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Diálogo La Habana-Washington
Diplomacia encubierta con Cuba
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Gabriel García Márquez entregó al presidente Bill Clinton un mensaje secreto de Fidel Castro, con una propuesta para poner fin a la crisis de los balseros en agosto de 1994. Fue durante una cena ofrecida por el escritor William Styron y su esposa Rose en Martha’s Vineyard. De izquierda a derecha: John O’Leary, García Márquez, la señora Styron, Hillary y Bill Clinton, Patricia Cepeda, William Styron y Carlos FuentesFoto cortesía de los autores
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Raúl Castro y Barack Obama, en Panamá, el pasado 11 de abrilFoto oficial de la Casa Blanca realizada por Amanda Lucidon
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El 19 de abril de 1959 el entonces vicepresidente Richard Nixon recibió a Fidel Castro. En la agenda de Castro se dijo que el encuentro había durado sólo 15 minutos. Hoy se sabe que ambos líderes hablaron en la oficina de Capitol Hill por más de dos horasFoto Ap
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ara resolver el crisis de los balseros, el 23 de agosto, 1994, Bill Clinton y Fidel Castro se acercaron, por separado, a través de intermediarios de alto nivel. Con dos llamadas telefónicas, Clinton y Castro iniciaron lo que se convertiría en uno de los episodios más rebuscados de conversaciones secretas en la historia del diálogo entre Washington y La Habana.

Los cubanos hicieron la primera llamada. El 23 de agosto, uno de los compañeros más cercanos de Castro, el cineasta Alfredo Guevara, llamó por teléfono a Max Lesnick, un miembro importante de la comunidad cubana de Miami. Lesnick había luchado con Fidel en la Sierra Maestra, pero se peleó con él después de la revolución, y huyó a Florida en 1961. Después de apoyar algunos esfuerzos violentos por derrocar a Castro en la década de 1960, Lesnick se convirtió en una de las principales voces moderadas en Miami. Discutiendo con Guevara sobre la crisis de los balseros, Lesnick propuso solucionar el problema a través de una mediación. Ahora, Castro quería usarlo para transmitir un mensaje secreto a un mediador único de muy alto nivel: el trigésimo noveno presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter. Dile a Carter que no tenemos ninguna objeción a cualquier paradigma que quiera utilizar en la búsqueda de soluciones a la situación entre Cuba y los EEUU, decía el mensaje inicial de Castro. Su presencia como una persona seria, capaz y prestigiosa podría ser constructiva y útil.

Para establecer una cadena telefónica entre Carter y Castro, Lesnick llamó a su amigo, Alfredo Durán. Un veterano de Bahía de Cochinos y prestigioso abogado en Miami, Durán se había desempeñado como presidente del Partido Demócrata de Florida durante la campaña presidencial de Carter en 1976, y seguía siendo un amigo cercano del ex-presidente. Después de hablar con Lesnick, Durán llamó a Carter y le informó sobre el interés de Castro de reclutarlo como un mediador entre La Habana y Washington. Carter respondió positivamente, pero con cautela. Él sólo lo haría si no había otra alternativa, respondió Carter a Durán, y sólo si su papel permaneciera en secreto, previamente aprobado por ambos gobiernos.

Empleando esa gruesa cadena de comunicación (Castro-Guevara-Lesnick-Durán-Carter/Carter-Durán-Lesnick-Guevara-Castro), los mensajes viajaron de ida y vuelta entre los Estados Unidos y Cuba durante los siguientes cinco días. Los primeros intercambios fueron a petición de Carter, quien quería asegurarse del deseo de Castro de usarlo como intermediario. El 25 de agosto, Guevara llamó a Lesnick desde la oficina de Castro y le pidió que le dijera a Carter que Cuba tenía una enorme confianza en su capacidad y su honor. Carter luego habló con Peter Tarnoff y recibió la autorización de la Casa Blanca para actuar como un intermediario.

Según entendió Carter, los temas que se abordarían eran los siguientes: el deseo de Cuba de sostener conversaciones sobre temas más amplios que la migración; si Washington honraría el acuerdo de inmigración de 1984, que permitía la entrada de hasta veinte mil migrantes cubanos por año (pero hasta la fecha había producido menos de dos mil visas por año desde su firma); y si La Habana permitiría a los detenidos en Guantánamo regresar a sus hogares si así lo deseaban. Tarnoff transmitió la reacción de los EEUU, que Carter describió como un tanto equívoca acerca de las demandas de Cuba. El ex presidente transmitió el mensaje de Tarnoff a Durán, quien lo pasó a Lesnick para que lo llevara a La Habana.

