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Sibelius 150 en Lahti

Lahti, Finlandia.

L

os dos últimos conciertos sinfónicos del Festival Sibelius 150 realizados en la espléndida Sala Sibelius de esta ciudad finlandesa mantuvieron el alto nivel de repertorio y de calidad musical de los cuatro anteriores. El quinto concierto de la serie fue protagonizado por la orquesta local, la Sinfónica de Lahti (OSL), bajo la conducción de Jukka-Pekka Saraste, quien fue consejero artístico de la orquesta y director artístico del Festival Sibelius entre 2008 y 2011. Como había ocurrido tres días antes con Osmo Vänskä, director artístico de la OSL durante 20 años, los músicos y el público recibieron a Saraste con particular calidez, y la refrendaron con tres destacadas interpretaciones de la música de Sibelius. En su versión de la Primera sinfonía, Saraste y los músicos de Lahti hicieron algo realmente interesante: desactivaron en buena medida los elementos de la obra que dan testimonio de la influencia de Chaikovski, y en cambio potenciaron aquellos que apuntan más a la esencia propia, personal, del compositor finlandés. Ello no impidió, sin embargo, que Saraste y la orquesta construyeran con intensidad los episodios de expresión cabalmente romántica de la obra, particularmente los expresivos temas encomendados a las cuerdas en los movimientos primero y cuarto.

Después, director y orquesta hicieron una detallista ejecución del poema sinfónico El bardo, en el que aplicaron una refinada delicadeza a las pinceladas impresionistas que contiene esta poética partitura de Sibelius. El programa concluyó con una compacta y muy bien articulada ejecución de la Quinta sinfonía, caracterizada sobre todo por la sabiduría de Saraste para hilvanar la continuidad entre movimientos y secciones, logrando una versión muy unitaria y sin costuras. Particularmente destacada, en este sentido, la interpretación del movimiento final de ésta, una de las mejores quintas sinfonías del repertorio.

Para el último concierto, se presentó de nuevo la Orquesta Sinfónica de Lahti, ahora bajo la batuta de su actual director artístico, el legendario Okko Kamu. Otro programa impecablemente estructurado y rico en variedad musical: los poemas sinfónicos Las oceánidas y La hija de Pohjola, y las Sinfonías Nos. 6 y 7, últimas del catálogo de Sibelius, descontando la desaparecida Octava, de misterioso y elusivo destino. Detallista pintura tonal de imaginarios paisajes marinos y sutiles trazos de un arcaísmo mítico en Las oceánidas, robusta expresión de la compleja e impecable estructura de La hija de Pohjola fueron las cualidades exhibidas por Kamu en esta primera parte del programa. Sus controladas y expansivas versiones de las dos sinfonías (particularmente atractiva la de la Séptima) confirmaron la añeja cercanía que con este repertorio tiene Kamu, quien acaba de grabar, con motivo del año de celebración, su primer ciclo sinfónico Sibelius completo, precisamente con la Sinfónica de Lahti. Su reconstrucción sonora de la peculiar continuidad formal de la Séptima sinfonía fue toda una lección de coherencia y del manejo a la vez romántico y moderno de los poderosos contrastes que contiene esta obra de Jean Sibelius.

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Trozo de Janne Sacher-kakku, pastel conmemorativo de Lahti, por siete eurosFoto Juan Arturo Brennan

Es preciso mencionar de nuevo que a la notable calidad de las obras, las orquestas y los directores que protagonizaron la vertiente sinfónica de este Festival Sibelius 150, hay que añadir como un factor de importancia primordial las admirables cualidades acústicas de la Sala Sibelius, en la que se llevaron a cabo los conciertos. Gracias al diseño de Artec, el despacho del legendario diseñador acústico Russell Johnson, la asombrosa diferenciación de planos sonoros que se perciben en la sala de conciertos de esta ciudad deja la impresión de estar escuchando por vez primera obras que uno creía conocidas y memorizadas. Melómanos peripatéticos: si vienen a Finlandia, vengan a Lahti y escuchen un concierto en la Sala Sibelius, legítimo orgullo de esta ciudad; quedarán con los oídos muy bien abiertos. Si vienen este año, quizá encuentren todavía en el café de la sala un trozo de Janne Sacher-kakku, el pastel conmemorativo local rebosante de dulcísimo chocolate. ¡Formidable!