Opinión
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Constituir a la ciudad
E

l ilustre constitucionalista potosino Manuel Herrera y Lasso, en su libro Estudios constitucionales, publicado en 1940 por Editorial Polis, relata, en un tipo de novela de aventuras, cómo México se libró de la pulverización política, a la manera de Centroamérica, gracias a la aprobación en 1824 del Acta Constitutiva de la Nación Mexicana.

El Congreso Constituyente, integrado con representantes de 23 provincias, como aún se denominaba a los que poco después serían los estados de la Unión, decretó el pacto federal y con ello detuvo que las inquietas regiones, una tras otra según expresión de Rabasa, proclamaran su independencia, ya no de España sino ahora de México.

Convocar a elecciones de un congreso constituyente y declarar en esa oportuna el Acta Provisional, que conservarían su soberanía para asuntos internos y hacia el exterior formarían parte, de entonces en adelante, de una federación y no de un Estado central, nos salvó; las regiones así, como partes con derechos iguales de un Estado federal, accedieron a la unidad y a federarse para ser lo que, a contrapelo de errores, abusos autoritarios y mucho centralismo bajo cuerda (recuerden el mando único), seguimos siendo: la unión de estados organizados en una república popular, representativa y sobre la persistente base de su natural y recíproca independencia.

Fue un acuerdo oportuno, un buen punto de partida; posteriormente, a la primera lista se incorporaron otros: Chiapas se separó de Guatemala y se sumó a México. Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas se subdividieron, dejaron ser un solo estado, el Interno de Oriente, para conformar tres; otros como Texas, Alta California, Arizona y Nuevo México nos fueron arrebatados por la fuerza. Los que quedaron, mal que bien, conservaron la unidad y el sistema federal.

Pero quedaba un negrito en el arroz: el Distrito Federal. ¿Qué era?, ¿qué es o qué fue? El mismo Herrera y Lasso lo calificó de el paria de la Federación; su territorio fue segregado del estado de México y los ataques en su contra no se dejaron esperar; en el constituyente de 1824 se propuso que el Distrito Federal abandonara la Ciudad de México y fuera a instalarse al estado de Querétaro; Guillermo Prieto y Francisco Zarco nos defendieron, gracias a ellos aquí nos quedamos, pero con limitaciones y carencias políticas.

El territorio del DF fue inicialmente una gran circunferencia de una legua de radio; poco después, aun durante el turbulento siglo XIX, expandió su territorio, perdió su forma geométrica y quedó más o menos como existe hoy, pero siempre con derechos limitados y con un estatus jurídico confuso, así que continuó como el paria de la Federación, al menos en lo político, en lo demás, cultura, urbanismo, belleza y civismo, nada de paria.

A los habitantes de la capital, con el nombre burocrático de Distrito Federal, se nos denominaba ciudadanos de segunda porque no podíamos designar a nuestras autoridades; los cambios hacia la democratización se han dado paulatinamente y en este año, por fin, acotada por el sistema, podremos tener en nuestra ciudad una constitución propia.

La propuesta de Morena para definir la nueva entidad es esta: “La Ciudad de México es una comunidad soberana, integrada por mujeres y hombres en lucha permanente por sus derechos civiles, políticos, sociales, económicos, culturales y ambientales plenos, que se agrupan en pueblos originarios, barrios, colonias, conjuntos habitaciones y conglomerados geográficos y sociales diversos. Es también la capital de los Estados Unidos Mexicanos, sede de los poderes de la Unión.

Ciudad de todas y todos los mexicanos y una entidad federativa en incesante búsqueda por alcanzar derechos iguales a los 31 estados que junto con ella integran la Federación.

Es una propuesta para dejar de ser paria y convertirnos en una capital a la altura del nivel educativo y cívico de los capitalinos.