y del ganadero.

En cuanto al dolor, debo dejar perfectamente asentado que en aquellos inicios la técnica de El Pana estaba en pañales y que su toreo era todo entrega, valor, personalidad y comunicación, (no poca cosa por cierto), así que en una de esas, cornada en la región glútea que mereció destacadas notas de prensa y hasta en informativos que poco aprecio tenían por la fiesta.

Y aquello tuvo repercusiones.

Tenía que ser.

Las dizque figuras y sus apoderados (más bien sus corre, ve y di) no aceptaban que un novillero que consideraban nada valía gozara ya de tanta popularidad y de un creciente número de partidarios, máxime cuando por ahí de la séptima novillada, orejas de por medio, los alborotados panistas se lo jalaron en hombros; eso sí que ya no podía tolerarse.

Y vino la guerra.

Para comenzar, el líder de esa camarilla llamó a su cronista de cámara y le leyó la cartilla: ni un elogio más para El Pana y a zumbarle duro y sin tregua; otro tanto fue para dos mediocres paniaguados de a tanto el elogio, lo que, de inmediato, fue adivinado por los aficionados, quienes de domingo a domingo les cantaban las verdades y, como era lógico, queriendo acabar con el naciente ídolo, lo único que consiguieron fue que el mundo taurino se les echara encima.

Y nueva ofensiva.

Si el doctor Gaona seguía contratando al panadero, que se olvidara de él, que para eso era el amo y señor, y que estaba dispuesto a acabarlo a como diera lugar.

Y ejemplo tuve.

Nunca supe bien a bien en qué términos se contrataba El Pana, vía su apoderado, y lo único que le comenté es que tuviera mucho cuidado con el dinero que ganaba y ojalá y pudiera construirle una casa a su mamá.

Después de la décima novillada, convertido ya Rodolfo en una gran promesa, a media semana me llamó por teléfono, furioso, para decirme que el optometrista no le había pagado un centavo y que eso sí que era jugarle rudo.

Lo calmé, le dije que hablaría con el doctor y que me buscara por la tarde.

Si no fueron 10 los telefonazos fueron más y por fin pude hablar con él. Le dije que no era justo negarle su dinero a El Pana y que éste, dado su carácter, podía formar un verdadero lío los domingos de festejo exponiendo su verdad.

–Por favor, dile que no se moleste, que estoy ajustando las cuentas y que mañana a mediodía lo espero en la óptica.

Tal cual lo hice.

Pero lo que nunca esperé fue lo que siguió a este relato.

Continuará...

(AAB)