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Vox Libris
Viaje dantesco
Periódico La Jornada
Domingo 24 de abril de 2016, p. a12

La publicación de la novela corta Le Château de Céne, 1969, en Francia, con el seudónimo de Urban d’Orlhac, fue de inmediato un suceso reconocido como “uno de los más finos trabajos del erotismo literario francés, comparado con la Historia de ojo de Georges Bataille o la Historia de O de Pauline Réage”.

Tiempo después se sabría que el autor, del también calificado de polémico texto, fue Bernard Noël (Sainte-Geneviève-sur-Argence, Francia, 1930), considerado uno de los máximos poetas franceses contemporáneos.

Ahora el texto literario ha sido traducido al español por Arturo Vázquez Barrón, con el título El castillo de cena y coeditado por el sello Vanilla Planifolia y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, hoy Secretaría de Cultura federal.

De acuerdo con los editores, el también ensayista y crítico de arte relata un intenso rito de iniciación sexual que ocurre en una misteriosa y remota isla. El protagonista, escogido como amante de la Luna, emprende un viaje dantesco a través de niveles sucesivos de dolor y éxtasis. El clímax es un beatífico rito de purificación sexual en el Castillo de la Comunión, que es descrito con un lenguaje poético crudo y casi místico.

Dictado en una grabadora y terminado en tan sólo tres semanas, el texto se considera fue escrito como una provocación, una protesta a las atrocidades perpetradas por las autoridades francesas en Argelia.

Noël publicó su primer libro de poesía, Les Yeux Quimeras, en 1955; al que siguió el de poemas en prosa Esencia del cuerpo o de los extractos del texto. Luego de nueve años publicó su siguiente libro, Ante el silencio (1967). Por El castillo de cena, fue en su momento enjuiciado por las autoridades galas por desórdenes contra la moral.

Mi sexo se hundió en la humedad de sus labios, mis manos tomaron su senos, mi boca su boca, y empezamos a caer a través de la noche, mientras mi tronco de carne recibía un homenaje de sangre virgen, que humeó sobre mis huevos. Mi sexo, habiendo forzado la entrada, corría entre las paredes palpitantes para alcanzar el fondo de la suave funda. Hacían un círculo a nuestro alrededor; estaban suspendidos al ritmo de nuestro aliento. Piel con piel, me iba adhiriendo a la luna nueva, la fecundaba con el mantillo pardusco de mis heridas mientras su sangre nueva aceitaba nuestro encuentro. De vez en cuando, retiraba mi sexo rojo para que lo vieran sobresalir de entre nuestras piernas, luego abalanzarse, volver a salir y abalanzarse de nuevo. La noche, en la que nos hundíamos, enganchaba a nuestros huesos misterios que el viento de nuestra carrera bastaba para resolver. Hubo como un hoyo de aire, una caída en la caída, pero en ese instante, sentí que me llevaban; unas manos me habían cogido de los hombros y de las piernas, y me arrancaron. Por último, me voltearon, y levantado en brazos, vi el cielo contra mí y la leche de mi semen brotó, por lo que la luna nueva pudo deslizarse hacia la cima de la noche y abrir en ella un hoyo dorado, relata el protagonista de la historia.

El libro publicado en español integra otros tres breves textos: El castillo de fuera, El ultraje de las palabras y La pornografía.

Título: El castillo de cena y tres textos más

Autor: Bernard Noël

Traducción: Arturo Vázquez Barrón

Editorial: Vanilla Planifolia-Conaculta

Número de páginas: 1159

Taberna y míticas reuniones

De acuerdo con el poeta, ensayista y traductor colombiano Jorge Bustamante García (Zipaquirá, 1951), uno de los sitios más célebres en San Petersburgo, entre 1911 y 1915, especie de after hours ruso, fue el sótano de una vieja casa que alguna vez perteneció a un conocido de Alexander Pushkin (1799-1837); lugar que fue conocido como El Perro Vagabundo, el cual funcionaba a partir de las 11 de la noche, como café, cantina, cabaret y teatro, pero principalmente como un club, donde se reunían poetas, pintores, actores y directores de teatro para comer, beber, discutir sobre literatura, celebrar aniversarios o compartir con toda libertad sus propias creaciones.

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La administración de la hoy memorable taberna estaba a cargo del actor y director Boris Pronin, hombre con pocas capacidades organizativas, pero dueño de una gran simpatía y carisma, que le permitía convocar a la crema y nata de la intelectualidad petersburguesa de comienzos del siglo XX.

Isaak Bábel, Alexander Blok, Mijaíl Bulgákov, Sergéi Esenin, Vladimir Maiakovski, Marina Tsvetáieva, Anna Ajmátova y Nikolai Guiliov son algunos de los muchos artistas que se daban cita en aquel antro, al que para entrar y llegar, según testimonio de Georgi Ivánov (1894-1958), era necesario despertar al portero somnoliento, atravesar dos patios llenos de nieve, en un tercer patio voltear a la izquierda, bajar diez escalones y empujar una puerta revestida de hule. Al llegar, de inmediato te atolondraba la música, el sopor y el abigarramiento de las paredes, el rumor de un ventilador eléctrico, que sonaba como una aeroplano.

Bustamante García ha seleccionado y traducido una serie de textos, anécdotas, declaraciones y fragmentos de diarios, que dan testimonio de esas hoy míticas reuniones.

Con el título El Perro Vagabundo y otras memorias de escritores rusos, coeditado por el sello Río Lejos y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, hoy Secretaría de Cultura, ese libro trata de ofrecer un panorama vital y conmovedor del ambiente artístico ruso de las primeras décadas del siglo XX.

Las veladas en El Perro Vagabundo, apunta el traductor en la introducción, “comenzaban hacia la medianoche, cuando terminaban los espectáculos de teatro de San Petersburgo; en sus inicios no se permitía la entrada al público en general, ya que la idea era que se reunieran allí sólo artistas, en el sentido más amplio de la palabra. En El Perro..., leían sus poemas autores como Ajmátova, Maiakovski, Mandelstam y Kuzmín; presentaban sus danzas bailarines como Karsavina, Fokin y Lopujov, cantaban artistas de ópera como Popova y Zhuravlenko, actuaban artistas dramáticos como Time y Iurev, músicos como Sats y Gnesin, y los frecuentaban personajes como Meyerjold y Prokófiev, entre otros.

“En ese sótano, se montaban operetas y se realizaban veladas literarias, no faltaban los escándalos y las peleas. Era un lugar donde también llegaban, y brillaban con luz propia, las bellezas petersburgesas más conocidas del Siglo de la Plata, amigas y musas de poetas y pintores, las ‘ninfas de los años diez’ del siglo XX: la resplandeciente Olga Sudeikina-Glebova, S. Androníkova, P. Bogdanova-Belskaya y E. Barkova-Osmerkina, entre otras”.

Título: El Perro Vagabundo y otras memorias de escritores rusos

Traducción: Jorge Bustamante García

Editorial: Río Lejos/Conaculta

Número de páginas: 177

Texto: Carlos Paul

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