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El temible dinosaurio
Y

a hemos hablado de los Gabinetes, que fueron el antecedente de los museos. En México se formaron los primeros del continente americano, entre otros, el de historia natural, que fue la simiente del actual Museo Nacional de Historia Natural. Lo estableció en 1790 José Longinos, quien venía al frente de una comisión que envío el rey Carlos IV. El objetivo principal era completar e ilustrar la colosal obra que había realizado en el siglo XVI Francisco Hernández, protomédico del monarca Felipe II.

A raíz de la Guerra de Independencia las colecciones sufrieron daños y estuvieron a punto de perderse. Afortunadamente, la mayor parte se rescató y se resguardó en la universidad. En ese sitio se les unió con las de arqueología y se instalaron en la biblioteca. Después de la Independencia, en 1822, ahí mismo se estableció el Conservatorio de Antigüedades y el Gabinete de Historia Natural. Durante la presidencia de Guadalupe Victoria, fue declarado Museo Nacional, el primero en América.

En 1843 se anexó al Colegio de Minería. Poco después se integró una dependencia que incluía el Museo Mexicano, el Jardín Botánico, el Archivo General y la Biblioteca Nacional.

Fue Maximiliano, en su breve imperio, quien decretó en 1865, que el museo se instalara en un local anexo al Palacio Imperial, hoy Palacio Nacional. Lo nombró Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia.

En 1913 se sacaron del Museo Nacional, cuyo cupo ya era insuficiente, las colecciones que habrían de formar el Museo Nacional de Historia Natural. Se estableció en un hermoso edificio art noveau, de hierro forjado, que llegó a México para ser sede del pabellón japonés en una feria internacional. Estaba ubicado en la calle del Chopo, en la colonia Santa María, por lo que hasta 1964, cuando se trasladó a Chapultepec, se conoció popularmente como el Museo del Chopo.

Los que peinan o pintan canas recordarán el esqueleto de dinosaurio que era pieza central en el Chopo y que provocaba admiración y susto. Tiene toda una historia, que se resume en que fue una generosa donación del filántropo estadunidense Andrew Carnegie, quien financió varias réplicas de un dinosaurio que se encontró en Utah, Estados Unidos. Llegó a Mexico en tren en 1931, cuidadosamente empacado en 36 cajas de madera.

En 1964, año en que se construyeron en el Bosque de Chapultepec varios de nuestros mejores museos, se decidió hacer uno nuevo para el Museo de Historia Natural. Lo diseñó el arquitecto Leónides Guadarrama y consiste en una secuencia de 10 grandes cúpulas, que en el interior facilitan la instalación de dioramas para recrear ambientes naturales de una manera óptima. Pintadas de alegres colores permiten pasar de una a otra por patios y jardines.

Ahora con el nombre de Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental, en sus 10 salas busca difundir y transmitir los conceptos básicos de la historia natural al público de todas las edades. Las colecciones se exhiben en dioramas, murales, vitrinas, maquetas y modelos, que abarcan los siguientes temas: Universo, Tierra, Origen de la vida, Taxonomía, Adaptación de los seres vivos, Evolución, Biología, El hombre y Distribución de los seres vivos.

Por supuesto ocupa un lugar preponderante el legendario dinosaurio. El museo cuenta con una biblioteca especializada en ciencias, que sirve de apoyo a los contenidos temáticos.

Recientemente el gobierno capitalino, conjuntamente con la prestigiada editorial Artes de México, publicó un bello e interesante libro Las 50 piezas emblemáticas del Museo de Historia Natural.

Al salir de la visita un sol deslumbrante nos envolvió con un rico calorcito. Nos sentimos en Acapulco. Para no perder la sensación nos trasladamos a Bellopuerto en el cercano Polanco. Rodeado de balcones, brinda la sensación de estar en Caleta. Disfrutamos las famosas tostadas de atún, un aguachile negro, un pescado zarandeado y su flan de cajeta con queso, delicioso. Se encuentra en Julio Verne 89, esquina Virgilio.