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El acertijo climático
E

l análisis recogido en las anteriores tres entregas (jueves 3, 17 y 31 del mes pasado) tuvo por objeto destacar los contenidos del Acuerdo de París y de la resolución de la conferencia aprobatoria del mismo, adoptados por consenso en la sesión final de la COP21 hace un mes, el 12 de diciembre de 2015, con la participación de prácticamente la totalidad de los estados-nación y buen número de los territorios no autónomos del planeta. El acento se colocó en aquellos que, de manera directa o indirecta, incidirán en la producción y consumo de combustibles fósiles; en el abatimiento o mitigación de las emisiones de gases de efecto invernadero derivadas de su quema; en el vasto conjunto de políticas y acciones que permitirán a las partes del acuerdo fortalecer y ampliar sus capacidades de adaptación, para responder mejor a las muy diversas consecuencias del calentamiento global, y en la movilización de los ingentes recursos técnicos y financieros que reclamará este conjunto de desafíos en los 85 años que nos separan del final de un siglo en el que el aumento medio de la temperatura global sea muy inferior a dos grados Celsius y, preferiblemente, no exceda de uno y medio.

El Acuerdo de París –cuyas disposiciones sustantivas comenzarán a regir al término del actual segundo decenio del siglo–, con sus diferentes horizontes temporales (a 2025, 2030, 2050 y 2100), puede interpretarse como una hoja de ruta, perfectible y progresiva, hacia la descarbonización de la economía mundial. Hay que tener en mente que la expresión explícita de este objetivo y de los instrumentos para conseguirlo, en especial la adopción de presupuestos de carbono y la fijación de precios al carbono emitido o capturado, habría impedido alcanzar el consenso en esta sesión de la conferencia. Sin embargo, al señalar que en la segunda mitad del siglo habrá de alcanzarse la meta de cero emisiones netas de gases de efecto invernadero (GEI), se apunta de manera inequívoca hacia la disminución gradual y progresiva del consumo de combustibles fósiles y el abatimiento de su ponderación en el balance energético global. Sin esta trayectoria tal objetivo no resulta verosímil.

La ruta de descarbonización sugerida por el acuerdo no supone –como propusieron algunas organizaciones ambientalistas y hubieran deseado las delegaciones de países particularmente vulnerables– el abandono de la producción y uso de combustibles fósiles, columna vertebral de la oferta y demanda mundiales de energía en varios decenios por venir. Marca, más bien, una senda hacia el logro del objetivo de cero emisiones netas de GEI en la segunda mitad del siglo, compatible con márgenes importantes, considerables, de empleo continuado de esos combustibles.

George Monbiot hizo notar en The Guardian de Londres, el 13 de diciembre, un desequilibrio básico en el enfoque de la COP21, originado en la posición asumida y las presiones ejercidas tanto por los países productores importantes de combustibles fósiles como por la industria energética global: El proceso de las Naciones Unidas sobre el cambio climático se ha enfocado de manera exclusiva en el consumo de combustibles fósiles, ignorando por completo su producción. En París, los delegados se han comprometido solemnemente a reducir la demanda, pero de regreso a casa buscan llevar al máximo la oferta. Lo anterior es cierto –agregó el analista– para el gobierno británico, “que se ha impuesto, en la Ley de Infraestructura 2015, ‘elevar lo más posible la recuperación económica’ del petróleo y gas británicos”. Lo es también para muchos otros países, México entre ellos, cuya reforma energética persigue un objetivo que podría expresarse con las mismas palabras. Esta suerte de esquizofrenia –comprometer por una parte reducciones de las emisiones de GEI y esforzarse por otra en aumentar al máximo la producción de combustibles fósiles– no será sostenible ni aceptable en corto tiempo.

Al hablar de reducir a cero las emisiones netas de GEI en la segunda mitad del siglo se instaura una suerte de competencia entre las emisiones antropógenas derivadas del uso continuado de combustibles fósiles y la neutralización de las mismas mediante su absorción en sumideros, sobre todo silvícolas, derivados también de la acción humana, y la disminución o eliminación de su contenido de carbono, mediante técnicas de combustión limpia. En otras palabras, podrán seguirse quemando combustibles fósiles en la medida en que las emisiones que produzcan sean absorbidas o neutralizadas. El balance entre los dos términos de la ecuación –emisión y absorción– no es, desde luego, un asunto meramente técnico o económico, sino clara y decididamente político.

Hay quienes abogan por dar preferencia a las soluciones de mercado, por convertir el proceso de descarbonización en un buen negocio, que atraiga inversiones y ofrezca rendimientos atractivos. Una exposición bien articulada de esta opción se encuentra, por ejemplo, en Limpiar al planeta como negocio, texto de Guillermo Knochenhauer publicado el 7 de enero por El Financiero. Considera el autor que las posibilidades de éxito por la vía del mercado son, desde luego, mayores que los llamados internacionales a reducir las emisiones de efecto invernadero, reduciendo el transporte y las actividades productivas energizadas con hidrocarburos. En realidad, sobre todo en lo que resta del presente decenio, se requiere la complementación entre ambos enfoques. Las tecnologías de captura y secuestro de emisiones ya son impulsadas sobre todo por las propias corporaciones carboníferas, que ven en ellas una vía de supervivencia. Empero, los plazos perentorios en que, según el Acuerdo de París, habrá que llegar a eliminar las emisiones netas de GEI imponen, además de las acciones de mercado, acciones de política claras y efectivas, cuyo costo inmediato no resultará atractivo para la lógica de rentabilidad inmediata de los mercados.

En cuanto al destino de las inversiones privadas en carbón e hidrocarburos, cabe esperar, en efecto, que se abatan las destinadas a nueva producción de alto costo y se multipliquen las orientadas a desarrollos técnicos para una combustión menos contaminante y generadora de menores emisiones, en especial secuestro y captura de carbono, y al desarrollo de sumideros de GEI, en nuevas áreas silvícolas. Ambos campos ofrecen promisorias oportunidades de cooperación internacional.

La COP21, en suma, ofreció un resultado mucho mejor que el que se temía, pero muy por debajo del que cabía esperar.