Opinión
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Maravilla de cristal
U

na de las construcciones emblemáticas más queridas de los capitalinos es el Palacio de Bellas Artes. Se puede decir que da la bienvenida a la antigua Ciudad de México, hoy Centro Histórico. La gran mole recubierta de mármol blanco, con las suaves líneas del estilo art noveau y en lo alto la gran cúpula central con nervaduras de cobre, recubierta de laminillas de ónix traslúcido y cerámica, impone su presencia.

En varias ocasiones hemos hablado del majestuoso recinto, pero siempre hay algo más que decir. No hemos comentado con detalle el prodigioso telón de cristal; hoy es un buen día para ello.

La construcción del edificio que diseñó el arquitecto italiano Adamo Boari, padeció muchos retrasos por problemas con la cimentación. El peso de las placas de mármol causaban un hundimiento acelerado, por lo que el proyecto tuvo modificaciones y finalmente la realizó la casa Milliken Brothers de Chicago. Como podemos ver fue relativamente exitoso porque ha tenido un evidente hundimiento, particularmente en el lado norte.

Todo ello causó además un fuerte incremento en el presupuesto original. Mientras esos conflictos se resolvían, en Europa diversos artistas trabajaban en la ornamentación del que iba a llamarse Teatro Nacional. Uno de ellos era un telón de cristal, que habría de convertirse en una obra única en el mundo, no sólo por su belleza y dimensión, también por su tecnología y funcionalidad.

Un interesante texto de Rogelio González Medina sobre el tema nos brinda, entre otros, un dato que acaba con el mito de que los volcanes que aparecen en el telón se inspiraron en un cuadro del Doctor Atl. La idea la tomó Boari una ocasión en que se asomó por un ventanal de Palacio Nacional y vio el paisaje con el Popocatépetl y el Iztaccihuatl en su esplendor.

Le propuso el trabajo al artista-artesano húngaro, Géza Maróti, a quien le había encargado la realización de un grupo escultórico de cobre hueco, con una gran águila, para coronar la cúpula, mismo que hasta la fecha podemos admirar.

Sin embargo, la propuesta de Maróti no le gustó a Boari y le solicitó otra a la prestigiada Casa Tiffany de Nueva York, especialista en el estilo art noveau. La empresa mandó a México a Harry Stoner, uno de sus mejores artistas, quien era pintor y diseñaba escenarios. Se trasladó al sitio que había inspirado al arquitecto italiano y diseñó el tema que luce el telón.

Después vino la elaboración que fue una hazaña: se utilizaron alrededor de un millón de piezas de cristal iridicente. Está formado por 206 tableros con un peso de cerca de 27 toneladas, tiene 14 metros de ancho por 12.50 de altura y 32 centímetros de espesor. El cristal contiene metales preciosos que le dan la extraordinaria iridicencia. Actualmente sería imposible realizar una obra semejante, ya que sería incosteable.

Ahí no queda la cosa, ya que Boari decidió que el telón fuera contra incendios, que en esa época eran muy frecuentes en los foros de los teatros; generalmente ya iniciado el siniestro se pasaba a la sala donde se encontraban los espectadores. Para proteger al público mandó hacer un armazón de acero con doble pared recubierto de lámina acanalada en la cara que da al foro. Por el lado hacia la sala se colocó el recubrimiento de cristal montado sobre concreto. Así el bello telón funciona como un dique para proteger a la concurrencia en caso de un incendio en el foro.

La historia de como quedó inacabado el Palacio de Bellas Artes por el comienzo de la Revolución y su conclusión en 1932, con un nuevo proyecto para el interior, la hemos platicado en varias crónicas, así es que por hoy hemos terminado, aunque ya volveremos, pues hay mucho más que contar de nuestra gran casa de las artes.

Por lo pronto vamos al luminoso restaurante que se encuentra en un costado del vestíbulo, a saborear algunos de los platillos que prepara Luis Bello Morín, varios de los cuales los cambia cada temporada.