Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 4 de octubre de 2015 Num: 1074

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

“No tengo por qué
callarme ahora”

Elena Poniatowska

El pulso corporal
de la poesía

Xabier F. Coronado

Dos Bazares
de asombros

Carmen Villoro

Brevísima
antología poética

Hugo Gutiérrez Vega

Hugo Gutiérrez Vega
y la persona del poeta

Evodio Escalante

Los viajes de un poeta
José Cedeño

El mundo raro
de un poeta

Gustavo Ogarrio

Las dualidades
fructuosas

Marco Antonio Campos

ARTE y PENSAMIENTO:
Cabezalcubo
Jorge Moch
Bemol Sostenido
Alonso Arreola


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La Jornada Semanal

 
 
Hugo y las musas, Festival de Poesía en el Zócalo de Ciudad de México,
11 junio de 2000 Foto: Cristina Rodríguez/La Jornada
Xabier F. Coronado
Poeta simpático, locuaz, amigo, camarada, de alma teatral.
“La poesía es un artículo de primera necesidad para los individuos
y para los pueblos”: HGV

Ya es tiempo que digamos/lo poco que tenemos que/ decir,
pues mañana nuestra/ alma se hace a la vela.

Yorgos Seferis

Cuando la muerte se manifiesta, podemos percibir esa corriente tumbadora de aire que penetra y apaga la llama de la vida. Entonces, el piso se nos mueve y tenemos que aceptar, a pesar nuestro, la efímera realidad de la existencia. En este país donde la muerte está presente en cada instante, nos hemos acostumbrado a vivir bajo su imperio implacable. Sabemos que la muerte nos iguala y que sin ella la vida es sólo un sueño.

Hugo Gutiérrez Vega, poeta de alegre lucidez, hablaba y escribía para explicarnos una visión deslumbrante de la vida, compatible con la certeza de la muerte. Ahora, que en él ya se ha cumplido ese ciclo fatídico, tenemos que recurrir a sus versos para aceptar la invariabilidad de las cosas que pasan: “Este pueblo no cambia./ Aquí están la luna entre las torres,/ la conversación de los grillos/ y la tensa guadaña/ que año con año/ nos quitaba/ a las gentes cercanas.” (Peregrinaciones)

Las dos orillas de la poesía

Nada de encerrarse en la prisión del ego. Salir,
ver a los otros, identificarse con ellos.

Hugo Gutiérrez Vega

Se puede decir que la poesía tiene dos orillas. Básicamente podemos distinguir dos clases de poesía y dos linajes de poetas. En un lado están los que se miran al espejo y escriben para leerse ellos mismos en un ejercicio banal y solitario; abusan de la metáfora para hacer poética la lengua y pierden la claridad de la palabra que, en consecuencia, se enturbia y oscurece. El resultado es una poesía cerebral que nace inducida por trucos de la mente, en ella no se siente el ritmo vital de los pulsos corporales. En la otra orilla están los poetas que se inspiran por la necesidad de comunicarse, anhelan contar lo que les pasa y lo hacen de igual a igual con quienes les escuchan; estos poetas escriben las palabras que dicta el corazón, impulsados por la armónica sencillez de los latidos.

Con Juan Gelman, durante la presentación de su libro, Los otros, en la sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, 20 de julio de 2008 Foto: Cristina Rodríguez/La Jornada

Hugo Gutiérrez Vega conoce las secuelas de estar en cada orilla, por eso se orienta hacia la costa donde residen los “seres pequeños” con los que se identifica, “decía Albert Camus que ‘en el hombre hay más cosas dignas de compasión que de odio’. De esta manera compadezco y canonizo a todos los seres pequeños y de paso me autocanonizo pues yo formo parte de ese grupo de pequeños”; y escribe una poesía terrenal para gente común que cree en el gozo de vivir y puede deslumbrarse con la magia de la existencia, consciente de que “pertenecemos a la raza humana y que la esperanza todavía, aunque tembelequeante, se mantiene en pie” (Carta a Juan Gelman, 2008). Al apostar por la transparencia en la poesía afirma: “Declaro mi tedio ante el metaforeo delirante y otras técnicas para oscurecer el poema.”

El poeta sin el lector no es nada, pierde toda razón de ser, “el yo del poeta se fortalece gracias a los otros y se disuelve en el todo para evitar el ensimismamiento, la obsesiva contemplación del propio ombligo”. Además, la misma poesía enseña al poeta que la travesía hacia esa ribera, donde el lector espera para darle sentido a su trabajo, exige un esfuerzo vital que le equilibra y aprende a no tomarse tan en serio, a no darse importancia, “los poemas me exigieron una mayor objetividad y obligaron al ego a replegarse y a dejar de molestar”. Hugo Gutiérrez Vega se ubica en esa orilla con pie firme porque desde el principio descubrió la clave para escribir poesía: “Me exijo claridad./ Nada me dice/ el turbio soliloquio.” (Cantos del despotado de Morea)

Vida y obra

Que el buen amor, amigo, y la esperanza
nunca jamás te dejen de su mano.

