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Stalin, Putin y Assad van a la ópera
“B

litzkrieg –la ‘guerra relámpago’– es una especialidad alemana”.

Todo lo que sabemos de la historia nos convence del carácter definitivo e inamovible de esta frase. El propio nombre hace su parte: despertados en medio de la noche citamos la invasión de Hitler a Polonia (1/9/39) como su más clásico ejemplo.

Sin embargo, un mes antes, en la frontera entre Mongolia y Manchuria Stalin ordena a Zhukov desencadenar su propia Blitzkrieg. Un combinado y masivo ataque por aire y tierra, una gran ofensiva en Khalkin-Gol arrasa con las fuerzas invasoras japonesas; el frente en el lejano Oriente queda asegurado y los soviéticos –firmando antes el pacto con los nazis– también invaden Polonia (17/9/39).

En 1941 son precisamente las tropas orientales de Zhukov que por milagro paran a Wehrmacht en las puertas de Moscú, cuando Hitler se vuelve en contra de su antiguo aliado. La invasión toma a Stalin por sorpresa.

En principio la guerra no le va bien, pero poco a poco, movilizando a toda la nación, logra repeler a los alemanes y retomar la iniciativa (a partir de Stalingrado); una parte importante en este esfuerzo la tienen los compositores y los músicos.

Al calor de la Gran Guerra Patria (1941-45) y en condiciones particulares de la política cultural soviética, en la URSS se forja una peculiar versión de la vieja fusión entre guerra y música.

Pero la Blitzkrieg musical ya es un invento de Putin e intento de elevar aquel legado a un nivel superior. Todo empieza con el gambito sirio –la entrada al conflicto en Medio Oriente– que le permite cambiar el terreno después de lo de Ucrania, giro que toma a la mayoría de los analistas por sorpresa (30/9/15).

Pasa por una igualmente sorprendente retirada parcial de Siria (14/3/16) tras una exitosa campaña de bombardeo de las posiciones del Estado Islámico (EI).

Y culmina con el aún más sorprendente concierto en la antigua ciudad romana de Palmira, liberada con apoyo de la aviación rusa y luego desminada por sus tropas (Praying for Palmyra, 5/5/16).

El acto protagonizado por la orquesta del Teatro y Opera Mariinski de San Petersburgo se celebra exactamente en el mismo lugar donde antes el EI había escenificado las ejecuciones sumarias.

“Este concierto es un símbolo de victoria de la civilización sobre la barbarie –dice Valeri Guérguiev, el jefe de la orquesta– y prueba de que la muerte y la destrucción siempre serán remplazadas por la cultura y la civilización”.

También es un símbolo de victoria de la campaña-relámpago de Rusia y prueba de su poderío militar.

“Los músicos del Mariinski se ven como un comando de fuerzas especiales enviado al desierto en una ‘misión cultural’ empuñando sus instrumentos como armas”, apunta David Yearsley (Counterpunch, 20/5/16).

El programa es corto y austero: la Chacona, de J.S. Bach, de la Partita no. 2 (BWV 1004); Quadrille de la ópera No solo el amor (1961), de Rodion Shchredin, y la célebre –y brevísima como para su género– Sinfonía Clásica (1917), de Serguéi Prokófiev.

Los artistas –apenas una fracción del conjunto original–, visiblemente nerviosos por la cercanía del frente, pasan tan rápido como pueden de una pieza a la otra y de una parte de la sinfonía a la siguiente.

Al inicio, Putin transmite desde Moscú el discurso en que festeja el triunfo del bien sobre el mal del terrorismo; aún así el público –tropas sirias y rusas, delegados de la Unesco y otros civiles– mira tanto al escenario como a sus alrededores.

Al final, el presidente ruso se queda con las ganas de ir en persona al anfiteatro de Palmira junto con su amigo Al-Assad, tal como en otra ocasión va a la Ópera de Cairo con su amigo El-Sisi celebrando la venta de armas y la alianza contra el terror similar a la que tiene con Siria.

Que para el-Sisi igual que para Al-Assad –ambos con manos en sangre– el terrorismo sea el sinónimo de oposición, es lo de menos; tocan El lago de los cisnes, de Chaikovski, y Aída, de Verdi (The Independent, 9/2/15).

La música se mezcla con la guerra como en los viejos tiempos, pero las épocas son diferentes.

Putin quiere tener cerca a gente de talla artística y renombre internacional, como Guérguiev, que está a su lado durante la guerra con Georgia (2008), el conflicto en Ucrania y le ayuda a legitimar la operación en Siria, pero no pretende determinar sus vidas y destinos.

Esto ya es el dominio del estalinismo. Pensemos en Prokófiev.

Regresando a la URSS, apenas en 1936 tiene toda la voluntad de encajar en la realidad soviética, pero no entiende nada de ella; a diferencia de Shostakóvich, que sufre igual pero conoce las reglas de juego, no sabe cómo comportarse. Todo lo que hace Prokófiev está mal: el ballet Romeo y Julieta (1935) está mal; la monumental Cantata para el XX aniversario de la Revolución de Octubre (1937), basada en los textos de Marx, Lenin y Stalin, está mal.

Mientras Shostakovich inventa su sistema dual –obras oficiales/personales– que le permite componer y sobrevivir, a él le rechazan tanto las piezas íntimas (por modernistas), como las propagandísticas (por vulgares).

En 1939 finalmente logra congraciarse con el régimen. Compone Zdrávitsa, una cantata para el 60 cumpleaños de Stalin, retratándolo como una suerte de Dios de vegetación, fertilidad y crecimiento (¡sic!).

La guerra inesperadamente trae más libertad artística: entre 1939 y 1944 Prokófiev compone tres importantes piezas para piano, complejas y muy a contrapelo de los cánones estalinistas: las llamadas Sonatas de Guerra (No. 6, 7 y 8).

La No. 7 –brutal, vital y llena de colisiones rítmicas y sonoras que suena en este momento en la gran interpretación de Alexei Lubimov (ECM, 2005)– es galardonada (paradójicamente...) con el Premio Stalin de primer grado (la No. 6 con la del segundo).

La invasión alemana lo lleva también a componer la ópera basada en Guerra y paz, de Tolstoi, una gran pieza que desde hace años es una especialidad de Guérguiev y del Teatro Mariinski.

Quedaría bien para el concierto en Palmira. Solo que dura cuatro horas (en cambio la Sinfonía Clásica son más o menos 15 minutos y queda ejecutada en 13...). Nadie aguantaría tanta tensión en la zona de guerra ni el sol inclemente.

Entonces: ¿Blitzkrieg o tal vez un “musical ‘hit-and-run tactics’”?

*Periodista polaco

Twitter: @periodistapl