Peligrosas borrascas en el estrecho de la Florida y un inminente viaje de Carter a África lo obligaron a acelerar el ritmo de las comunicaciones secretas. El viernes 26 de agosto llamó directamente a la Oficina Oval. Esbocé las que yo consideraba algunas concesiones mínimas, y ofrecí retirar mi participación, o continuar si tenía su aprobación personal, recordó Carter. Necesitaba un poco de flexibilidad para tratar con Castro. Clinton no quiso responderle en ese momento, pero Tarnoff le devolvió la llamada y le aseguró que Clinton deseaba que continuara con su esfuerzo.

Carter llamó a Durán con un mensaje alentador: la Casa Blanca tenía pleno conocimiento de las propuestas de Carter para resolver la crisis. Carter estaba listo para viajar a Nueva York a charlar con alguien de la confianza de Castro, quien pudiera arreglar que Carter y Castro hablaran directamente. Ese mismo día, la larga cadena telefónica le dio a Carter la respuesta de Castro: el embajador de Cuba ante Naciones Unidas, Fernando Remírez, hablaría con Carter en Nueva York. Castro también ofreció, por primera vez, hablar directamente con el ex-presidente (le proporcionó a Carter tres números de teléfono privados que podía utilizar) y sugirió algunas horas específicas durante el fin de semana para que se comunicara.

Esa tarde, Carter confirió largamente con el embajador Remírez. En sus memorias, Más allá de la Casa Blanca, el ex-presidente describió su propuesta de comenzar conversaciones la semana siguiente en Washington o Nueva York; que la agenda se extendiera más allá del tema de la inmigración; que se detuviera la salida de los balseros; que la cuota de inmigración de EEUU se elevara a 28 mil al año; y que los cubanos en Guantánamo que quisieran volver a Cuba pudieran hacerlo sin ser castigados.

El 27 de agosto, Carter y Castro finalmente hablaron directamente. Castro le pidió a Carter que le explicara los términos exactos de la propuesta de los EEUU. Luego compartió su reacción: Cuba estaba interesada en los niveles legales de inmigración, y que se eliminaran las nuevas sanciones de Clinton. Castro también quería discutir el embargo. Carter no tenía todas las respuestas que Castro quería, pero se comprometió a transmitir sus preguntas a la Casa Blanca. Castro acordó que enviaría a funcionarios de alto nivel a Nueva York el miércoles para negociar de buena fe.

El 28 de agosto, sin embargo, mientras Carter finalizaba de planear las negociaciones, recibió una inesperada llamada telefónica del vicepresidente Al Gore. Gore expresó su agradecimiento por lo que había logrado, me dijo que había establecido un canal de comunicación alternativo, y me pidió que me abstuviera de continuar participando, recordó Carter. Clinton había despedido al ex presidente.

Los más altos funcionarios de Washington, que habían estado de acuerdo con mi participación, ahora me han pedido que case toda comunicación, excepto para cumplir con mi promesa de responder a la conversación de la otra noche, informó Carter a Castro en su último mensaje, escrito, firmado y entregado a la delegación de Cuba en Naciones Unidas. Luego le comunicó al líder cubano la reacción de Washington ante las cuestiones que Castro había planteado en su conversación telefónica: “Me informaron que la reunión del miércoles se limitará estrictamente a asuntos de inmigración, contrario a lo que yo pensaba anteriormente. Me avisaron que otras vías de comunicación (desconocidas para mí), se utilizarán para atajar las siguientes cuestiones: a) eliminar las recientes acciones del presidente Clinton si se detiene a los balseros y b) reconfirmar la declaración de no agresión expresada por el presidente Bush en mayo de 1991. Carter expresó su pesar por ese desenlace y ofreció a Fidel su apreciación por “su franqueza y sus respuestas constructivas…”. Espero que tengan éxito en la búsqueda de intereses en común para resolver la crisis actual, concluía el mensaje de Carter, y se preparen para una futura resolución de las viejas diferencias.

El canal Salinas-García Márquez

Las otras vías de comunicación que remplazaron a Jimmy Carter eran el presidente de México, Carlos Salinas de Gortari. Salinas de Gortari era cercano a Castro, y le dio al presidente de los EEUU su propio canal de comunicación. Sin que Carter lo supiera, la Casa Blanca había utilizado a Salinas como interlocutor al mismo tiempo que él estaba en comunicación con el líder cubano. Ahora, cuando las conversaciones estaban a punto de comenzar y los cubanos exigían una agenda más amplia que incluyera el embargo, Clinton decidió cerrar el canal de Carter, en quien no confiaba como intermediario neutral. Trabajando a través de Salinas, Clinton podía tratar de ganar tiempo, opinó Peter Tarnoff, refiriéndose a la demanda de Castro de mantener conversaciones más amplias. Salinas era más conveniente, ya que no presionaría a la presidencia, mientras que Carter habría presionado agresivamente, si no rotundamente, para abrir un diálogo. Carter era más que un conducto. Era alguien que tenía sus propias ideas.