Rafael Alberti

Hugo Gutiérrez Vega nació en Jalisco en 1934. De espíritu inquieto, escuchó los impulsos que sentía y, además de recibirse en Derecho, estudió en el Actor’sStudio de Nueva York. Durante más de treinta años ejerció la carrera diplomática en países de América y Europa; también fue un incansable promotor del periodismo cultural, crítico y ensayista, apasionado del teatro y fiel espectador de cine. Pero, sobre todo, Hugo Gutiérrez Vega fue poeta y la poesía se convirtió en el eje de su vida. Su obra poética reúne más de una treintena de volúmenes que fueron apareciendo desde 1965, cuando publica Buscando amor, un primer libro de poemas prologado por Rafael Alberti. El autor afirma que fue “mi primera apuesta por la transparencia, que he mantenido a lo largo de mi trabajo y de mi vida, porque sigo siendo un poeta bobo y transparente”.

A partir de entonces, Gutiérrez Vega comienza un periplo por diferentes países vinculado a su trabajo como diplomático. Vive en Roma, Londres, Madrid, Washington, Río de Janeiro, Atenas y Puerto Rico. De todos estos lugares, el poeta nos ha dejado una imagen literaria en forma de poemas que se fueron construyendo en la cotidianidad con las experiencias de su vida. “Cada ciudad en la que he vivido tiene su libro. Hay un libro escrito en Washington, otro en Río de Janeiro, uno en Londres, otro en Puerto Rico. De Grecia, que es donde más escribí, hay tres…”

Los libros que componen su vasta obra poética son las huellas que marcan el itinerario recorrido: Desde Inglaterra (1971), Samarcanda y otros poemas (1972), Resistencia de particulares (1974), Cantos de Plasencia (1977), Cuando el placer termine (1977), Poemas para el perro de la carnicería (1979), Meridiano ocho-cero (1982), Cantos de Tomelloso (1984), Andar en Brasil (1987), Georgetown blues y otros poemas (1987), Los soles griegos (1989), Cantos del despotado de Morea (1991) y Una estación en Amorgós (1996), entre otros.


Con su hermano mayor, Rafael Alberti. Foto: Archivo familiar

Una senda explorada paso a paso, que le llevó a conocer diferentes lugares de este mundo donde fue asimilando la tradición literaria y cultural de cada sitio, embebido en lecturas de escritores de otras lenguas: en Italia, la poesía de Pavese y Pasolini; en Inglaterra, el romanticismo de Wordsworth; en España, los escritores de la Generación del ‘27; en Washington, el poeta y dramaturgo Edgar Lee Masters; en Brasil, los poemas modernistas de Manuel Bandeira; en Grecia le encandilaron los versos históricos y morales de Kavafis y la poesía mitológica de Yorgos Seferis, poeta y diplomático como él; en Puerto Rico, la lírica afroantillana de Luis Palés Matos. Todas estas lecturas ayudaron a cristalizar un quehacer poético que había comenzado a formarse en su primera juventud, con el conocimiento de autores más cercanos que fueron la base real de sus poemas: Francisco González León, Alfredo R. Placencia y Ramón López Velarde.

Hugo Gutiérrez Vega es un poeta con una obra de alma teatral, llena de referencias literarias y cinematográficas: “En el teatro y la poesía va la vida de por medio. Son un salto mortal. La poesía exige una total desnudez”; “He sido muy libresco, la literatura ilumina los instantes. He tratado de combinar la vida cotidiana y los libros”; “Soy un espectador de cine ideal. Me lo creo todo”. Su poesía ha seguido un camino ascendente, gozoso y fresco, forjado con la claridad vital de versos resueltamente humanos, alimentados con libros y experiencias. Una poesía sencilla y luminosa, sin abusar de juegos poéticos que la hagan abstrusa y enigmática.

Prácticamente la totalidad de su poesía se recoge en el volumen Peregrinaciones: Poesía 1965-2001 (Fondo de Cultura Económica, 2002). La editorial Visor publicó en 2008 una selección de sus poemas realizada por el propio autor, Antología con dudas, que Gutiérrez Vega consideraba su testamento poético: “La idea era dar un panorama general de mi desarrollo y detenerme de manera especial en lo que considero mejor o más interesante, lo que puede salvarse un poco.”

