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Pasó de creer en las autoridades a denunciar sus omisiones

En vez de apoyo para localizar a su hijo, Julia recibió amenazas
 
Periódico La Jornada
Domingo 1º de noviembre de 2015, p. 14

Cuando Julio Alberto iba en el kínder, a veces yo lo vestía en la cama, con tal de que durmiera un poco más. No quería que nada le pasara, que nada lo incomodara en la vida. Hace casi ocho años, a la edad de 27, desapareció.

Unos chacales se lo llevaron, cuenta Julia Alonso, madre del muchacho. Si le pregunto a mi corazón, duele pensar que ya no esté con vida, pero como mujer de ciencia sé que voy a seguir luchando para encontrarlo. Ha pasado, como ella misma dice, de ser una ciudadana estúpida, ilusa, que creía en las autoridades, a una de las principales críticas del sistema de justicia y de búsqueda de desaparecidos en el país.

Julia ha participado en marchas, plantones y huelgas de hambre; también en reuniones con funcionarios, organismos civiles nacionales e internacionales, y ahora impulsa los esfuerzos ciudadanos de trabajo forense: ubicar y analizar, por propios medios, restos humanos, y formar bancos de datos genéticos. Es decir, el trabajo que no han hecho de manera eficiente las autoridades.

En cuanto a la nueva fiscalía y ley de desaparecidos en ciernes, opina que no hay bases para un cambio real, porque sólo van a pasar de un lado a otro a agentes del Ministerio Público, quienes no están bien capacitados ni tienen recursos suficientes para investigar. Por tanto, no atacan el problema de raíz, advierte.

No queremos una nueva ley mal hecha, como la de víctimas, añade, con base en la cual no hay forma de obligar a una autoridad a hacer su labor o a sancionar omisiones y negligencias.

El presidente Peña tendrá toda la intención del mundo (de resolver el problema de los desaparecidos), pero este país se lo entregaron como un campo de batalla del genocida Felipe Calderón, señala. “Cuando llegas con los altos funcionarios o con el Presidente, sus subalternos dicen ‘sí, señor’, pero no hacen nada. Luego llegas a la procuraduría y te ven como la ‘chismosa’ que fue a acusarlos con sus superiores y menos atienden los casos”.

Familiares exigen que las autoridades busquen con vida a los desaparecidos. Hasta en ese punto Julia muestra fortaleza inusual. “En el alma quisiera que mi hijo estuviera vivo, pero como mujer de ciencia, mi razonamiento y el trabajo de mis investigadores privados (que ella ha contratado desde aquel enero de 2008) indican que Julio Alberto fue levantado (en Nuevo León) y ya no está con vida.

Entonces, como mujer de ciencia digo, bueno, lo tengo que buscar en un lugar, en una fosa clandestina, en un servicio forense. En algún lugar debe estar. Ojalá estuviera vivo, pero sé que ya se hubiera comunicado; no iba a dejar su casa, su buena vida, para irse con gente del crimen organizado.

Julio Alberto, originario de Acapulco, conoció en el puerto a unos jóvenes de Monterrey, quienes al cabo de algunas semanas lo invitaron a una fiesta a Nuevo León. En el mismo automóvil iban también otros tres muchachos y, de acuerdo con la información recabada por Julia, uno de ellos tenía relación o afrentas con criminales. El último lugar donde los vieron fue una presa turística, ubicada en un municipio cercano a Monterrey.

Julio quería formar, al igual que su madre, sus propios negocios y para eso se había ido un año a perfeccionar su inglés a Canadá. Poco tiempo después de volver al país ocurrió la desgracia. Su madre fue informada por su otro hijo, quien al llegar a Monterrey, también para la citada fiesta, ya no pudo establecer comunicación con su hermano.

Casi de inmediato interpuso un acta circunstanciada por la ausencia, la misma que tiempo después se supo que se perdió en la procuraduría de justicia de Nuevo León.

Julia viajó a Monterrey a tratar de mover, como se dice, cielo, mar y tierra para dar con el paradero de su hijo; la única ayuda que recibió de la gente del Ministerio Público fue el consejo de que fuera a hablar con el dueño de un restaurante que, al parecer, en ese momento tenía el control de la zona.

Desde entonces la mujer, dedicada en Guerrero a compraventa de inmuebles, ha hecho todo lo que está a su alcance; pagó incluso 80 mil pesos en la Procuraduría General de la República para conseguir el registro del celular de su hijo, documento que entregó a la procuraduría estatal, y nunca hicieron ninguna investigación con base en ello. En cambio, ha recibido amenazas que la obligaron a mudarse de un lado a otro e incluso a refugiarse en Estados Unidos.

Casi ocho años después ni siquiera han citado a la persona que presentó a su hijo con los jóvenes de Nuevo León.

No olvida todo lo que ha pasado desde entonces y dice que si sigue con vida es por no faltarle a su otro hijo, a quien ama con la misma fuerza que a Julio Alberto.

El primer día no lo crees; el primer año te duele la piel. Estás aletargada, no sabes qué vas a hacer con tu vida, dónde tienes que buscar... ahí andaba yo pegando fotos de mi hijo, ofreciendo recompensa por su localización, hasta que de pronto te ves entre los cerros, entre las fincas llorando, gritando su nombre. El segundo año como que vas viendo opciones y así vas despertando. Las emociones cambian. Yo nací con un carácter muy fuerte y he ido pasando del dolor a la indignación. ¿Resignación? Esa no la voy a tener hasta que tenga la certeza de haber encontrado a mi hijo. Lo voy a encontrar, porque nunca hay crimen perfecto.