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Ver día anteriorSábado 16 de julio de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vive la France!
H

emos sido testigos, y en cierto sentido protagonistas, de crímenes terribles que no tienen atenuantes.

El terrorismo. El yihadismo radical que predica la violencia en nombre de un islamismo extremo y falsificado es un peligro para la democracia. Los asesinatos a mansalva generan dos tipos de respuestas: el miedo y la sobrerreacción política y militar. Dislocar la vida cotidiana de los ciudadanos es el primer objetivo. Desarticular la normalidad democrática es el segundo objetivo. Lo primero busca inhibir las movilizaciones populares contra el salvajismo y paralizar a la ciudadanía, cuando no inducirla a la demanda de mano fuerte.

Lo segundo se logra por tres vías. Exhibiendo la ineptitud de los gobiernos y sus servicios de seguridad. Incitando al discurso demagógico y xenofóbico. Desprestigiando la política como forma de solución de conflictos.

La forma y el fondo. Es probable que la fuerza del Estado Islámico (EI) resida en su carácter descentralizado y en la formación de redes familiares aparentemente autárquicas. Pero en los atentados en París, Bruselas, en un sinnúmero de países árabes y musulmanes, y ahora en Niza, no sólo trasciende la brutalidad, sino el carácter estratégico de los atentados.

El siglo XXI. ¿Qué tiene de específico el terrorismo que hemos sufrido desde el ataque a las Torres Gemelas? Lo primero es desde luego la combinación de una visión fundamentalista, milenarista con expresiones tecnológicas masivas, utilizadas predominantemente por la población joven, pero convertidas por los terroristas en armas altamente sofisticadas de propaganda y de logística. Lo segundo es que se alimenta de la rabia y del desencanto juvenil acicateado por altas tasas de desempleo en el mundo. Lo tercero es que se trata de un producto de dislocaciones sociales, ocurridas en un corto lapso y fuertemente vinculadas con la manera en que distintos gobiernos han impulsado o se han adaptado a las dinámicas de la globalización. Lo cuarto es que el terrorismo enfrenta la carencia de un sentido estratégico de las élites económicas y políticas mundiales. Unas buscan continuar enriqueciéndose, eliminando todas las barreras que se interpongan. Otras buscan mantenerse en el poder por cualquier medio. Las narrativas cambian pero la gente no distingue especificidades.

El terrorismo contemporáneo es el síndrome de la antipolítica. Basta ver la mayor parte de las encuestas de opinión recientes en casi cualquier parte del mundo para encontrar varias tendencias similares. Desconfianza frente a todas las formas institucionales republicanas: poder ejecutivo, parlamentos, partidos, gobiernos. Bajos índices de confiabilidad en instituciones no estatales: iglesias, medios de comunicación, asociaciones. Escepticismo respecto a las formas tradicionales para resolver conflictos: pactos, acuerdos, arreglos. Narcisismo político. Intolerancia frente a quienes no piensan igual. Fascinación por la violencia.

¿Qué hacer? No hay respuestas fáciles para una problemática llena de contradicciones y paradojas. Ambos candidatos presidenciales en Estados Unidos han dicho que estamos en guerra. Lo mismo ha asegurado el presidente François Hollande. Las respuestas más elaboradas añaden que no es una guerra convencional. Ni siquiera en los términos en que inició con el ataque a las Torres Gemelas desde Afganistán. Desde luego el territorio donde se ha instalado el EI y desde donde conduce una guerra atroz, debe ser desmantelado.

Pero también hay una lucha interna en las democracias, que es necesario librar para rescatarlas de la intolerancia, el racismo y la discriminación.

Mientras tanto en este día triste debemos alzar la voz y decir ¡Viva Francia! no sólo por lo que representa para la civilización, sino porque los ataques repetidos contra sus ciudadanos, muchas veces perpetrados por personas de nacionalidad francesa, es la señal inequívoca de todo lo que odian los enemigos de la democracia.

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Twitter: gusto47