Opinión
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Puntos sobre las íes

Recuerdos XXVIII

S

í, me volvió el alma al cuerpo…

Cuando el director de Televisión Española me dijo que las cartas compromiso para un posible acuerdo con el canal Sky Toro de Televisa estarían listas en un par de días, era yo otro y, como lo consigné, la invitación a comer que me hizo el director jurídico puedo decir que la consideré un buen cierre, deseando que pronto se firmara el convenio y al que podrían seguirle varios más: en lo deportivo, lo artístico y lo cultural.

Al día siguiente llegué más que peripuesto a la comida y, tras mucho hablar, platicar y referirnos a mil anécdotas del mundillo del toro, viendo que se me iba a venir encima un posible conflicto, le pedí ayuda y dije: licenciado, debo pedirle un gran favor, esto si es posible.

–Dígame, me animó

–Vine a España porque así lo dispusieron el señor Azcárraga y el licenciado Alemán y esas cartas compromiso le agradecería que me fueran entregadas en dos sobres dirigidos a ellos y debidamente cerrados y, de ser posible, lacrados, ya que sería de muy mal gusto que me enterara antes que ellos de puntos de vista, condiciones, posibles plazos y renovaciones.

Y me desconcertó.

–Esta comida fue planeada para ver cómo reaccionaría usted y la forma en que nos pediría le fueran entregadas las cartas compromiso y se hará tal y como me lo ha pedido.

Nos despedimos con gran afecto y verdadera gratitud de parte mía. Cuando llegué al hotel esperé a que estuvieran reunidos don Aurelio, Gabino y Alejandro y fue entonces que les solté la sopa.

Abrazos, felicitaciones y, obviamente, lo que sabía yo que iba a suceder.

–Alberto, me dijo don Aurelio, esos sobres me los va a entregar a mí ¿no es así?

–Claro que no; tú me dijiste, enfrente de Gabino, que me las tendría que barajear solo, porque tú habías venido de vacaciones y, además, el señor Azcárraga y el licenciado Alemán son quienes me encargaron estas gestiones y, por otra parte, están corriendo con todos los gastos y tan estoy obligado con ellos que pedí que las cartas compromiso me sean entregadas en sobres separados y debidamente rotulados, cerrados y lacrados, ya que por elemental educación, no voy a enterarme de los detalles.

Cara avinagrada, de pocos amigos, y fue entonces que los otros dos de la expedición nos dijeron que habían reservado una mesa para los cuatro en el restaurante Fermín, uno de las más postineros de la capital española y, gracias a ello, se disminuyó la tensión.

Y de todo hubo.

Para comenzar, era necesario poner en la puerta un letrero de no hay localidades, éramos como sardinas en lata. Por fin nos acomodaron en una mesa un poco más holgada y en esas andábamos cuando al lado nuestro acomodaron a una pareja de lo más dispareja que he visto en mi vida. Él, mayor de edad y lo que puede decirse en español un auténtico BIP (Barrigón, Importante y Pelón); y venga, pedir vino y más vino como si estuvieran deshidratados. Más tarde nos enteraríamos que él era alcalde de quién sabe qué población; ella, una increíble belleza, locutora de la televisión.

Nunca en mi ya larga vida he visto algo igual a lo que pidió para todos Gabino: una inmensa cazuela mitad mariscos, mitad solomillo (filete) y verduras de todos tamaños, colores y sabores que me pregunté si entre los cuatro daríamos cuenta de todo aquello.

Y sí, no comimos, devoramos aquellas delicias, dignas del gourmet más exigente, rociado todo con un vino de la casa que debe haber sido de la casa real, ya que ni los corchos dejamos.

Poco después, en riguroso orden según la urgencia, desfilamos al baño. Como nos dimos cuenta que don Aurelio tardaba más de lo lógico, Gabino se preocupó y nos preguntó: ¿estará vivo?

Sí regresó, pero medio vivo, y entre palabras e intermedios nos dijo que en una mesa distante de la nuestra estaban Jacobo Zabludovsky y Sarita, su esposa, y que nos invitaban a acompañarlos con una copa de vino.

En lo personal estaba muy sentido con Jacobo, así que les dije que se fueran y que me quedaría en calidad de guardián de nuestras localidades.

Y se fueron los tres.

Continuará...

(AAB)