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Francisco frente a sus Macbeths
E

n mi artículo anterior planteé que el papa Francisco llegaba a México en el contexto de tres crisis de gobernabilidad que afectaban tanto su magisterio como su papel de líder mundial.

La gobernabilidad mundial. En primer lugar están las crisis de gobernabilidad mundial donde las instituciones multilaterales se encuentran rebasadas con retos cuyo hilo conductor es la búsqueda de un nuevo sentido compartido sobre el mundo que habitamos y donde los millones de refugiados y desplazados son testimonio vivo de la erosión de las reglas de convivencia.

La gobernabilidad interna. Hay otra profunda crisis sobre la frontera entre las creencias religiosas y el poder público. Junto con lo anterior está la crisis de la gobernabilidad interna de la Iglesia católica con dilemas existenciales que se expresan en las condenas constantes de Francisco a la pedofilia, a la vida disipada de altos jerarcas y a la pérdida frecuente del sentido mismo de la misión evangélica.

La gobernabilidad de las sociedades. Finalmente están las crisis de gobernabilidad de las sociedades, la creciente erosión de aquello que cohesionaba y daba sentido a una sociedad nacional como consecuencia de la desigualdad, la corrupción y la impunidad. México es con la terrible cauda de desaparecidos, muertes, desplazados y desempleados, paradigmático.

Un itinerario en busca de actores. De la selección de ciudades que visitó Francisco se pueden derivar varias interpretaciones. Visitó ciudades que en sí mismas expresan las tensiones de una cada vez más fracturada relación entre sociedad y el gobierno en México. Pero si observamos esas mismas tensiones desde la mirada del Vaticano y particularmente desde la perspectiva reformadora del papa Francisco, entonces se puede entender mejor su opción política de este viaje. En San Cristóbal la tensión entre la Iglesia y los pueblos originarios expresada apenas en la reivindicación de don Samuel. En Tuxtla tanto en la crucial tensión entre familias en el mundo actual y el clero, como en otro acto, en la relación entre religiosos y jerarquía eclesiástica. En Michoacán la frontera entre el clero, los creyentes y el crimen organizado. En Ecatepec la relación entre poderosos y el clero. En Ciudad Juárez las tensiones entre la Iglesia y los migrantes y entre la Iglesia y otra vez el crimen organizado. Finalmente, aunque éste fue el inicio de su visita, en la Ciudad de México primero ante la clase política y luego ante la alta jerarquía las tensiones entre las clases dirigentes y las sociedades, comunidades y personas.

La nueva coalición. En México Francisco perfiló cómo intenta construir una coalición capaz de articular las reformas que impulsa desde la jerarquía vaticana hacia la sociedad de creyentes y no creyentes. No basta remover a algunos personajes que han solapado sea a poderes económicos y políticos, sea a pederastas e incluso en distintos momentos y regiones al crimen organizado. Reconstruir a la Iglesia desde abajo requiere de migrantes, familias, pueblos originarios y sobre todo de un ejército de evangelizadores desde las órdenes religiosas y los curas de a pie. Es importante tener en mente, empero, que se trata de un Papa reformador pero tradicionalista. En temas como el aborto, matrimonios igualitarios, el papel de la mujer en el clero, los avances serán magros.

Desamparados. Mas allá de que algunos analistas esperaban que el Papa se comportara conforme a los intereses y convicciones de cada uno; Francisco pudo apreciar un fenómeno excepcional: una movilización de mexicanos en el desamparo. Más que implorar soluciones mágicas buscaron consuelo. Lo obtuvieron parcialmente. Salvo los que en efecto añoraban milagros personales –para sus seres queridos, inválidos, enfermos– los muchos más buscaron un aliento para lo que nos espera a todos en los tiempos que corren.

Desde luego el consuelo no es suficiente.

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