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Los hizo olvidar el encierro necesario para preparar la pelea contra Coloradito López

La Navidad de 1979, la mejor del sparring de Sal Sánchez

Champaña y una grabadora con música ranchera fueron suficientes, recuerda Cenobio Nicolás

Veo los videos de mi finado y me emociono como si lo estuviera mirando en este momento

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Era difícil estar sin hacer nada, dice Cenobio Nicolás, quien no soportó las concentraciones y en 1981 abandonó la misiónFoto Juan Manuel Vázquez
 
Periódico La Jornada
Jueves 24 de diciembre de 2015, p. a13

En aquella Navidad de 1979 todo estaba por ocurrir. Salvador Sánchez aún no era campeón del mundo; lo sería dos meses después al noquear en 13 asaltos a Danny Coloradito López, en Phoenix, el 2 de febrero de 1980.

Dos años más tarde, la madrugada del 11 de agosto de 1982, moriría entre los hierros de su Porsche blanco en la carretera cuando volvía de Querétaro. Apenas estaba por empezar la historia de un ídolo que culminaría como mártir del boxeo mexicano.

Décadas después de aquella noche trágica, Cristóbal Rosas, entrenador de Sal Sánchez, recordó que tenían temor del entonces campeón pluma del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), Coloradito López.

La preparación cobró entonces tintes de encierro monástico en una finca en San José Iturbide, Guanajuato, con el equipo inmediato del peleador: el entrenador, el asistente Enrique Patillas Huerta y el sparring, Cenobio Nicolás. La misión era ponerse a resguardo del mundo exterior que pudiera distraerlos del reto tan delicado.

Las fiestas decembrinas eran una amenaza para la preparación, como consignó el escritor Alejandro Toledo en su relato sobre la muerte de Sánchez.

Como los mexicanos se descuidan en las fiestas de fin de año y la pelea era en febrero, muchos pensaban que Salvador iba a llegar un poco desprevenido, cuenta el mánager en el relato.

Entrenamiento obsesivo

La Nochebuena de 1979 sorprendió entonces al equipo de Sal Sánchez en un encierro en que el tedio y la nostalgia se volvían a veces insoportables. Entrenamiento obsesivo, rutinas inquebrantables, pero tardes y noches que parecían interminables.

Cuando el dominó y la baraja no funcionaban para mitigar el aburrimiento, se hacía una misión para localizar alguna película en las salas cinematográficas de Querétaro y olvidarse por unas horas que estaban aislados del mundo, recuerda Cenobio Nicolás, de 60 años de edad.

“Nos metíamos al cine a ver cualquier película. Si era de Isela Vega, Las pirañas aman en cuaresma, la veíamos, o Vaselina, con John Travolta, no importaba, lo que queríamos era distraernos un ratito”, refiere el sparring.

Sin embargo, era Nochebuena y estaban lejos de casa. Mataban el tiempo en un jardín en la finca que pertenecía al licenciado Juan José Torres Landa, apoderado del boxeador. El equipo no encontró consuelo en los juegos de mesa ni en la televisión.

Intercalaban miradas, a veces observaban la Luna, otras, se veían las caras mientras avanzaba la noche y suspiraban por sus familias. Sánchez reaccionó al ver desmoralizado a su equipo.

Qué, a poco así nos vamos a pasar la Navidad. Vamos a conseguir algo para brindar y festejar, aunque sea así como estamos, exclamó el pugilista, según recuerda Nicolás.

Cenobio dice que Sal se escabulló hasta la cava de la lujosa finca en San José Iturbide. Entró a hurtadillas y tomó un par de botellas de champaña.

Bueno, creo que era champaña, aclara. Después empezó la fiesta. Una grabadora con música ranchera fue suficiente. Además del Patillas, el entrenador y el sparring, invitaron al jardinero y a la cocinera. Charlaron, cantaron, pero sobre todo olvidaron que eso era un encierro necesario para que unos meses más tarde se iniciara la carrera con la que se mitificó a Sánchez.

La verdad fue muy sencillo pero muy bonito. Sólo duró unas dos horas y luego nos fuimos a dormir. Nunca voy a olvidar esa Navidad, refiere Nicolás, quien trabajó de sparring en seis defensas del cinturón pluma del CMB de Sánchez. La mayoría, excepto en las últimas peleas.

Eso le duele a Cenobio, sobre todo porque se perdió la mayor gloria de Sal, cuando respondió al fanfarroneo del puertorriqueño Wilfredo Gómez con un violento nocaut en el octavo round.

Si alguien recuerda al boxeador de Santiago Tianguistenco es mediante un collage de imágenes de ese recital de golpes y el desenlace de un Porsche destrozado.

El encierro para la preparación contra Gómez, en 1981, fue demasiado asfixiante para el sparring y un mes después de que llegó a la finca de San José Iturbide abandonó la misión: No aguanté estar encerrado. Era difícil estar así sin hacer nada.

Sánchez conoció el éxito y su biografía adquirió notas de mito popular. Cenobio Nicolás no. La carrera del sparring tuvo una interrupción abrupta. Estuvo a punto de pelear por el campeonato nacional por ser unos de los mejores cuatro clasificados en peso pluma y fue estelarista en la Arena Coliseo a finales de los años 70 del siglo pasado.

Me di a la bebida por una decepción amorosa. A todos en el boxeo nos pasa, relata.

Cenobio Nicolás nunca pudo dejar su oficio con el que alternó la carrera de los guantes. Desde joven trabajó de diablero –cargador de bultos con un diablito– en la Central de Abasto de la ciudad de México, un trabajo que le exigía jornadas madrugadoras pero que le dejó suficiente tiempo libre para dedicar las tardes a los gimnasios.

A pesar de que su historia tuvo un recorrido opuesto al de Sal Sánchez. Cenobio Nicolás, como todos los sparrings, celebra los triunfos de los peleadores a los que ayudó con el entusiasmo de quien festeja sus propias victorias. En cierta medida lo son.

“Veo los videos de mi finado –así se refiere a Sal Sánchez– y me emocionó como si lo estuviera viendo en este momento”, porque para Cenobio Nicolás toda su vida se explica por esa experiencia.

Todavía le llora cuando lo recuerda, pero sobre todo se emociona porque fue una pieza significativa en la biografía de un ídolo trágico del boxeo mexicano. No dejó una leyenda, pero es un personaje en la historia de una con la que vivió la mejor Navidad de su vida.