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Nosotros ya no somos los mismos

¿Quién, cómo, por qué y de a cómo no se impuso la sinrazón, el adefesio impronunciable CDMX?

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“¿A quién se le ocurrió que Tohuí tuviera más derecho a que su nombre estuviera legitimado por el consenso de todo el país, que 8 o 9 millones de chilangos nativos o avecindados en el DF a nombrar a su ciudad o a decidir sobre su representación gráfica?”Foto Carlos Ramos Mamahua
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omo era de esperarse, todos los comentarios que provocó la mención que hice sobre el nacimiento, el 22 de julio de 1981, del osito panda, finalmente llamado Tohuí, fueron de adultos cincuentones. Obviamente: en ese año tenían alrededor de 15 y se contoneaban al ritmo de la canción de la bellísima Yuri, alusiva al inusitado acontecimiento.

Antes de referirme al bautizo del osito o, al menos a la elección de su nombre, que es el motivo esencial de esta columneta, quiero expresar mi asombro por el hecho de que este tema atrajo más comentarios que la referencia a la candidatura del Miguel Ángel Yunes a la gubernatura de Veracruz. Con la diferencia de que, sobre el plantígrado uno, todas las menciones fueron ­positivas.

Pero después de ese pequeño detalle, mi desconcierto y confusión sigue en aumento: ante el nacimiento en cautiverio del primer panda chilango (a miles de kilómetros de las regiones montañosas de China y el Tíbet, su hábitat natural), nuestro pueblo globero, ondero, emotivo (con nosotros dentro, por supuesto), reaccionó con un entusiasmo exultante. Luego, a la hora del bautizo, las expresiones para dar nombre al pequeño Ailuropoda melanoleuca se hicieron escuchar desde todos los rumbos no sólo de la capital, sino del país entero. Opinaron niños, abuelitos, maestros, videntes, publicistas, encuestadores, mercadólogos, clérigos, funcionarios, Club de Rotarios (Club de Leones, no; tampoco el círculo cinegético de alto rendimiento hormonal) y, por supuesto, los intelectuales orgánicos del momento, que no dejaban (ni dejan) escapar oportunidad, ni quincena, sin expresar su apoyo y solidaridad. Estos últimos llegaron a las finales con su propuesta: Can-Cun. ¿Can-Cun? ¡Claro! Qué magnífica oportunidad para reunir los dos acontecimientos más importantes de 1981: a) la Reunión Internacional para la Paz y el Desarrollo, conocida como la Cumbre Norte-Sur (asistieron 22 delegaciones de los países más representativos de ambos hemisferios); b) el nacimiento del segundo vástago de la pareja formada por don Pe-Pe y doña Ying Ying. Estos osos pandas gigantes habían sido un excepcional obsequio del gobierno chino al mexicano, después del intenso periplo que en 1973 el presidente Luis Echeverría había realizado por tres continentes. Desgraciadamente el ingenio desbordado de los publicistas y asesores de entonces no tomó en cuenta un pequeñísimo detalle: ¿qué significaba Cancún en maya?

Parece que fue un soldadito de esos que son como los criaditos de los altos jefazos del EMP; asistentes, creo, les dicen, y que entran y salen de todas las juntas y reuniones en Los Pinos, llevando papeles, sirviendo café, etcétera, quien abusando de la especial confianza que el coronel de Estado Mayor a quien servía, le comentó: “¿Mi jefe, usted ’tá diacuerdo con el espantajo di nombre pa’l pubre animalito ese delantifaz?” Mire, soldado Wilbert, mil veces le he dicho que en cuanto entre a una reunión por alguna instrucción superior, se convierta en sordo y ciego de inmediato. No sabe ni quiénes estaban ni qué decían. Además Cancún es una isla bellísima. Debería estar orgulloso de ser de por allí. “ Pus sí, mi corrnel, pero ’tonces por qué dicirle ‘nido de víboras’ al pubri oso”. El coronel, quien ya dijimos era diplomado de EM, vislumbró la posibilidad del acto heroico y con una emoción que a duras penas contenía, gritó: ¡Soldado Wilbert!, ¿de dónde sacó eso que acaba de decir?, ¿tiene pruebas? Al día siguiente el soldado Wilbert, acompañado de un tambaleante anciano, vestido con holgados pantalones de deslavado dril, una especie de guayabera, como un top de bellísimos colores, grandes zapatones que a leguas se notaba que no eran suyos, ni nunca los había calzado, ponían en manos del coronel unos legajos, como papiros o, mejor aún, como vitelas (material mucho más resistente para la escritura). El coronel llamó a su asistente, le ordenó algunas copias y que le regresara el original a los señores. “Oficial Wilbert –ordenó–, lleve a su suegro a conocer el Castillo y el bosque. Tómese el día y preséntese mañana a la hora de siempre.” Ya solo, el coronel tomó el teléfono de la red interna y dijo: Capitán, ¿podría decirle al señor general que tengo información que considero importante?

