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Ver día anteriorDomingo 31 de enero de 2016Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cuento de hadas
E

rase una bella marquesita hija del marqués de Jaral y de la condesa de San Mateo Valparaíso, ambos descendientes de familias de gran fortuna y prosapia. Al casarse sus padres, contrataron a Francisco Guerrero y Torres, uno de los arquitectos más notables del siglo XVIII para que les construyera un soberbio palacio barroco, en la esquina de las actuales calles de Isabel la Católica y Venustiano Carranza.

Al paso del tiempo la familia creció y, como en los cuentos de hadas, la marquesita conoció un apuesto noble italiano, el marqués de Moncada y Villafont, de quien se enamoró perdidamente. Su amor fue correspondido y se pactó el matrimonio. Como regalo de boda los padres decidieron darle ¡un palacio! Nuevamente contrataron al arquitecto Guerrero y Torres para que lo edificara, ni más ni menos que en la elegante calle de Plateros, hoy Madero.

La fachada de la imponente mansión, en tezontle y cantera, luce una ornamentación lujosa y vibrante, conformada con molduras de diversos diseños, que armonizan con pequeños relieves de temas mitológicos y escudos con blasones. Dos hércules de piedra, deidades protectoras de los moradores, sostienen el balcón superior.

En el interior sólo se conservó el primer patio, muy semejante al del Palacio Real de Palermo, ciudad de origen del novio italiano, que solicitó al arquitecto tal capricho. Sobresalen las esbeltas arcadas de doble altura, que le dan una proporción impresionante. En medio diseñó un entrepiso o mezzanine; ahí estaban las oficinas de los administradores. La familia vivía en la parte alta, donde todavía se aprecia la capilla con una portada labrada con primor.

Solamente 15 años ocuparon el palacio los jóvenes esposos, quienes se fueron a vivir a Europa al iniciar el siglo XIX.

Al consumarse la independencia de México en 1821, don Juan Nepomuceno de Moncada, descendiente de los propietarios, le prestó el palacio a Agustín de Iturbide para que lo habitara. Fue desde el hermoso balcón central de la mansión donde, el 21 de julio de 1822, fue declarado emperador de México, y de ahí se le quedó el nombre de Palacio de Iturbide.

Años más tarde alojó a los estudiantes del Colegio de Minería, en tanto el palacio que había construido Manuel Tolsá en la cercana calle de Tacuba era reparado. Durante la invasión estadunidense sirvió de cuartel a las tropas yanquis.

En 1851 fue adquirido por Anselmo Zuruzuta para instalar un hotel llamado Diligencias, por la empresa de mensajería y transporte que cubría la ruta hacia Acapulco. Posteriormente fue adquirido por Germán Landa, quien cambió su nombre a Hotel Iturbide y lo convirtió en uno de los más elegantes de la ciudad.

En 1964 lo adquirió el Banco Nacional de México. Actualmente, la soberbia construcción es la sede de la Fundación Cultural Banamex, que en 2004 abrió sus puertas como Palacio de Cultura Banamex, aunque la gente lo identifica como el Palacio de Iturbide.

Aquí se presenta actualmente la exposición de Javier Marín Terra: la materia como idea. Alrededor de 90 obras en barro ocupan los vastos espacios del majestuoso recinto, muy adecuado por sus dimensiones, ya que algunas piezas son de gran tamaño; particularmente Reflejo VII, una monumental escultura ecuestre de más de seis metros de altura. El artista la realizó como proyecto especial para ocupar el patio central del palacio.

La exposición muestra obras de los inicios de Marín como escultor en la década de los 80, así como las investigaciones que lo han llevado a forjar su lenguaje técnico y estético. Hay piezas provenientes de 35 colecciones públicas y particulares y varias que realizó ex profeso para la exposición.

Recorrer con parsimonia la excelente exposición nos provocó sed. Por suerte, a la vuelta, en Bolívar 24 se encuentra el Salón Corona, que desde 1928 apaga la sed con buena cerveza de barril, clara u oscura, en caña, tarro o bola. Para acompañarlas hay sabrosos cocteles de mariscos, tacos y tortas de guisados y alimentos del mar.