Producto de esta existencia vivida con intensidad es una larga serie de artículos y ensayos que recopila en libros para mostrarnos esa faceta de su trabajo literario: Lecturas, navegaciones y naufragios (1999), Bazar de asombros (2001 y 2002), Esbozos y miradas del Bazar de asombros (2006) y Las águilas serenas (2009).

Humanidad y deslumbramiento

…y me dejó, adolorido y deslumbrado, a merced del misterio.
Hugo Gutiérrez Vega

Hugo Gutiérrez Vega realiza una poesía vital, trasciende la mirada interior que el poeta cultiva por necesidad y se enfoca en su entorno. El paisaje, las personas, la tradición cultural y la historia, emergen matizadas por los colores de un brillo existencial. Es un poeta que pinta con palabras los paisajes que contempla, los personajes que conoce, los relatos que escucha, las cosas que suceden. Su poesía es una larga conversación escrita en verso, un ejercicio coloquial, transparente y expresivo, un mosaico de memorias dibujado en un cuadro que integra la esencia de la vida.

A todo le transmitió su espíritu poético y fue juntando versos hasta reunir una obra cuajada de poemas. Una colección de historias, propias y ajenas, que son reflejo de lo que la vida nos muestra para que podamos descubrir la energía que permanece oculta detrás de la imagen superficial que las cosas proyectan. Porque Gutiérrez Vega es un poeta visionario de intuición profunda, que con su mirada podía descifrar misterios o vislumbrar lo que se había perdido: “Una columna trunca, rota, sola/ basta para sentir una ciudad”; “La noche/ y los maduros corazones/ con esa oscura carga/ de todo lo omitido,/ pesan sobre las almas” (Los soles griegos). Estos fragmentos de poemas pertenecen a uno de los tres libros que escribió durante su estancia en Grecia. En esa trilogía, Los soles griegos, Cantos del despotado de Morea y Una estación en Amorgós –reunida en un volumen titulado Los pasos revividos, 1997–, es donde el poeta despliega claramente las señas de identidad de su obra y alcanza una notable madurez poética al conseguir la precisión y la armonía.

La visión del mundo en la poesía de Hugo Gutiérrez Vega está cargada de una ternura innata que se manifiesta en versos delicadamente humanos. Su poesía es directa y cercana, humanista, de protesta social y sabiduría crítica. Es un poeta simpático y locuaz, amigo y camarada; sus poemas se leen y se escuchan porque mantienen un diálogo entrañable que nos detalla las enseñanzas de una vida itinerante: “Mis libros son una conversación sostenida a lo largo del tiempo. Una sola corriente, aunque la temática sea variada. He escrito ese único libro hecho a través de los años y los viajes.” Así, el escritor ejerce su oficio de poeta porque sabe que la poesía “es un artículo de primera necesidad para los individuos y para los pueblos, que da a la gente como nosotros, a la gente común y corriente, palabras para expresar lo fundamental de lo cotidiano que es el encuentro y el desencuentro del amor, de la muerte, del deseo, es decir, las cosas pequeñas y esenciales de la vida.”

Para Gutiérrez Vega, el poeta no es un ser especial ni diferente, es una persona que trabaja para los demás, porque “canta lo que a todos pertenece” y ha aprendido una técnica, como el panadero o el zapatero, “para decir esas cosas de una manera no sólo eficiente sino de una manera entrañable, por lo tanto la sociedad tiene que ver muchísimo con la entraña del poeta.” Hugo nos muestra muchas cosas a través de sus poemas, entre ellas esa capacidad inagotable de deslumbrarse ante la vida. Una aptitud imprescindible para poder vivir: “Yo estoy dispuesto candorosamente a deslumbrarme. Cuando pierda esta capacidad sentiré que está próxima la muerte”. Como escritor y como persona, siempre sostuvo un compromiso con la cultura y la realidad de su país y, a pesar de todos los males que nos afectan como sociedad, mantenía la esperanza; no dejaba de afirmar, con intención de animarnos al ver la desesperanza general que nos invade ante la realidad diaria que vivimos, que “cada día guarda una novedad inédita pero la prisa y el estruendo nos impiden mirar de frente la realidad diaria. Pese a todo el mundo es hermoso y todo está por hacerse. Más allá de cualquier cosa, vivo en continuo deslumbramiento”.

Ahora, cuando despedimos físicamente al poeta y “los ángeles del otoño,/ con un dedo en los labios,/ le ordenan a la vida/ que no te despierte”, tenemos que recordar, con su misma claridad y transparencia, las enseñanzas que su obra nos legó y repetir estos versos suyos que expresan la esperanza ante la ausencia de un ser querido: “Si nada cesa tú nunca cesarás./ La muerte grande te besó en las mejillas/ y nosotros lloramos y reímos./ Estamos contigo./ Tu memoria no se detuvo nunca.”