Opinión
Ver día anteriorViernes 8 de abril de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Hay que empezar a decir adiós
L

ey irrevocable de la vida es que todo empieza y todo acaba. Por ello es útil recordar aquella máxima latina sic transit gloria mundi, que significa literalmente: Así pasa la gloria del mundo, que se utilizaba para recordar a los poderosos, emperadores y papas, lo efímero de los triunfos mundanos. Para Peña ya todo empezó a acabar.

México en Paz, un gran capítulo de su Plan Nacional de Desarrollo, quedó para el recuerdo. A principios de 2013 el entonces novel presidente planteaba que esa meta del plan garantizaría el avance de la democracia, la gobernabilidad y la seguridad de su población. Los hechos muy pronto lo desacreditarían.

No hay democracia si se asesina o desaparece a miembros de la prensa. La supuesta gobernabilidad es inexistente si no hay metas compartidas pueblo/gobierno, si a los consensos sobre los grandes problemas nacionales los sustituye la autocracia. No hay democracia cuando se acude a la violencia para imponer criterios y no la hay si el pueblo está limitado en enjuiciar el quehacer de sus gobiernos, como pretender hacer discrecional el imponer la suspensión de garantías (artículo 29 constitucional).

En materia de seguridad pública, su proyecto es indefendible; no es posible acreditar la seguridad ante la violencia criminal que se documenta cotidianamente: desapariciones forzadas en manos de la policía, secuestros agravados, homicidios, extorsiones. El gobierno se escuda exhibiendo insensibles explicaciones estadísticas ajenas al dolor humano.

La falta de logros trascendentes del Presidente en su meta de México en Paz se explica por su caprichosa manera de gobernar, su irrespeto a las instituciones, su fe en la improvisación y su obstinación en sostener decisiones fallidas. Eso fue lo que impidió el evolucionar razonablemente en estos tres asuntos por demás delicados. A simple juicio del lector conclúyase si democracia, gobernabilidad y seguridad hoy son razonablemente mejores que hace mil días.

En otras metas de su plan, México Incluyente, México con Educación de Calidad, México Próspero y México con Responsabilidad Global, las cuentas tampoco salen tan bien como se vocea. Todo el discurso presidencial por tres años se ha basado hasta el fastidio en la exaltación del Pacto por México.

Al mismo tiempo se soslayan los compromisos planteados en el propio plan con la inclusión social en todo acto de gobierno que obligaba a garantizar el ejercicio de los derechos constitucionales y a menguar las brechas de desigualdad. No se percibe por parte del pueblo ningún sentimiento aprobatorio a ello.

Nadie reconocería en este momento al México Próspero que se tuvo prometido en otra meta del plan. Pocos podrían declararse hoy más felices que en aquellos promisorios días, a menos que dicho compromiso hubiera sido hecho para los ricos de entonces. Efectivamente, hoy los ricos son más ricos que los de aquel entonces. Con un número creciente de pobres (53.2 por ciento de la población, según la Cepal) hablar de prosperidad es una burla.

Ante la comunidad internacional, el México de hoy no es un país del que estemos más orgullosos y satisfechos que el de principios de sexenio. Veamos: Los escándalos de corrupción de la Casa Blanca y las otras; Ayotzinapa, lo amargo de Tlatlaya, el sainete de la fuga de El Chapo, la quisicosa de nuestro embajador en Washington, las bravatas contra las ONG de derechos humanos. Designar su enemigo preferido al GIEI de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que el propio gobierno invitó a venir.

Ante el extranjero nos salpica el hacker Sepúlveda, la brutal criminalidad, el caso Moreira y el de Fidel Herrera; el mutismo ante la feliz coyuntura de Cuba y Estados Unidos; los desmadres de los órganos electorales, fueran de la autoridad o de los partidos. Todo ello y la lenidad de la propia Secretaría de Relaciones Exteriores producen un deterioro de imagen doloroso. Esa conducción guanga de la política exterior, ajena a los principios constitucionales, no podía rendir un fruto mejor.

De esta suerte de balance y la anticipación prelectoral de 2018, otra evidencia del desgobierno se desprende que en el ambiente hay un aroma a despedida. Las cosas por mil razones se anticiparon y suerte tendrá Peña y tendremos los mexicanos si los 20 meses futuros no son los del despeñadero que anuncia López Obrador con no pocas razones.

Se acabó la fiesta, ni el circo ni los enanos progresaron. Nos abruma un ambiente de insípida mediocridad. Olor a despedida, a se acabó. Para el Presidente es tiempo ya sólo de flotar, de fingir, de simular, de negociar garantías para su futuro y de dar patadas a los trepadores. Sólo quedan cartuchos de salva. Así habremos de pasar esos meses. Fue lección convencional de muchos sexenios que la serenidad política y social eran fórmula respetada hasta el último año. Sólo que ese último año ya llegó. La disciplina se aguangó, las riendas se aflojaron.