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El cantaor se presentó en el Metropólitan

Noche de alegría y agonía con El Cigala

Regresará a ese recinto el 19 de abril

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El Cigala y Jaime Calabuch al piano. Esa noche, el público fue transportado a un antro sórdido, apasionado y lleno de nostalgiaFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Sábado 27 de febrero de 2016, p. 6

Un crustáceo humano emergió del mar. No lo hizo para ser plato de comensal, sino para cantar.

El Cigala es su nombre. Es gitano y con su arte, el de la interpretación, la noche del martes hizo vibrar a la gente en el teatro Metropólitan.

Es un artista que en la alegría y la agonía se vale de la música, la cual cura heridas del alma, como dijo este ser raro que, acompañado sólo por un piano, regaló un recital que hizo también divagar, desgarrar y amar.

El ser proveniente de aguas del Mediterráneo es en realidad Diego Ramón Jiménez Salazar, madrileño greñilarga, cantaor que experimenta, juega y se apasiona; que llora en el escenario y ofrece su arte de características jondas.

El martes pasado, ante unas 3 mil personas, conmovió con boleros cantados con esencia flamenca: gritos desgarradores, acordes atemporales y sonidos oscuros.

El Cigala, como otros exploradores del flamenco, ha descubierto en el piano esos sonidos lóbregos y sus armonías de do sostenido 7 bemol 9: flamencos por excelencia. Y los explotó en el recinto del Centro Histórico, donde regaló una noche para enamorarse.

Cada canción fue un himno de seducción, un rito bendecido con tres gotas de líquido arrojadas por el cantante para bien interpretar. Para él verdaderamente es un ritual que lo lleva a conectar.

El encargado de hacer chillar la caja de resonancia fue Jaime Calabuch Jumitus, gitano catalán con espíritu latino que desde 2005 lo acompaña en ese romance que El Cigala mantiene con el piano, iniciado por el cubano Bebo Valdés, con quien editó el disco Lágrimas negras.

Poderío y ensoñación en el escenario

El cantaor es un fenómeno, un hombre que se divierte en el proscenio, donde tiene poder y sueña, y hasta ve al amor de su vida.

Se entregó a quienes son sus amores: su público, su música y su amada Amparo, quien tras bambalinas, seguro lo miraba.

El Cigala regaló dos horas de música de rompe y rasga, de canciones con letras de moléculas de dopamina: Boleros que hacen daño, como Te extraño, de Armando Manzanero, que fue la que al artista no contuvo: sus ojos, por un momento en mar se convirtieron. La audiencia del teatro fue directo a su corazón para consolarlo con un aplauso, alimento para él.

El Cigala transportó a miles a un antro sórdido pero apasionado, arrabalero, nocturno y lleno de nostalgia. Unos, en coro, le hiceron segunda voz y el sonido de las teclas del piano de Jumitus lo abrazó.

El cantante y su voz hicieron llorar, pero más amar con piezas que escribieron tantos románticos, como Armando Manzanero, Roberto Carlos, Nino Bravo…

El Cigala fluyó y enamoró, por lo que repetirá la dosis en ese recinto el próximo 19 de abril.