Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
“No tengo por qué
callarme ahora”
Elena Poniatowska
El pulso corporal
de la poesía
Xabier F. Coronado
Dos Bazares
de asombros
Carmen Villoro
Brevísima
antología poética
Hugo Gutiérrez Vega
Hugo Gutiérrez Vega
y la persona del poeta
Evodio Escalante
Los viajes de un poeta
José Cedeño
El mundo raro
de un poeta
Gustavo Ogarrio
Las dualidades
fructuosas
Marco Antonio Campos
ARTE y PENSAMIENTO:
Cabezalcubo
Jorge Moch
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Directorio
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Jorge Moch
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Gracias, poeta
Para Lucinda, con un abrazo
¿Qué palabras pueden atenuar la tristeza de este adiós? Muchos somos los que acá quedamos en deuda con nuestro querido Hugo. Escribir estas redundantes líneas de elogio hace que uno de pronto odie las palabras, que se sienten traicioneras porque por más que lo intento no puedo percibirlo cerca ya y hay que admitir que eso duele. La muerte de alguien a quien queremos suele ser así, desquiciante. El fallecimiento de Hugo, lo dije hace una semana cuando supe de ello y lo repito ahora, nos deja a muchos nuevamente con el sabor a cobre de una peculiar orfandad en la boca.
A mi querido Hugo Gutiérrez Vega le debo tanto que esa deuda impagable va a ser ya para siempre. Le debo este espacio y una vasta cauda de aprendizajes obtenidos de algunas muy afortunadas ocasiones en que pude platicar con él pero desde luego y sobre todo de leer sus textos brillantes, su poesía divertida, pícara a veces, siempre enamorada del lenguaje y siempre, también, tributaria del más honesto humanismo. Hugo fue, como bien lo ha sentenciado Marco Antonio Campos, un hombre bueno (título nada fácil de obtener en los tiempos que corren), y aunque no fui íntimo amigo suyo puedo dar fe de su generosidad y su paciencia. Y de que aunque no tuviéramos más vínculo que mi admiración, una incipiente amistad y el trabajo, en ese orden, sin proponérselo, y muy probablemente sin percatarse, proyectó un ascendente casi paternal sobre muchos de nosotros que de alguna manera nos sentimos arropados por su presencia. Hugo tuvo, tiene y tendrá siempre algo de padre para muchos de quienes tuvimos la dicha de conocerlo.
Así que estos párrafos son lo mismo de agradecimiento que despedida que semblanza, una mezcla de melancolías y muy buenos recuerdos. Hugo logró atesorar un anecdotario colosal, algunas veces trágico como todo lo humano pero casi siempre salpicado de humor. Era un empedernido admirador de Chaplin, de Keaton, de Lloyd, pero sobre todo de el Gordo y el Flaco. Creo que no he conocido a nadie más con esa capacidad de saborear la vida en tantos y tan diversos ambientes y de trasladarla luego, palpitante y viva, a una escritura exquisita y fresca, erudita, inadvertidamente didáctica en un sentido socrático, quizá, en un helenista consuetudinario como él, y siempre ataviada, como creo que fue su vida toda, de un profundo sentido del deber solidario, de misericordia como la definiría Agustín de Hipona. Uno de sus últimos bazares de asombros, precisamente en estas páginas, daba cuenta por ejemplo de su participación en el Comité de Solidaridad con el exilio chileno a causa del golpe de Estado de los milicos en 1973. Allí queda para siempre también el haber sido perseguido en Querétaro por agitar las buenas conciencias con un teatro “impúdico” y aleccionador, que “soliviantaba” el ánimo de la juventud queretana que se rindió ante el rector amistoso, robusto amante del escenario y de las veladas literarias.
Recuerdo con particular gusto (un gusto que algo tiene de complicidad e involucra también a Luis Tovar, quien no me dejará mentir) a Hugo en un salón de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ante un público en el que no faltaron las cejas alzadas y las toses atragantadas cuando en lugar de una participación solemne se puso a recitar completitas las estupendamente léperas estrofas de “El ánima de Sayula”, aquella que ofertaba ciertas talegas…
Porque finalmente quien recuerde a Hugo Gutiérrez Vega deberá hacerlo sin regatearle una sonrisa a su recuerdo. Que sea la risa y no el llanto la rúbrica de su feliz paso por el mundo. Que gane siempre la eutrapelia y se chinguen las caras largas, las condecoraciones y los discursos engolados y (para usar un poco de coloquio de su natal Guadalajara) cursientos.
Ese humorismo libertario logró fijarlo primorosamente en su poesía. No me puedo resistir y yo ya me callo para dejar que Hugo mismo se despida con unos versos de “Aunque no lo parezca de verdad no quiero nada”, (de Resistencia a particulares, 1974) que acrisolan su espíritu encabritado, magnífico, insolente: “A mi invitación al juego/ contestas con una declaración escrita./ A mis saltos chaplinianos/ respondes con tu cara de discurso./ A mi tristeza de Buster Keaton/ opones tu deseo de subir./ Te saco la lengua amigablemente./ Yo seguiré representando mi farsa./ Quédate en la tribuna aquilina/ y que una trompeta ronca/ te despida del planeta./ Desde la fosa común te saludaré con mi corbata./ Hasta tu mausoleo llegarán mis proyectiles:/ pasteles de crema,/ helados de frambuesa.”
Gracias, poeta, por tanta dulzura.

Hugo, rodeado de su esposa, sus dos hijas y su nieto Foto: Archivo La Jornada
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