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Ver día anteriorDomingo 14 de febrero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fito ayer y hoy... Siempre
A

Fito lo vamos a recordar y extrañar todo el tiempo, o casi. Porque así se las arregló para vivir la vida y su vida y estar en el mundo: para desde ese inquieto y obsesivo estar, conocer y aprender de ese mundo y, de ser posible, transformarlo.

Este estar en el mundo fue convertido por Fito en disciplina y objeto de estudio y reflexión, así como en plataforma fundamental para arrojarse a las aguas de la aventura política o humana o sentimental que lo alimentaron siempre para volverlo el hombre generoso y pujante, enjundioso y tozudo que siempre fue, desde y a pesar de su insobornable racionalidad; a pesar, incluso, de sí mismo.

Sea que algunos todavía puedan replicar aquellas largas sesiones de izquierda festiva, que a más de un refugiado brasileño de entonces le recordó alguna escena en su país; sea que nos vengan a la memoria los muchos intentos de cultivar una alta frivolidad, alimentada por los gadgets de toda índole que encontrara su deambular por el Village o el Soho neoyorquino, North Beach o el Tender Loin de San Francisco, o sus entrañables territorios ibéricos, de Málaga a Madrid o Barcelona, habremos de recordar también esas convicciones revolucionarias profundas que nunca abandonó, pero siempre quiso tejer junto con la idea fina y sofisticada, ilustrada en el mejor sentido de la palabra, materialista y marxista, diría seguro, que no dudó nunca esgrimir frente a todos nosotros cuando de asumir un compromiso político o de juzgar una experiencia histórica local, nacional o mundial, se trataba.

Ahí estará hasta el final el Fito mundano amante de la pintura y toda la música, practicante humilde de la poesía, a la vez que lector interminable de clásicos y románticos, filósofos y antropólogos, periodistas y ensayistas, desde luego de todos los nuestros, Paz, Villoro, Pacheco, Monsiváis, siempre Pitol; desde luego, el maestro Sánchez Vázquez, padre y guía, amigo insustituible. Fue así, hasta el final de sus días, que Adolfo Sánchez Rebolledo, Fito, se impuso como figura central, emblemática, de una izquierda que no quería rendirse ante el lugar común o la ocurrencia, el victimismo o la negación ante el paso implacable del tiempo y sus inesperadas y crueles novedades, pero que a la vez se negaba a soslayar, edulcorar u olvidar las terribles lecciones de la historia y del poder que nos deparó el 68 y su terrible y sangriento desenlace.

Vendrá el tiempo del recuerdo cuidadoso y las muchas sumas a que nos llevan y obligan las mil y una vidas de Fito. Por ahora sólo queda la resignación ante un adiós ineludible, una pérdida irreparable, que podrá ser llenado con dolor inevitable al escudriñar en nuestras respectivas memorias y volver sobre las que él nos dejará en La izquierda que viví y muchos otros escritos y ensayos convertidos en clandestinos por su irrefrenable inclinación autocrítica, necia, habríamos dicho en más de una ocasión.

Entonces, las neblinas del ayer dejarán su lugar al luminoso encuentro con su presencia imborrable.