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Cien años de Ginastera
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Solo y solitario, Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo, se hizo construir en el jardín de su palacio una colección de extraños monstruos y criaturas de piedra que terminaron por ser su única compañía. Bomarzo es una ópera de Alberto Ginastera de la que por desgracia no existe grabaciónFoto Juan Arturo Brennan
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ste reciente lunes 11 de abril se cumplió el centenario natal de Alberto Evaristo Ginastera (Buenos Aires, 1916-Ginebra, 1983), sin duda el más importante compositor argentino de la historia y uno de los más relevantes de toda Latinoamérica, a la altura de Revueltas, Chávez y Villa-Lobos.

Además de su calidad y atractivo intrínsecos, la música de Ginastera presenta al melómano una cierta facilidad de clasificación, propuesta en su momento por el propio compositor. En una primera etapa de su trayecto creativo, Ginastera se situó en el nacionalismo objetivo, es decir, una expresión en la que aludía de manera explícita a ritmos, géneros y melodías de la música tradicional argentina.

Después, transitó hacia el llamado nacionalismo subjetivo, en el que su música tiene claro sabor y sonido argentinos, pero ahora a partir de la abstracción, depuración y estilización de los elementos vernáculos.

Finalmente, Alberto Ginastera dejó atrás toda huella de lo nacional-regional para componer en un estilo universal y abstracto, plenamente moderno y de un gran rigor, en el que incorporó elementos como el microtonalismo, la música aleatoria y las prácticas dodecafónicas. A este estilo maduro suyo, el propio compositor lo calificó de neo-expresionismo. Puede decirse también que Alberto Ginastera está colocado en el centro de una compacta pero interesante genealogía musical: fue alumno de Aaron Copland (1900-1990) y maestro de Ástor Piazzolla (1921-1992).

El listado que consigno a continuación es, a la vez, una selección de lo más relevante de su producción, y una recomendación-invitación a escuchar: los ballets Panambí y Estancia; sus tres cuartetos de cuerdas; las obras orquestales Ollantay, Popol-Vuh, Obertura para El Fausto criollo y Pampeana No. 3; sus dos conciertos para violoncello, dos para piano, uno para arpa y uno para violín; las Danzas argentinas y los Doce preludios americanos, para piano; las tres sonatas para piano; la Cantata para América mágica.

Y si dependiera de mí, la audición que recomendaría entusiastamente en primer lugar sería la de su formidable ópera Bomarzo, de la que por desgracia no existe grabación. Es decir… existió la grabación realizada con motivo del estreno en Washington en 1967, un añejo e inconseguible álbum triple de LPs considerado hoy como un incunable. Hace algunos años circuló por Internet una digitalización de ese álbum, en una edición limitada realizada por el Centro Cultural Argentino, que milagrosamente se cruzó en mi camino.

Se trata de una ópera poderosa, expresiva, inquietante, retadora, terrible, que al mérito de la sólida música de Ginastera añade un soberbio libreto de Manuel Mujica Láinez, basado en su propia novela homónima. Allí se cuentan las desventuras de Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo, príncipe contrahecho y jorobado, uno de los personajes más tormentosos y atormentados en la historia de la ópera, en el contexto de sordas pugnas de poder en la Italia renacentista y de una historia familiar y personal sórdida, angustiada y decadente.

Solo y solitario, Pier Francesco Orsini se hace construir en el jardín de su palacio una colección de extraños monstruos y criaturas de piedra que terminan por ser su única compañía. (Por cierto, el papel del duque de Bomarzo en el estreno de la ópera fue interpretado por el tenor mexicano Salvador Novoa). Lo más interesante del caso es que novela, libreto y ópera están basados en un personaje real y en un lugar real; visitar el Parque de los Monstruos en Bomarzo (93 kilómetros al norte de Roma), leer la monumental novela de Mujica Láinez y escuchar la ópera de Ginastera es una experiencia tripartita incomparable.

De manera igualmente enfática recomiendo la lectura del fascinante libro The Bomarzo Affair-Ópera, perversión y dictadura, en el que Esteban Buch hace una lúcida y escalofriante narración de los mecanismos con los que en 1967 la dictadura del gorila Juan Carlos Onganía prohibió el estreno del Bomarzo de Ginastera en Buenos Aires, en uno de los momentos más vergonzosos en la historia de la censura cultural. De paso, para como están las cosas aquí, ponemos nuestras barbas en remojo. Mientras tanto, a escuchar mucho Ginastera en su centenario.