El 23 de agosto, el mismo día que Castro buscó a Carter, Clinton llamó a Salinas en su residencia de Los Pinos en la ciudad de México. Estaba preocupado por la cantidad de cubanos lanzándose al mar, explicó. La crisis tenía repercusiones serias en los Estados Unidos, pero los sentimientos en contra de los inmigrantes que había desatado también tendrían consecuencias para los inmigrantes mexicanos. Clinton pidió a Salinas que encontrara una manera de establecer contacto directo con el gobierno cubano, para comprender mejor su postura.

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Portada del libro publicado por el Fondo de Cultura Económica

Necesitaba una conexión con el gobierno cubano, alguien que fuera muy discreto y que tuviera acceso directo e inmediato a Fidel Castro, recordó Salinas. De inmediato supe quién sería la persona adecuada. Llamé por teléfono a Gabriel García Márquez. En menos de treinta minutos, el ganador del Premio Nobel llegó a la residencia presidencial. Salinas le informó sobre la petición de Clinton. García Márquez, un viejo amigo de Fidel, cogió el teléfono y llamó a La Habana. Poco después, Salinas estaba en la línea con el líder cubano.

Sin mencionar al presidente Clinton, Salinas le contó sobre sus últimas comunicaciones con el gobierno de los EEUU sobre los balseros. La crisis era responsabilidad de Washington, insistió Castro. El éxodo reflejaba una situación insostenible que los propios norteamericanos habían creado a través del bloqueo económico y la ley Torricelli. Los Estados Unidos no habían cumplido con el acuerdo de migración de 1984, que permitía emigrar legalmente a veinte mil cubanos cada año, se quejó Castro. El líder cubano estaba dispuesto a entablar conversaciones con Washington para buscar una solución, pero sólo si se reconocía la causa subyacente, que era el bloqueo, y su efecto económico sobre el pueblo cubano.

Clinton llamó personalmente al día siguiente para interrogar a Salinas sobre su conversación con Castro. Castro estaba dispuesto a negociar el fin de la crisis, pero quería una agenda de conversaciones que incluyeran el bloqueo, informó Salinas. Clinton, en cambio, sólo quería un diálogo sobre migración, y no sobre otros temas. El embargo se podría debatir en una fecha futura, Clinton indicó, pero no en las actuales circunstancias. Según Salinas, Clinton insistió en que era aconsejable sentarse y resolver el problema antes de que la situación se volviera inmanejable.

La versión de Clinton de la conversación, según relató al biógrafo Taylor Branch en su momento, fue menos diplomática. “Nunca ‘tuve una erección por Castro”’, Clinton le dijo a Salinas. “Él (Clinton) no buscaba una pelea. Estaba abierto a llevar a cabo conversaciones exploratorias e intercambios tras bambalinas, pero quería que se supiera… que no iba a dejar que Castro dictara la política de inmigración de los Estados Unidos”.

No me importa si tengo que encerrar a cincuenta mil cubanos en Guantánamo, amenazó Clinton.

Para transmitir el mensaje de Clinton, Salinas envió a García Márquez a Cuba a bordo del avión presidencial mexicano. Esa noche y durante la madrugada del 25 de agosto, Salinas y Castro discutieron varias horas por teléfono. En esa conversación crucial, Castro le prometió al mandatario mexicano que detendría las salidas de los balseros y cedería al deseo de Clinton de discutir sólo las cuestiones de migración en las reuniones iniciales. Entiendo la propuesta de los EEUU. Podemos hablar de la migración sin mencionar otras cuestiones, porque abrir el diálogo a otros asuntos podría traerle problemas políticos, dijo Castro a Salinas. Nos las arreglaremos para hablar sin dañar el prestigio de las partes involucradas.

Diplomacia durante la cena

Salinas habló de nuevo con Castro el 27 de agosto, instándolo a que aprovechara una oportunidad fortuita: una cena en Mar-tha’s Vineyard a la que asistirían tanto Clinton como García Márquez. Los Clinton estaban de vacaciones cerca de la finca del escritor William Styron y su esposa Rose, y la reunión proporcionaría el pretexto perfecto para que García Márquez llevara un mensaje de Castro directamente al presidente de los EEUU.

Dos días después, el presidente Clinton se reunió con García Márquez en casa de los Styron. El autor y el presidente se sentaron juntos en un extremo de la larga mesa ovalada. El escritor mexicano Carlos Fuentes, el ex ministro de Relaciones Exteriores de México Bernardo Sepúlveda, el ex subsecretario de Estado adjunto para América Latina William Luers, la intérprete de García Márquez, Patricia Cepeda, y su anfitriona, Rose Styron, también estaban en la mesa.

