Opinión
Ver día anteriorLunes 30 de mayo de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Restaurantes infames

T

al vez alguien lleve la cuenta de la cantidad de leyes y reglamentos que se expiden anualmente en nuestro país, pero el resultado final de esta febril actividad –vocación es otra cosa– legisladora de nuestros inefables representantes en los congresos es que entre más leyes se expiden los infractores se multiplican, y ello sin tomar en cuenta los huecos y omisiones de las incontables normativas, pensadas para multar antes que para preservar la calidad de vida colectiva. No somos serios sino solemnes… y ruidosos.

Los restaurantes son botón de muestra del pobre ejercicio de nuestros privilegiados congresistas –500 diputados y 128 senadores, sobradamente remunerados, más los que se acumulen con la nueva Constitución de la CDMX para una rendición de cuentas exhaustiva, mayor transparencia, derechos ambientales y otros sueños guajiros–, que en materia de defensa del consumidor supusieron que se cubrían de gloria, retirando de las mesas ceniceros y saleros como medidas para proteger la salud de los usuarios.

Pero de la contaminación auditiva nadie se acuerda y menos legisla, prueba de que nuestros laboriosos representantes ya se acostumbraron al ruido y a las estridencias, como aceptan la basura televisiva que a diario insiste en la violencia como forma de relación. Pero no porque algo no se reglamente deja de hacer daño. No se trata sólo de la creciente disparidad entre calidad, servicio y precio, sino de la olvidada idea del concepto restaurantero.

Ya sea en uno yucateco, italiano, español o argentino, lejos de encontrar el fondo musical adecuado se padecerán ruidos en inglés tipo antro a un elevado volumen. La variante es ese mismo ruido por televisión y, en el colmo del amateurismo del refinado oficio de servir alimentos y bebidas, la transmisión de partidos de futbol no para deleite del cliente sino de ¡los meseros!, que entre tiros fallidos y goles mal se acuerdan de sus obligaciones. Como nadie protesta usted llama al capitán o al gerente para pedir que bajen el volumen o cambien la música. Le responderán que como es franquicia o un servicio previamente contratado no hay nada que hacer y mentirá al decir que la mayoría de la clientela es de jóvenes.

Aquí no saboteamos el sabor de nuestros platillos y el disfrute de nuestros comensales con sonidos e imágenes estridentes, es el anuncio que nunca veremos en los desalmados restaurantes. ¿O con la nueva Constitución sí?