Opinión
Ver día anteriorSábado 10 de octubre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Guitarras a cielo abierto

Monterrey, NL.

H

ace unos días se llevó a cabo en la Escuela Superior de Música y Danza de esta ciudad (ESMDM) el 16 Festival Internacional de Guitarra de Monterrey, acto que como todo lo demás que tiene que ver con el arte y la cultura en este país, ha sobrevivido a tumbos, entre angustias y sobresaltos y, sobre todo, severos recortes de recursos. Pero ha sobrevivido, y ha sobrevivido bien, a juzgar por lo que pude ver y escuchar aquí durante un par de días; básicamente, dos recitales de guitarra sola.

El primero, a cargo del mexicano Alejandro Córdova. Sus Variaciones sobre La flauta mágica, de Fernando Sor, muy bien colocadas entre lo clásico del origen y lo romántico de la glosa. Muy eficaz, también, el toque nostálgico aplicado a las piezas de Mangoré. Brío y control en la Sonata de Joaquín Malats, buena evocación colorística y discreto rubato en Asturias, de Isaac Albéniz, y solidez y potencia de sonido en el final de la Sonata de Antonio José. Además de su sonido poderoso y bien proyectado, Córdova dejó escuchar un vibrato muy controlado y, sobre todo, armónicos muy pulcros y precisos, incluidos los de la pieza de Miguel Llobet, que tocó fuera de programa. El segundo recital, protagonizado por el polaco Marcin Dylla, notable virtuoso contemporáneo de la guitarra. En la primera parte de su programa, dos obras de cierta delicadeza y transparencia, una Sonata de Diabelli y el Homenaje a Chopin de Tansman; energética y poderosa, la Sonata de Roberto Sierra, en cuya interpretación asumió a plenitud lo mucho que de trópico tiene esta obra del destacado compositor puertorriqueño. Su manejo exquisito del estilo diferenciado en las tres obras permitió apreciar a un guitarrista de técnica superior, de una articulación de gran fluidez, y de una impecable limpieza de sonido, tanto en la mano derecha como en la izquierda. Más tarde, Dylla realizó la mejor ejecución de las famosas Variaciones sobre La folía, de Ponce, que he escuchado en vivo. Obra extensa y demandante, fue construida por Marcin Dylla con gran sentido de la unidad y, a la vez, con una amplia paleta colorística. Otro punto culminante del recital del guitarrista polaco, su detallista ejecución de La sonata de la soledad, del gran compositor letón Peteris Vasks, obra exigente sobre todo en sus matices expresivos.

De interés primordial, sin duda, el hecho de que estos dos recitales nocturnos, y los demás del festival, se realizaron en el patio de la ESMDM, a cielo abierto, y con un discreto pero indispensable y eficaz toque de amplificación. ¿Me disfrazo de purista, me desgarro las vestiduras y proclamo que es un crimen amplificar una guitarra acústica para este tipo de repertorio? ¿O me coloco en el papel de melómano aficionado a la guitarra y declaro que lo importante es que se escuchen bien el instrumento y la música? De inmediato, opto por lo segundo. En los recitales que he comentado aquí, la amplificación fue correcta y sin excesos ni efectos ni distorsiones, y lo único que quedó pendiente por resolver (suponiendo que tenga solución) es el hecho evidente de que los micrófonos y el viento no son buenos amigos ni se llevan bien. Venturosamente, la interferencia de Eolo en estos dos recitales fue mínima. Alrededor de los conciertos y recitales de este Festival Internacional de Guitarra de Monterrey, diversas actividades académicas, clases magistrales y talleres, incluyendo una muy necesaria plática a cargo de la fisioterapeuta Sandra Romo sobre ese espinoso tema que es el de los dolores diversos que aquejan a quienes tocan instrumentos musicales. En este contexto, me encontré aquí con Abel García López, legendario guitarrero de Paracho, quien trajo a exhibir su triunfo más reciente, una copia exquisitamente realizada de una hermosa guitarra construida en 1858 por Antonio Torres. Una auténtica joya de la laudería mexicana que tuve la oportunidad de ver muy de cerca y de pulsar durante unos minutos. Coda. Siempre hay lugar para las sorpresas en un festival como este. El guitarrista tailandés Ekachai Jearakul (cuyo recital no pude escuchar) incluyó en su programa un par de piezas escritas por su compatriota Bhumibol Adulyadej, nacido en 1927… quien no es otro que Su Majestad el Rey de Tailandia.