Durante la suntuosa comida, García Márquez intentó entablar una discusión con Clinton sobre un nuevo enfoque de los EEUU hacia Cuba. El escritor le ofreció una evaluación del pensamiento de Fidel, y cómo el presidente podría apelar a él. Señaló que en los últimos años, Washington no había hecho más que incrementar sus demandas: Ahora era la democratización, antes era romper sus vínculos con la Unión Soviética, o sacar a los cubanos de Angola y Etiopía y Nicaragua. Con el tiempo, dijo García Márquez, Cuba había cumplido todas las peticiones, pero los Estados Unidos no habían respondido siquiera con un intento de diálogo. Ahora existía una nueva oportunidad para conversar y mejorar las relaciones bilaterales. La disposición de Washington de mejorar su relaciones con Cuba tendría un fuerte impacto en la región, opinaron todos los latinoamericanos en la mesa, logrando que la influencia de Castro fuera menos relevante. Trate de llegar a un entendimiento con Fidel, él tiene una muy buena opinión de usted, García Márquez aconsejó a Clinton.

Clinton fue cortés al principio, pero no mordió la carnada, señaló Luers, quien escuchaba atentamente la conversación. Cuando se dio cuenta de que estaba siendo emboscado, dejó de cooperar. El presidente simplemente dejó de prestar atención, recordó Rose Styron, que estaba sentada junto a Clinton. Tenemos que cambiar de tema, sugirió Luers a García Márquez, en español, cuando el ambiente en la mesa se puso tenso. García Márquez de inmediato le preguntó al presidente sobre los libros que había estado leyendo, y Clinton habló enérgicamente sobre una novela de William Faulkner que acababa de terminar. La pregunta provocó una de las discusiones más interesantes sobre literatura que he escuchado, recordó Luers. No se habló más sobre Cuba durante la cena.

En un momento más privado durante la larga velada, García Márquez compartió el mensaje de Castro sobre las conversaciones migratorias que comenzarían la semana siguiente en Nueva York. Clinton también tenía un mensaje importante que enviar a Castro: si la afluencia de balseros continuaba, Cuba recibiría una respuesta muy diferente de parte de los Estados Unidos de la que había recibido durante el éxodo del Mariel, cuando Jimmy Carter era presidente. Clinton recordó a García Márquez que Mariel lo había herido políticamente cuando era candidato a la relección como gobernador de Arkansas. Castro ya me ha costado una elección, advirtió Clinton. No puede costarme dos.

Al final de la velada, el escritor se retiró a su habitación de hotel y trabajó con su intérprete, Patricia Cepeda, en un informe para Castro. Saliendo temprano al día siguiente en un avión del gobierno mexicano que le proporcionó el presidente Salinas, García Márquez voló de regreso a México y luego a La Habana para informar a Fidel sobre la respuesta de Clinton.

* * *

En ningún momento, durante los más de 50 años que duró la situación de congelamiento en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, los gobiernos de Washington y La Habana dejaron de tener comunicación. Mientras en público, en los foros internacionales y en la prensa se dispensaban un trato de abierta rivalidad, los contactos secretos entre los dos gobiernos nunca cesaron.

Durante más de una década, Peter Kornbluh y William M. LeoGrande, académicos especialistas en América Latina, particularmente Cuba, investigaron y estudiaron cada resquicio buscando reconstruir esa cadena de comunicaciones secretas, quizá una de las historias más intrigantes y complejas en el mundo de la diplomacia.

El año pasado salió a la luz el libro, que en inglés tiene un título más atractivo que en español, Back Channel to Cuba (Diplomacia encubierta con Cuba: historia de las negociaciones secretas entre Washington y La Habana). Muy poco tiempo después, el 17 de diciembre de 2014, estalló la noticia que habría de confirmar cada una de las afirmaciones de esta obra. Ese día los presidentes Barack Obama y Raúl Castro salieron al aire simultáneamente para dar a conocer al mundo la determinación de ambos gobiernos de recorrer el trayecto necesario para reanudar a la brevedad las relaciones diplomáticas, que se rompieron en los hervores de la guerra fría y que seguían rotas décadas después del fin de ese diferendo global.

El Fondo de Cultura Económica publicó la versión en español, que empezará a circular a partir de su lanzamiento, este sábado, en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, con la presentación de uno de sus autores, Peter Kornbluh.

Con la autorización de los propios autores, La Jornada publica este extracto donde se narra cómo Fidel Castro y Bill Clinton lidiaron con la crisis de los balseros en 1994, primero a través de la intermediación del ex presidente James Carter y después con los buenos oficios, siempre secretos, del ex presidente Carlos Salinas de Gortari, que eligió al Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez como correo para triangular las comunicaciones entre los gobiernos involucrados.

Blanche Petrich