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En histórico discurso ante el Congreso de EU recuerda a la activista y sierva de Dios Dorothy Day

El Papa, por una respuesta justa, humana y fraterna a los migrantes

Rodeado de los políticos más poderosos agradece la presencia de los más importantes: los niños

Apremia a combatir la violencia perpetrada en nombre de una religión o un sistema económico

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El papa Francisco dio la bendición a un enfermo de Brooklyn al llegar a Nueva York, ayer por la tardeFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 25 de septiembre de 2015, p. 30

Nueva York.

El papa Francisco recordó a los políticos estadunidenses: muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros, y pidió una respuesta humana, justa y fraterna, al abordar al tema de los inmigrantes en su discurso histórico ante el Congreso de Estados Unidos, donde también trató algunos de los temas más controvertidos de la cúpula política de este país: la desigualdad económica, el cambio climático y la pena de muerte.

El discurso del papa Francisco, elegantemente diplomático pero con puntos feroces que complacieron e incomodaron a casi todos los presentes, fue dictado en inglés, con dos de los políticos católicos más poderosos del país: el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner, y el vicepresidente de Estados Unidos, el demócrata Joseph Biden (en su función de presidente del Senado) detrás de su podio en el Capitolio, y ante los legisladores (entre ellos varios precandidatos presidenciales), los jueces de la Suprema Corte y el gabinete del presidente. Pero, como él afirmó, su discurso no era sólo para dialogar con la cúpula política, sino con el pueblo estadunidense.

Su mensaje sobre migración fue el más esperado, sobre todo en esta coyuntura en la que el tema se ha mantenido al centro del debate político y electoral. Señaló que él, como muchos de los presentes en el Congreso, es descendiente de inmigrantes; afirmó que en el continente americano no nos asustamos de los extranjeros, porque muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros.

Pide no dejarse intimidar por los números

Colocó el tema migratorio en el contexto de lo que llamó la peor crisis internacional de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial y apuntó: “las miles de personas que se ven obligadas a viajar hacia el norte en busca de una vida mejor para sus seres queridos, en un anhelo de vida con mayores oportunidades, ¿acaso no es lo que queremos para nuestros hijos? No debemos dejarnos intimidar por los números, más bien debemos mirar a las personas, sus rostros, escuchar sus historias mientras luchamos por asegurarles nuestra mejor respuesta a su situación. Una respuesta que siempre será humana, justa y fraterna… Recordemos la regla de oro: ‘Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes’”.

En clara referencia a los casos de Cuba e Irán, elogió los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado.

Declaró que “el mundo es cada vez más un lugar de conflictos violentos, de odio nocivo, de sangrienta atrocidad, cometida incluso en el nombre de Dios y de la religión… Esto nos apremia a estar atentos frente a cualquier fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas y de las personas, requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar”.

Advirtió: sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando el enemigo interior. Copiar el odio y la violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su lugar. A eso este pueblo dice: no.

Llamó a acabar con los conflictos armados en el mundo y dentro de esto preguntó: ¿por qué se venden armas letales a aquellos que pretenden infligir un sufrimiento indecible sobre los individuos y la sociedad? Tristemente, la respuesta, que todos conocemos es, simplemente, por dinero; un dinero impregnado de sangre y muchas veces de sangre inocente. Frente al silencio vergonzoso y cómplice, es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas. No mencionó que Estados Unidos es el mayor vendedor de armas al mundo.

Abordó su tema recurrente de la desigualdad e injusticia económica; afirmó: si es verdad que la política debe servir a la persona humana, se sigue que no puede ser esclava de la economía y de las finanzas. La política responde a la necesidad imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de una comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir, con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social.

Reiteró su llamado a tomar medidas para “evitar las más grandes consecuencias que surgen del degrado ambiental provocado por la actividad humana. Estoy convencido de que podemos marcar la diferencia y no tengo duda de que Estados Unidos –y este Congreso– están llamados a tener un papel importante. Ahora es el tiempo de acciones valientes y de estrategias para implementar una ‘cultura del cuidado’”. Muchos en su público rechazan la existencia del cambio climático.

No olvidó otro tema espinoso para esta clase política: reafirmó la posición católica de defender la vida humana en todas sus etapas de desarrollo, en clara referencia al aborto, aunque no utilizó esa palabra. Pero, a la vez, sí logró entrampar a varios de los conservadores que respondieron a esta frase con una ovación sólo para, inmediatamente después, escuchar lo siguiente: que por ese principio también se debe insistir en la abolición de la pena de muerte (por alguna razón, los políticos conservadores opuestos al aborto como defensa de vida apoyan de manera ferviente la pena de muerte).

Tal vez lo más sorprendente fue que el Papa, quien desarrolló su discurso empleando cuatro figuras estadunidenses ejemplares como “representantes del pueblo norteamericano”, entre ellos obvios como Abraham Lincoln y Martin Luther King, y el místico y poeta católico Thomas Merton, declaró: en estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del Movimiento del trabajador católico. Su activismo social, su pasión por la justicia y por la causa de los oprimidos estaban inspirados en el evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos.

Day fue defensora de los de abajo, los trabajadores, feroz crítica de la injusticia económica y social de este país, y promotora de la acción directa como táctica. Entre sus discípulos estaban los hermanos Berrigan, famosos activistas contra la guerra de Vietnam y las armas nucleares, que pasaron años en prisión por sus acciones. (El discurso íntegro).

El Papa concluyó su visita al Capitolio al salir al balcón del presidente de la Cámara de Representantes, desde donde saludó a unos 50 mil fieles que se habían congregado en el parque. Dio bendiciones y, rodeado de algunos de los políticos más poderosos del país, declaró que agradecía la presencia “de los personajes más importantes que están aquí… los niños”.

Concluyó su visita a Washington en un acto de caridad para 250 desamparados y sin techo de la capital del país más rico del mundo; ahí comentó: el hijo de Dios llegó a este mundo como un sin techo. Poco después voló a Nueva York para la segunda escala de esta, su primera gira a Estados Unidos.

Aquí hizo un breve recorrido por la Quinta Avenida para llegar a una misa de gran esplendor en la recién renovada –con una inversión multimillonaria– Catedral de San Patricio, rodeada por miles que esperaban tener un vistazo del Papa. Ahí hizo referencia notable a la contribución de las mujeres religiosas a la Iglesia (¿qué sería la Iglesia sin ustedes?) y reconoció la crisis reciente del abuso sexual, al referirse a los curas que han sufrido al tener que aguantar la vergüenza de algunos de sus hermanos que dañaron y escandalizaron a la Iglesia.