Opinión
Ver día anteriorSábado 9 de abril de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nuestra diplomacia heroica
N

o cabe duda de que en nuestro cuerpo diplomático, a lo largo del tiempo, ha habido personajes verdaderamente heroicos.

Pienso, en primer lugar, claro está, en el poblano Gilberto Bosques, hombre de todas las confianzas del general Lázaro Cárdenas. Como cónsul general de México en Francia durante la ocupación nazi, Bosques acumuló en su haber la salvación de muchas, pero muchas vidas que de otro modo hubieran sido segadas por los propios alemanes o por los franquistas españoles.

El trabajo de Bosques y de la gente que colaboró día y noche con él constituye una de las mejores páginas de la diplomacia mundial y sobre la cual no se ha dicho prácticamente nada. Podría contarse aquí, a manera de ejemplo, al doctor Gregorio Nivon, también allegado de Cárdenas. Muchos hay, en efecto, de quienes muy pocos se acuerdan.

De esa misma época no puede omitirse por igual a los embajadores en Francia Narciso Bassols y Luis I. Rodríguez, mexiquense uno y guanajuatense el otro. Bassols, aparte de haber colaborado con el diseño de la espléndida acción internacional de Cárdenas, fue quien empezó con la ayuda a los republicanos españoles que salían huyendo de España para salvar sus vidas. Rodríguez, por su parte, merecería un sitio más distinguido en el panteón nacional, tan sólo por haber arrancado al gobierno francés de Vichy, encabezado por los fascistas Philippe Pétain y Pierre Laval, aquel acuerdo que puso bajo la protección de la bandera mexicana a todos los españoles, judíos y libaneses que se hallaban en aquel sector denominado hipócritamente Francia libre. Ello sin contar que, por su acción personal y muy valiente, lo mismo el presidente español Manuel Azaña que el jefe de gobierno Juan Negrín escaparon de las garras de los franquistas. Con él trabajaron Alfonso Castro Valle y el capitán Antonio Haro Oliva, entre muchos más.

Pero la historia siguió: el propio Bosques se cubrió de gloria también en Portugal rescatando gente que huyó de España y que el gobierno portugués no regresó gracias a sus gestiones con Antonio de Oliveira Salazar. Luego vino su gesta en la Cuba de Fulgencio Batista, dando pie a la salvación de muchos cubanos, como el propio Fidel Castro…

¿Cuántos guatemaltecos, dominicanos, brasileños, colombianos, venezolanos, etcétera, salvaron sus vidas al hallar asilo primero en las embajadas de México y luego en nuestro país? Hace falta un inventario.

Tampoco podemos perder de vista el Cono Sur de América. En Argentina el tabasqueño Emilio Calderón Puig, cardenista también, y en Chile por supuesto otra gran muestra de entrega y arrojo: la del potosino Gonzalo Martínez Corbalá, de la misma hueste del prócer de Jiquilpan, en ocasión del golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet, en 1973. De esa gesta podemos pescar otro nombre entrañable: Raúl Valdés Aguilar, con fuertes raíces en el norte de Jalisco. Pero hubo más…

Soy de la idea de que valdría la pena rescatar sistemáticamente del olvido a muchos partícipes en segundo plano de estas y otras gestas igualmente dignas. Sería un acto de justicia y un digno ejemplo para los diplomáticos de hoy, a veces no tan comprometidos como debieran, con los tres colores de nuestra bandera.