De inmediato se movió el ranking y la demagogia ocupó su sitio: ¿qué tal que sea un niño indígena el que le atine con el nombre? ¡Genial! Pero que sea una propuesta elemental para que sea creíble. Y que se convoca a un concurso nacional. Sí, todas las entidades y el entrañable DF (¿ven qué sencillito, breve, entendible y gratuito se nombró durante años a nuestra ciudad?). El jurado estuvo integrado por un académico de número (¿y de letra por qué no, oiga usté?) de la Real Academia de la Lengua, don Cantinflas Mario Moreno, el director del zoológico y algunos oscuros funcionarios de la delegación. El fallo favoreció, entre más de 100 mil participantes, al niño Parménides Orpinel García, oriundo de Guachochi, Chihuahua. Además de su viaje familiar al (entrañable) DF, se le otorgaron otros dos premios tan idóneos como de fácil y pronto cumplimiento. El primero, un automóvil Atlantic 1982, vehículo ideal para transportarse por las escarpadas supercarreteras de las serranías de las Barrancas del Cobre. El segundo, una beca de estudios que, a su cuarentona edad, sigue esperando.

Creo que a estas alturas, la maniobra de la columneta va quedando al descubierto: procurar envolver dentro de una nota de color la airada protesta que ha inflamado sus apariciones recientes. Pero hacerlo sutil, subliminalmente. Que lo anecdótico, lo festivo, sea como la capa entérica que permita que mis acervas críticas y justificados reclamos no sean destruidos por los burocráticos jugos gástricos estomacales, sino que lleguen a la primera porción del duodeno, muy sensible éste, al análisis crítico y las opiniones propositivas. Ejemplo. Capa entérica: el promedio de vida de un panda, en libertad, es de 20 años. Tohuí vivió dos sexenios, era un cincuentón. Los pandas tienen, como gran número de señoras, debilidad por el azúcar, tal vez por eso, su peso varía entre 70 y 120 kilogramos y, seguramente por eso, en cautiverio solamente 10 por ciento se aparea naturalmente.

Mensaje subliminal: ¿a quién carajos se le ocurrió que Tohuí tuviera (1981) más derecho a que su nombre estuviera legitimado por el consenso de mexicanos de todos los rumbos del país, que 8 o 9 millones de chilangos nativos o avecindados en el DF a nombrar a su ciudad (2016) o al menos decidir sobre su representación gráfica? ¿Por qué no somos simple y contundentemente C de M o CM, compacta abreviatura generadora de múltiples expresiones estéticas?

Capa entérica: con el promedio de vida de los panda, 20 años, la madurez sexual que se presenta a los siete, está medio presionada. Además hay que anotar que la duración de su cópula se calcula entre 30 segundos y cinco minutos (señoras hay que envidiarían el límite superior). El compromiso de que hasta que la muerte nos separe causa estragos también en los panda: sólo 10 por ciento de las parejas que son obligadas a vivir juntas se aparean naturalmente y, de éstas, únicamente 30 por ciento quedan preñadas. Y viene el dato letal para los defensores a ultranza del matrimonio entre sexos diversos y la vida conyugal tradicional: 60 por ciento de los pandas que conviven unidos pierden su deseo sexual a tal grado, que se ha tenido que recurrir, para corregir esta inapetencia, a exhibirles documentales de otras parejas cumpliendo el débito carnal, pero resulta que los pandas no son voyeristas, sino audioístas o practicantes de la audiolagnia o la acusticofilia, es decir, seres que logran su excitación no con imágenes, sino con los sonidos que produce otra pareja. ¡Vaya pandas más rebuscados y exquisitos!

No recuerdo si ya les comenté, que al poco tiempo de que Tohuí fue registrado como tal, se descubrió que, como algunos funcionarios públicos en funciones, el amigo panda había estado en el clóset (aunque él involuntariamente, pues no le afectaba ni el qué dirán ni su próxima elección), pero que en realidad, pese a su nariz picuda, ¡oh sorpresa!, era orgullosamente osa.

Ante el temor de que un seminarista de nombre Alberto Suárez Inda (me dicen que hoy funge como cardenal) decidiera, en un arrebato savonarolesco prender fuego al zoológico, las autoridades escogieron el camino de la secrecía y mantuvieron el nombre de Tohuí masculino, ignorando el de Tehuete (femenino). Y para ser coherentes, preñarla por inseminación artificial. Recuerden que la preservación de la especie es la única limpia intención que convierte la concupiscencia sexual en obediencia de un mandato divino.

Último mensaje subliminal: ¿Podrían las autoridades de la ciudad informar a los siempre chilangos: ¿quién, cómo, por qué y de a cómo no, se impuso la sinrazón, el adefesio impronunciable CDMX? (Sobre todo el de a cómo no.)

Dejémoslo, junto con una preguntita al señor cardenal Suárez Inda, para la próxima ­columneta.

Twitter: @ortiztejeda