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Dilemas centroamericanos: política, violencia y emigración
A

lo largo de casi 50 años en Centroamérica se han generado cuatro tipos diferentes de migraciones: exilio, refugio, económica y desarraigo, todas ellas relacionadas con diferentes clases de violencia y en correspondencia con distintos contextos políticos.

La década de 1970 se caracterizó por un sistema político dictatorial, tanto militar como familiar, sustentado por elecciones amañadas o golpes de Estado. En ese contexto surgieron movimientos guerrilleros en Panamá, Nicaragua, Guatemala y El Salvador, y se consolidó el apoyo de Estados Unidos a dictaduras como la de Anastasio Somoza en Nicaragua, Fidel Sánchez en El Salvador u Oswaldo López en Honduras.

Los dictadores ejercieron violencia política y represión sistemática en contra de la oposición y se gestó un primer proceso migratorio de tipo político y caracterizado por el exilio. En el contexto internacional hay que considerar el impacto que tuvo la revolución cubana como detonador de la guerra fría en la región, el surgimiento de los movimientos de liberación nacional en diferentes países, la respuesta inmediata con la intervención militar en República Dominicana en 1965 y el apoyo sistemático a las dictaduras y gobiernos militares en América Latina. La guerrilla en Centroamérica será el último escenario de la guerra fría en el continente.

La década de 1980 se caracterizó por la violencia armada y las guerras civiles en Nicaragua, El Salvador y Guatemala, que tuvieron impacto directo en toda la región, pero especialmente en Honduras. Al triunfo de la revolución sandinista le siguió la guerra civil con la contra, financiada por Estados Unidos, y el apoyo logístico y territorial de Honduras. En El Salvador el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y otras tantas agrupaciones lanzaron varias ofensivas finales, pero no pudieron tomar el poder y la guerra prosiguió por varios años en una situación de equilibrio de fuerzas. En Guatemala, la guerra civil fue propiamente de baja intensidad y exterminio, que se agudizó en 1982 con el golpe militar y la presidencia de facto del general José Efraín Ríos Montt. En este contexto surgieron el Grupo Contadora y aliados, que tratan de mediar para lograr la paz en la región. La violencia armada, los gobiernos militares o de facto generaron una migración masiva de refugiados que se dirigieron a los países vecinos: México, Costa Rica, Estados Unidos y Canadá.

La década de 1990 fue una fase de reconstrucción, acuerdos de paz y retorno de refugiados. En 1991 terminó la guerra civil en Nicaragua y Violeta Chamorro llegó al poder en elecciones democráticas. En 1992, después de arduas negociaciones, se llegó a un acuerdo de paz en El Salvador. En Guatemala, la paz empezó a gestarse con los acuerdos de Esquipulas en 1986 y 1987, y concluyó en 1990 con los acuerdos de Oslo y posteriormente con el retorno de grupos de refugiados que se habían asentado en México. No obstante las formalidades de los acuerdos de paz, la posguerra mostraba sus secuelas con un incremento notable de la violencia cotidiana, el tráfico y el uso de armas, el surgimiento de las pandillas, las maras y la presencia del narco. En esta década se incrementaron de manera notable los migrantes económicos que se dirigen a Estados Unidos y transitan por México.

La primera década del siglo XXI se caracterizó por la consolidación de la democracia en Centroamérica, incluso por la alternancia, en el caso de Nicaragua, con Daniel Ortega, que vuelve a ser elegido, y el arribo democrático en El Salvador de dos gobiernos ligados al FMLN: el de Mauricio Funes y el del comandante guerrillero Salvador Sánchez Cerón. En Guatemala los gobiernos se sucedían sin mayores sobresaltos, pero persiste una presencia activa del ejército. En 2012 el general retirado Otto Pérez Molina, formado en la Escuela de las Américas, llegó a ser presidente, teniendo como antecedente haber representado al ejército en los acuerdos de paz y luego fue destituido, acusado de corrupción. Ahora gobierna Jimmy Morales, un comediante. Por su parte, en Honduras se dio un cambio importante en 2006, con la llegada de la presidencia reformista de José Manuel Zelaya, quien no logró terminar su periodo y se dio un golpe de Estado que colocó en la presidencia, de manera interina, a Roberto Micheletti, y luego le sucedió Juan Orlando Hernández.

A los avatares de la política en el siglo XXI en Centroamérica, con gobiernos democráticos, pero acotados y vulnerables, le corresponde un tipo de violencia sistémica, que penetra en todos los sectores de la sociedad y se sustenta en la impunidad.

La violencia generalizada se interrelaciona directamente con la presencia cada vez mayor de bandas del crimen organizado y pandillas de carácter internacional, que utilizan a miles de jóvenes como halcones, gatilleros o narcomenudistas, quienes además de los trabajos que les encarga el narco, se dedican a delinquir, robar, extorsionar, secuestrar y cobrar derecho de piso.

A la persistente pobreza en la región se suma la pobreza de su clase política, los avatares y desastres naturales y la violencia sistémica y generalizada. En este contexto se generan la migración y el desplazamiento masivo de cientos de miles de personas que buscan mejorar su situación fuera de su lugar de origen, que podrían considerarse migrantes económicos. Pero también la de los desarraigados, los niños que buscan a sus padres, los agredidos por la violencia cotidiana, los que ya no tienen nada que perder y huyen de una situación de violencia extrema, pobreza ancestral y futuro incierto.

El dilema centroamericano radica en quedar expuesto a la violencia sistémica o morir en el intento de encontrar un lugar más amable para sobrevivir.

Para Alfonso Ibáñez, quien fuera lector asiduo de esta columna.