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Visita Papal

El Papa nos da esperanza de que haya paz, dicen

Casi 8 horas, entre intenso frío, esperaron asistentes al Zócalo
Foto
Francisco durante la homilía en la Basílica de GuadalupeFoto Afp
 
Periódico La Jornada
Domingo 14 de febrero de 2016, p. 6

Para mirar al Papa cientos de personas ingresaron a la Plaza de la Constitución desde las dos de la madrugada, casi ocho horas antes de la ceremonia de bienvenida en Palacio Nacional.

Para lograr su propósito, verlo en persona, no se necesitó boleto ni abrirse paso entre multitudes, sino aguantar el frío y el viento que hacía sentir menos grados de los cuatro que marcaba el termómetro, antes del alba.

Entre los primeros en ingresar a la plancha del Zócalo, dividida con vallas metálicas en cuadrantes, estaban un grupo de jóvenes de la pastoral juvenil de la arquidiócesis de Durango, que se colocó en primera fila frente a Catedral. En su tierra fácilmente les amanece a 7 grados centígrados bajo cero… ¡pero en nuestras casas!, dice una joven, ataviada con dos chamarras y bufanda.

Los duranguenses fueron los más preparados; venían con kit de peregrino experimentado: muchas cobijas. Se acostaron en el suelo, uno al lado de otro, y se aferraron así a su pedazo de Zócalo.

Otros madrugadores eligieron las gradas colocadas en los costados de la plaza; debieron decidir entre esperar congelados y parados o sentados, aun cuando en esta última circunstancia verían aún más lejos a Francisco.

Ancianos, niños, mujeres e indígenas de Jalisco, Nayarit y Colima aguantaron estoicos en lo alto de la gradería.

La temperatura mantuvo a los feligreses en silencio hasta el amanecer. La primera porra para el Papa se escuchó a las 7:40 de la mañana. Faltaban dos horas para la llegada del máximo jefe de la Iglesia católica, quien por primera vez estaría en el Zócalo; luego en un acto protocolario con el mandatario capitalino y, enseguida, se reuniría con obispos y arzobispos del país en Catedral.

No hubo tumultos; los asistentes obedecían las indicaciones de los agentes de seguridad y de logística, quienes pedían dirigirse hacia las gradas. Poco antes del arribo de Francisco a la plaza se formó un embudo en los pasillos de acceso.

La solución fue enviar a quienes iban llegando a los cuadrantes, que para esa hora seguían semivacíos, por lo que terminaron junto a los madrugadores y, en algunos casos, tuvieron mejor ángulo para ver al visitante.

Habitantes de la Comarca Lagunera, de Puebla, Querétaro, Yucatán y Tamaulipas permanecieron de pie.

Como católicos nos nace venir; el Papa nos da esperanza de que haya paz. No le hace que haga frío, decían.

En otra parte de la plaza, Nora Elia, de Matamoros, Tamaulipas, y María Elena, de Guamuchil, Sinaloa, se juntaban en el mismo metro cuadrado para atajar el aire. Venimos a ver a un hombre que está llegando a los corazones. Somos afortunadas de estar aquí porque en nuestros estados hemos sufrido pérdidas; tenemos muchos huérfanos de la violencia, dijo una de las tamaulipecas.

Venimos a escuchar a quien nos dice que tengamos más compromiso con nuestra religión; y que también el Papa traiga paz y perdón a los que han hecho tanto daño, dijeron visitantes sinaloenses.

En otro extremo del Zócalo se econtraba una señora de Zacapoaxtla, Puebla, menuda y muy bajita, quien se esforzaba por estirarse todo lo que podía. Ocho horas de espera por cinco segundos de vista efímera del líder religioso.

Los asistentes en la plancha veían en las pantallas gigantes los rostros de los políticos, quienes llegaban a Palacio Nacional. Después, de lejos, alcanzaron a mirar la hilera de obispos a quienes el Papa llamaría después a acercarse a los feligreses: a superar la tentación de la distancia y de la frialdad.