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Julio Verne y nuestro futuro anticipado
E

n 1863 escribió su primera novela, pero su editor consideró demasiado crudo el mundo que describía: una sociedad dominada por la técnica, poblada por fríos rascacielos de cristal, automoviles impulsados por gas, trenes como el Shinkansen, que comunicaban la metrópoli mediante cuatro círculos y que eran impulsados por aire comprimido y se desplazaban por las vías sin desgastarlas gracias a la fuerza electromagnética. Una ciudad funcional, pero con sus habitantes reducidos a comportarse como un engrane más de esa maquinaria.

La ciudad de París en el siglo XX de Julio Verne se parecía más a la Nueva York de nuestros días o al inverosímil Tokio. Quizá lo más sorprendente de esa novela, que apenas fue publicada en 1994 (más de un siglo después de haber sido escrita), sea la descripción de una red mundial de comunicaciones que permitía rápidos desplazamientos en grandes distancias y la interconexión de todas las casas mediante un telégrafo fotográfico que permitía a sus habitantes enviar y recibir documentos, imágenes, mensajes de manera instantánea: una red similar a la Internet, donde la rapidez era el valor supremo. Muchas son las similitudes de ese París de Verne en el siglo XX con las sociedades de nuestros días: una sociedad de bárbaros utilitarios que hicieron del progreso un dios y del dinero el demonio que lo impulsa.

En esa sociedad predomina el estudio del chino sobre los otros idiomas y las ingenierías habían desplazado a las humanidades. Es un mundo que ignora quiénes son Hugo y Balzac, que desdeña las artes y pondera la técnica. Los grandes genios de la literatura, los clásicos, están fuera de juego. Allí construir e instruir era una y la misma cosa, lo era todo para los hombres de negocios. La instrucción no se consideraba, en rigor, otra cosa que un tipo distinto de construcción, aunque algo menos sólida. Ningún sabio formaba parte de las estructuras educativas, para qué, si la intención era formar gente útil: técnicos, ingenieros, hombres de negocios. Los escritores eran una especie de burocracia parasitaria que escribía más por necesidad económica que expresiva. Los buenos ciudadanos eran similares a Monsieur Stanislas Butardin y su familia, que comían rápido y sin convicción. Más que alimentarse, a ellos les imploraba con qué alimentarse.

Butardin era ante todo un hombre práctico que sólo hacía lo útil. Para él la pintura terminaba en el diseño industrial, el diseño en el plano, la escultura en el molde, la música en el silbato de las locomotoras, la literatura en los boletines de la Bolsa.

Ese hombre cultivado en la mecánica explicaba la vida según los engranajes y las transmisiones; se movía regularmente con el menor roce posible, como un pistón en un cilindro perfectamente pulido; transmitía su movimiento uniforme a su mujer, a sus empleados, a sus criados; todos eran verdaderas máquinas-herramientas de las cuales él, el gran motor, extraía la mejor utilidad del mundo.

Una de las cosas más sorprendentes de Julio Verne es el habernos demostrado que la imaginación, la loca de la casa, es el cogote del arte y la literatura, pero también de la ciencia y la técnica.

La literatura de Julio Verne ha sido nuestro futuro anticipado. Nuestro bosquejo del mañana. Existen muchos ejemplos en sus novelas que confirman lo escrito: el colosal Nautilius que surca los mares impulsado por electricidad y cuyas armas también despiden descargas eléctricas a distancia, o el ya clásico Viaje de la tierra a la luna, donde imagina un proyectil vagón de aluminio de forma cilíndrica terminada como un cono capaz de albergar en su interior a un tripulante. De Florida despegó la famosa Apolo 8 cuya misión fue alcanzar la Luna. El mismo lugar que el escritor francés había imaginado como punto de partida.

París en el siglo XX, además de anticiparnos nuestras ciudades modernas, también nos anticipa el perfil humano que por desgracia las tecnocracias políticas continúan construyendo. Sólo espero que esa profecía negra sobre la calidad humana imaginada por Verne no se cumpla. Sería terrible ser un engrane más de esa Coatlicue industrial que se viste con serpientes y se alimenta de sacrificios humanos.

A 110 años de su nacimiento Julio Verne sigue siendo nuestro contemporáneo. El escritor que escribe para el ahora y para nosotros.