Opinión
Ver día anteriorMartes 6 de octubre de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Las generaciones
U

n artista que en tiempos anteriores me fue muy cercano me llamó para comentarme su decepción respecto de que su generación, inmediatamente posterior a la de la llamada Ruptura, pero anterior a la capitaneada entre otros por Gabriel Macotela, Alberto Castro Leñero, Carla Rippey, Roberto Parodi, et al, era invisible, nadie los exhibía. Salvo a uno que otro que anda por aquí y por allá, y se refería a personas como Arnaldo Coen y Luis López Loza (ambos miembros señeros de la Academia de las Artes, al igual que Manuel Marín y más recientemente Yvonne Domenge).

Ese hecho les propició en su momento de admisión que la propia academia en coalición con la dirección del recinto formulara respectivas exposiciones individuales en el Museo de San Carlos, sede de la propia academia. Fuera de eso, sus reconocimientos públicos obedecen a sus respectivas repercusiones, e igual a la construcción pública que de ellos mismos proviene. Pero si alguien quiere ver obra de Luis López Loza tiene que visitarlo en su taller, porque la posible exposición temporal, que según entendí podría tener lugar en una de las salas del Museo del Palacio de Bellas Artes, no se concretó. ¿Qué quiero decir con esto?

En primer lugar, que las exposiciones en ciertos museos tienen un eje destinado a atraer visitantes, porque el público mexicano, hasta época muy reciente, no ha sido proclive a visitar museos. La población artística ha crecido en proporción geométrica a la que privaba en la época de la llamada Ruptura, pero aun los artistas que la integran, salvo excepciones (la exposición Desafíos o la de Vicente Rojo), no suelen poblar los espacios museísticos. No se procede por generaciones, salvo que algún curador se arme de tenacidad y presente un proyecto viable, armado de presupuesto.

Las galerías de las escuelas y universidades suelen ser espacios propicios para mostrar ejemplos de lo que allí se produce, pero sus misiones están encaminadas a eso, no a la realización de homenajes, salvo en casos excepcionales, como la muestra que se organizó en el Centro Nacional de las Artes en honor de Phil Bragar, al celebrar sus 90 años.

Y en cuanto a exposiciones individuales, de carácter más bien discreto, que ponen a la luz obras de artistas emergentes o ya reconocidos que no tienen la fama y el renombre, pongamos por caso a Francisco Toledo, lo que hay que considerar es que estas relevancias son escasas en el mundo artístico de todos los países, no sólo en las artes visuales, también en las escénicas y en las letras. Las ofertas son cuantiosas y respecto de la generación a la que alude mi comunicante es en extremo dispersa y no incluye ni a Coen, ni a López Loza, ni a Toledo, aunque entre ellos sean coetáneos. En casos particulares siempre cabe tener en cuenta las bienales, que se realizan a escala nacional en varias disciplinas. Y mi comunicante ha recibido importantes distinciones, más de una vez, muy merecidas y relevantes.

Es un hecho que la asistencia a museos ha creado hoy día una nueva costumbre que antes no existía o existía sólo en casos excepcionales. Los nombres consagrados tienen que ver con eso. Así, la exposición sobre Octavio Paz, con título poco taquillero En esto ver aquello, reunió un sinnúmero de obras que significaron no sólo cantidades presupuestales enormes, sino también innumerables erogaciones en cuanto a organización y vigilancia en el periodo de su vigencia.

Obras internacionales de artistas señeros alternaron con obras mexicanas, y el público fue masivo. Si pensamos en eso, podríamos imaginar, por ejemplo, que una muestra sobre Sergio Pitol traería consigo múltiples posibilidades iconográficas. Pero la espectacularidad de la muestra de Octavio Paz no tuvo que ver con el hecho de que él es nuestro Premio Nobel, sino con Duchamp, Motherwell, Max Ernst, Giorgio de Chirico, Henry Moore.

A partir de ciertos acontecimientos espectaculares, y sobre todo de una publicidad adecuada por todos los medios, los tiempos cambiaron y ahora tanto internacional como nacionalmente las exposiciones deben cargar con valores agregados, a menos que se manejen nombres de por sí prácticamente inaccesibles: como Miguel Ángel y Leonardo, que están en el imaginario de personas que a la mejor nunca han visitado un museo.

¿Eso quiere decir que se objeten? De ningún modo. Ojalá pudiéramos ver a Durero, a Delacroix o a Morandi, aunque fuera a través de muestras de cámara. Pero es obvio que hay una red consistente de museos que con medios adecuados en cuanto a promoción pueden ser tan visitados como los del Centro Histórico.

La generalidad de los públicos desconoce el trabajo que se realiza desde el momento en que se acepta la consecución de una exposición. Yo oí decir barbaridades a propósito de la de Miguel Ángel, por ejemplo: ¿por que no trajeron el Tondo Doni y el David?

Vastos sectores del público ignoran radicalmente lo que resulta posible en este aspecto. No obstante la queja respecto de las generaciones de artistas mexicanos que no tienen visibilidad en los espacios públicos es reiterada y de tomarse en cuenta.