Opinión
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Ciudad Perdida

Reforma política del DF

Moneda de cambio

Hoy enfrenta su destino

M

ás allá de las negociaciones sucias, de los caprichos políticos convertidos en el pan nuestro de cada día entre las organizaciones partidistas, o de las coyunturas que exigen redefinir rumbos sin apoyos legales ni sociales, la reforma política para el todavía Distrito Federal es un hecho que impone una realidad en la que ya no se sostiene la figura político-administrativa que se tiene hasta ahora.

El pasado fin de semana, este requerimiento se convirtió en pieza de intercambio entre el PRI y el PRD. Los primeros hicieron berrinche porque sus compinches de los años recientes, los amarillos, decidieron no ir con ellos en una votación sin trascendencia que más que cualquier otra cosa pretendía demostrar que el PRD seguía sumiso y a las órdenes de los priístas.

Y así seguirá, pero ese fin de semana la humillación pretendía niveles, dicen los perredistas, insostenibles, aunque todos saben que en peores cosas se han metido los chuchos, máxima expresión del vasallaje partidista actual. Total, negaron el apoyo a los priístas y los tricolores se lanzaron al berrinche por despecho.

Pero eso debe quedar, nada más, metido en alguna de las páginas del bestiario político sobreviviente, que debe desaparecer, porque la urgencia mayor de la política hoy es recomponerse, ofrecer a la gente algo diferente en extremo a esa página del fin de semana que amenazaba, desde el coraje de un personaje político priísta, el bienestar de toda una comunidad, nada menos que la de la capital del país.

Y es que ya no se trata de una postura política, de cómo piensan unos y otros, de sostener una forma de pensamiento o de hacer prevalecer algún orden filosófico. No, sólo se trata de la protección de un cuate, de imponer una voluntad que, como carece de cualquier principio, sólo pretende exhibir la fuerza de quien la impulsa, nada más.

Poner en juego todo lo que significa la reforma política del DF sólo por eso parece un desatino que en su momento deberá pesar en el ánimo del votante, porque manda el mensaje de un autoritarismo que a estas alturas no debería sobrevivir en el país.

En fin, la reforma política del DF ya ha superado los más grandes problemas; ya no enfrenta prejuicios políticos porque se redactó a la medida de las necesidades de los dueños del poder, que dejaron pasar el berrinche priísta porque saben que la reforma va y que de ninguna manera se permitirá que esta vez se quede en el refrigerador de las cámaras legislativas.

Total, para decirlo más claro, lo mejor de esta reforma es que exista. Por muchos años se negó en los ámbitos de la derecha su derecho a ser, pero ahora se tienen todas las condiciones, entre otras, que su nacimiento como nuevo estado de la Federación no compromete, de ninguna manera, al poder federal.

Hoy se llevará la reforma al pleno de la Cámara de Senadores, eso dicen. Se acordó, por fin, entre priístas y panistas y no tendrá, como se suponía, mayores contratiempos ahora para convertirse en ley. Ya veremos cómo viene la discusión para elaborar las leyes que operen para dar una mejor convivencia en el Distrito Federal. De eso estaremos hablando después.

De pasadita

Hace poco más de un año la salud del jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, se vio comprometida por una operación que se complicó –en esto todos están de acuerdo– por errores, si así se les puede llamar, del cirujano que lo intervino. El médico en cuestión se llama Enrique Martínez Flores, nombre que por alguna razón, desde la jefatura de Gobierno, se había tratado de obviar, pero que ahora es público.

Ese médico sigue ocupando uno de los principales cargos del hospital de cardiología del Instituto Mexicano del Seguro Social en lo que se llama Siglo XXI, de manera inexplicable, porque después de esos errores, que pudieron haber dejado sin jefe de Gobierno a la ciudad de México, Martínez Flores tendría que haber dejado el puesto. Será que la impunidad llegó hasta ese lugar. ¡Aguas!