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El conocimiento científico
H

ace tiempo que las ciencias sociales habían venido siendo objeto de presiones y repulsas de diverso tipo en el seno de algunas universidades. Todo indica que el asunto tomó mayores vuelos durante el insólito gobierno de la señora Margaret Thatcher y el del señor Ronald Reagan. Se sabe bien que a sus 18 años la dicha señora leyó a Friedrich von Hayek en su libro Camino de servidumbre, que es una muy torpe invectiva contra la más mínima forma de intervención del Estado en la economía; pero ella quedó fascinada y con la mente embotada para leer cualquier otra tesis de índole distinta. El librito se convirtió en su biblia. Hayek le hizo saber que la sociedad no existe; existen hombre y mujeres individuales, la sociedad es un invento de las ciencias sociales. Por inaudito que parezca, esa era la racionalidad inglesa que embrutecía la cabeza de Thatcher.

El librito también se convirtió en una biblia de la llamada escuela austriaca de economía, cuya fe en el libre mercado supera al más extremo de los dogmas religiosos. Ese vademécum fue también leído por Ronald Reagan, quien inspirado en el mismo, dijo: “ The nine most terrifying words in the English language are, ‘I’m from the government and I’m here to help”. (“Las nueve palabras más terroríficas en lengua inglesa son: ‘soy del gobierno y aquí estoy para ayudar’”). Como dicen que era actor, hacía chistecitos provenientes de un manual de emblemática arrogancia, que no fue escrito, pero pudo serlo por Hayek-Tatcher-Reagan. Por ejemplo, Reagan: He dado órdenes para que se me despierte en cualquier ocasión de emergencia nacional, incluso si estoy en una reunión con mi gabinete.

Cuando la señora Thatcher tomó las riendas del poder, la economía inglesa sufría la novedad de una severa stagflation (estancamiento con inflación). Su política económica fue parar la inflación: incremento de las tasas de interés y reducción intransigente del gasto público. La economía se colapsó, la inflación cedió, y el desempleo aumentó sádicamente. El recorte del gasto público incluyó un duro embate contra las ciencias sociales que se cultivaban en las universidades. ¿El motivo?, no tenían ninguna utilidad (la sociedad no existe). Este neoliberalismo naciente empezó a cundir y acabó convirtiéndose en el mainstream todavía vivo por todas partes –aunque en distinto grado–, incluidas la ideas de Thatcher sobre las ciencias sociales. Japón acaba de tomar una decisión para la que no hay palabras: en el marco de la abenomics (Shinzo Abe es el primer ministro), un neoliberalismo que no está en chino, sino en japonés, Hakubun Shimomura, ministro de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología, instruyó (así se dice en español mexicano) a las universidades para eliminar o reducir a su mínima expresión las carreras de ciencias sociales y humanidades y centrarse en las técnicas. El comunicado habla de la necesidad de dar pasos activos para abolir dichas organizaciones o transformarlas para servir a otras áreas que atiendan mejor las necesidades de la sociedad. Esto ocurre cuando en Japón, como en otros lugares del mundo, crece la crítica de cómo la investigación tecnológica ha comenzado a orientar el sentido y contenidos de la investigación científica básica: es decir los intereses económicos de las grandes industrias manufactureras y su apuro por elevar la competitividad, al alimón con los bancos, son hoy el mando de la sociedad.

El conocimiento que produce la ciencia se distingue del sentido común, en que hace uso de métodos específicos. Lo cual no significa que el sentido común sea un no-conocimiento. Ambos son formas de conocimiento humano, aunque de distinto alcance y porfundidad. De este modo, como diría Perogrullo, toda ciencia, es ciencia humana. En tanto ciencias, las naturales y las sociales, tienen un pilar en común: la verificabilidad (el contraste de sus conclusiones con la realidad), que sigue a la elaboración de hipótesis que guían la investigación.

A finales de mayo de 1959, Charles Percy Snow, físico y novelista inglés pronunció en la Rede Lecture de la Universidad de Cambridge una conferencia con el título de Las dos culturas. Según Snow, se había producido una drástica separación y gran incomunicación entre ciencias y humanidades, habiéndose constituido como consecuencia dos grupos polarmente antitéticos. Debido a ello, cerrar el abismo que separa nuestras culturas es una necesidad (...). Cuando esos dos sentidos se disgregan, ninguna sociedad es ya capaz de pensar con cordura.

Erwin Schrödinger, físico austriaco naturalizado irlandés (Nobel 1933), que realizó importantes contribuciones en los campos de la mecánica cuántica y la termodinámica, tras mantener una larga correspondencia con Einstein y proponer el experimento mental de el gato de Schrödinger que mostraba las paradojas e interrogantes a los que abocaba la física cuántica, escribió: Debemos insistir, por más evidente y claro que pueda parecer, en que el conocimiento aislado obtenido por especialistas en un campo limitado del saber carece en sí de todo valor. Su único valor posible radica en su integración con el resto del saber y en la medida en que nos ayuda a responder a la más acuciante de las preguntas: ¿Quién soy yo?

Las ciencias naturales y las sociales sólo requieren respeto epistémico mutuo, para hablar y crear civilización. Pero nadie puede esperar, en las condiciones que actualmente vive el mundo, que las ciencias sociales dejen de ser críticas.

Digamos finalmente que las ciencias sociales deben cuidarse del presupuesto mexicano 2016. En la investigación, en la docencia y en la difusión.