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Fernando Savater
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ernando Savater es un educador nato; en México son muchos los estudiantes que lo siguen, y Las preguntas de la vida, abiertas a los 15 años por la joven universitaria Yunuhen González, es una guía para toda la vida. A Yunuhen el libro le pareció claro y accesible. Muchos jóvenes abandonan a Marx y a Kant porque les resulta difícil, en cambio llegar a la Ética para Amador o a la Política para Amador, así como a El jardín de las dudas, es entrar a un campo más amable que hace fuertes a los lectores y los incita a seguir leyendo.

En México consideramos a Savater un héroe y hasta nos preocupa verlo cruzar la calle con su camisa al viento y su saco abierto a los accidentes de la vida. Haber estado muy cerca de la muerte y padecido el calvario de la persecución constante lo hizo valiente. Enfrentarse a la ETA lo obligó a desplazarse entre guardaespaldas convertidos a fuerza en compañeros de vida, porque era la única forma de salvarla.

Los creadores sobresalientes han sido, cuando no encarcelados o perseguidos, juzgados ante un tribunal; ahí están Oscar Wilde, Ezra Pound, Pier Paolo Pasolini, Jean Genet y, en México, José Revueltas, aunque Juan Rulfo vivió eternamente condenado por un juez implacable que sólo a él le estaba destinado.

Al ser reconocido en México, Savater sigue los pasos de ilustres antecesores porque España perdió a los filósofos que México ganó. Aquí vinieron María Zambrano, José Gaos, Adolfo Sánchez Vázquez, Eduardo Nicol, Joaquín Xirau y su hijo Ramón, médicos, arquitectos, hombres de empresa y pedagogos de la talla de Patricio Redondo y José de Tapia. Nacido en Barcelona, también llegó Luis Villoro, padre de Juan Villoro, el más presente de los jóvenes intelectuales mexicanos.

Como sus antepasados, Fernando Savater se convierte para nuestros jóvenes en autor necesario, porque la mayoría busca a quién acudir para sus problemas de vida. Savater tiene una gran relación con los muchachos y su diálogo se perfecciona de libro en libro, aunque en México la literatura no forme parte del discurso público. Eso no quita que universidades como la UNAM, la UAM, el ITAM o el Tec de Monterrey, puedan consagrar o rechazar a determinado personaje. El gran triunfo de la Ibero fue repudiar al actual presidente Enrique Peña Nieto el 11 de mayo de 2012.

Es fácil darse cuenta que en México queremos a Fernando Savater. Nos gusta verlo ponerse rojo por el sol: nos gusta que crea que la felicidad es un derecho inalienable. Nos gusta que jamás se queje de la contaminación. Nos gusta que él nos quiera y regrese cada año. Además, en México ha publicado varios de sus libros: El valor de educar, Los diez mandamientos en el Siglo XXI, Los caminos para la libertad: ética y educación, y Aquí viven leones, que hoy ofrece a sus lectores.

Savater nos ha hecho mejores con sus libros.

Hace años tuve la oportunidad de escucharlo en la Casa del Estudiante, en Madrid, y me sorprendió que permaneciera 40 minutos de más respondiendo a las preguntas del público, en su mayoría estudiantes. Más tarde comprobé que Savater reúne a un público numeroso no sólo porque es buen escritor, sino buena persona. En Monterrey, la ciudad-cuna de Alfonso Reyes, Savater es un autor de cabecera. En 1999 dictó en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores la cátedra Alfonso Reyes. Mordaz, ingenioso, jovial y provocador, tiene la sabiduría de reírse de sí mismo. Sus escritos reflejan esa enrojecida ironía que a todos nos atrae; a ratos hasta parece salir de un cuadro de Franz Hals con su risa en los cabellos y su vaso en la mano.

Así como escribió, en 1985, El dialecto de la vida, que relata un viaje entre un joven fotógrafo y un escritor, ahora con su mujer, Sara, lanza a las librerías de México (muy escasas, por cierto) su obra más reciente: Aquí viven leones, cuya jaula abre la editorial Debate. Se trata de un libro entrañable porque Savater lo hizo con su mujer Sara Torres. Viajó con ella, tomó fotografías, entró con ella a la casa de los escritores y Sara recogió detalles que a lo mejor él habría pasado por alto. Lo malo, lo muy malo, es que Sara ya no está. Sólo nos queda su sonrisa y su valentía. El curioso que lea la segunda frase de la dedicatoria de El jardín de las dudas, et pour Mademoiselle Torres, éperdument, se dará cuenta de la dimensión de la pérdida de Savater. Recuerdo que mi madre nos hacía deshojar margaritas a mi hermana y a mí, y decir: “Je t’aime, un peu, beaucoup, a la folie, éperdument, pas dutout”, y si el último pétalo caía en éperdument, te amo perdidamente, nos abrazábamos en espera de ese gran amor a la vuelta de las margaritas.

Aunque ya no esté entre nosotros, también para Sara Torres salieron a tomar el sol Stefan Zweig, Agatha Christie, Edgar Allan Poe y nuestro Alfonso Reyes, quien era adicto al Rey Sol (no el de Francia, el de Monterrey), y aseguró que a él lo seguía como perrito faldero;/ despeinado y dulce,/ claro y amarillo:/ ese sol con sueño/ que sigue a los niños/. A las mujeres, Gustave Flaubert nos hizo el favor de convertirnos en Emmas Bovary, aunque ahora estemos superalivianadas, y si hay cualquier tipo de disfunción optamos por el divorcio; William Shakespeare, a quien curiosamente Savater llama Will, nos hizo ver que éramos unos pobres actorcitos a la merced de un mundo cada vez más complejo, y Valle-Inclán –quien era manco– desembarcó en México en los 20. Aunque no lo sabe Savater, se enamoró de Lupe Marín en Guadalajara y lamentó: ¡Qué triste destino el mío!/ encontrarte en mi camino/ cuando los años blanquean/ mis barbas de peregrino.

Del terrorífico Edgar Allan Poe sólo había yo leído El cuervo, que después memorizó en inglés para mi asombro Jesusa Rodríguez y dijo en la Casa del Lago con una máscara de cuervo de cartón cubriéndole la cabeza y un largo y estorboso pico por el que los versos se abrían paso. Ignoraba yo que Stefan Zweig se había suicidado en Brasil. Había leído sus biografías de María Antonieta, Balzac, Montaigne, María Estuardo, Freud y Romain Rolland, porque admiré su generosidad, ya que sus biografías son llaves para leer otros libros. Tampoco sabía que a Leopardi lo perseguía un pesimismo cósmico. Nadie le dijo que una joroba trae buena suerte y nadie lo protegió contra sí mismo.

Presentar Aquí viven leones es difícil porque el libro cumple solo y con creces ese cometido, y su autor no sólo nos adentra en la vida y la obra del personaje, sino que enseña a llegar hasta él, qué comer en el camino al encuentro y a qué hora se cierra la visita. Queda poco por hacer salvo leerlo. Hablar de Aquí viven leones me ha dado la oportunidad de pensar en Fernando Savater con agradecimiento, el mismo que le tenemos los mexicanos, porque Savater, con su escritura y su palabra, nos insufla el deseo de meternos a la jaula de los leones y acariciar a tan extraordinarias fieras.