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Ayotzinapa: construir la verdad
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yotzinapa es para el México de hoy la frontera entre justicia e injusticia, entre solidaridad y ley de la selva. Ayotzinapa nos interpela desde varios ángulos. El más evidente es el de la justicia. El más sólido es el de la solidaridad que ha concitado. El más drámatico, el de la crisis profunda que ha desvelado.

Se trata de una crisis de un régimen político constituido por tres fuerzas principales, pero excluyente de otras fuerzas ciudadanas, y un Estado disfuncional frente a una sociedad plural, pero desarticulada, y débilmente implantado a lo largo del país, en medio de una crisis de credibilidad hacia casi todas las instituciones.

A pesar de esa debilidad de la sociedad, la solidaridad se ha nutrido de movilizaciones recurrentes. Hay que entender el ciclo de movilizaciones que se han generado en México desde 2011. Aunque han tenido demandas y formas de lucha diferentes, entre el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, el #YoSoy132, el movimiento politécnico, los múltiples movimientos regionales por rescatar tierras y recursos naturales frente a megaproyectos y empresas mineras; hay un hilo conductor: el abuso de autoridad y las reacciones ciudadanas para afrontarlo.

Encontrar un camino en común en un espacio marcado por conflictos entre las elites, movilizaciones sincopadas, deterioro económico y social, sólo será posible si desde el gobierno y desde el activismo se ve a esta sociedad desarticulada, pero vigorosa, con ojos nuevos. No es la sociedad de las corporaciones, no es el ciudadano sumiso que intercambia progreso económico por retroceso político, ya no es el presidencialismo todopoderoso que articula a los poderes fácticos y a los grupos organizados de la sociedad. Avanzamos por un lento y largo proceso de reconstrucción institucional, donde las minorías intensas en sus excesos y esquematismos son malas consejeras.

No dejan por ello de ser sumamente relevantes algunos planteamientos hechos por el papa Francisco en su discurso frente al Congreso estadunidense. Particularmente cuando refiriéndose a la necesidad de estar atentos a cualquier tipo de fundamentalismo llama a evitar la polarización, el reduccionismo simplista que divide la realidad en buenos y malos. Y concluye con contundencia: Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar.

A evitar esa polarización han jugado un papel central primero los expertos forenses argentinos, y ahora el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Pero trascender la polarización requiere responder a tres interrogantes: a) ¿Dónde están los desaparecidos?, b) ¿Quiénes son los responsables de esa situación?, c) ¿Cuál fue el móvil?

La respuesta a las tres preguntas generaría dos consecuencias. Una, la de la justicia concreta con culpables específicos y procesos jurídicos transparentes. La segunda el inicio de un proceso de reconstrucción del Estado con el propósito de recuperar el territorio nacional desde varias dimensiones. El sistema de transparencia y rendición de cuentas para reducir corrupción, impunidad y sobre todo privilegios. La política social y económica para reducir pobreza y desigualdad. La necesidad de avanzar en una auténtica reforma municipal pensando en éste como el primer eslabón de la fortaleza de un Estado reconstituido territorialmente.

Además una acción simbólica, pero con gran visión estratégica, sería un programa real auténtico no retórico, que termine 40 años o más de hostigamiento a las normales rurales y las fortalezca de suerte que contribuyan a generar una nueva sociedad rural.

Algunos dirán que esperar lo anterior es ingenuidad. Más bien es posibilismo, que como señaló Hirschman, tiene por brújula ética un concepto de libertad definida como el derecho a un futuro no pronosticado.

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