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Ver día anteriorLunes 24 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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racias a don Luis González y González, uno de los más grandes y generosos historiadores de México, conocí a Enrique Krauze, cuando yo era un joven veinteañero. En ese entonces, para poder difundir todos los caminos de la historia y poner a discusión todas las ideas, don Luis organizaba en su Colegio de Michoacán, cada viernes, conferencias públicas a las que acudía lo mejor de los historiadores, antropólogos, escritores, geógrafos y muchos otros especialistas de México y el mundo.

Por esas conferencias vespertinas pasaron lo mismo Claude Bataillon que Juan Villoro, Abelardo Villegas que Jean-Marie Gustave Le Clézio, hoy premio Nobel de Literatura. A una de esas sesiones memorables llegó una tarde Enrique Krauze. Se sentó en medio del patio de la casona que en ese entonces era la sede de El Colegio de Michoacán y, sonriente, comenzó a tejer una conferencia sobre la Teoría de las generaciones de Ortega y Gasset, tan cara a la visión de la historia de Luis González.

Allí aprendí, esa tarde de viernes, lo que era la discusión intelectual. Yo ya le había litigado a don Luis, en una de sus conversaciones alrededor de una taza de café, balbuceantes argumentos en contra de la idea de las generaciones por, decía yo, determinista.

Sin embargo, esa noche, al fresco, supe lo que era polemizar. Enrique Krauze no sólo aceptó la discusión en público del joven historiador imberbe que era yo, sino como el gran maestro en la mayéutica que es él. Aceptó el debate sin perder la sonrisa y, paciente, se arrellanó en su asiento y se puso a discutir, con generosidad y argumentos. Tejió y tejió tesis, juicios y evidencias con tal maestría que, no dudo, permitió hasta a don Luis, su maestro, encontrar los vericuetos para concluir tres de sus libros que tenía en el tintero.

Esos rasgos, el debate, la generosidad frente a la crítica y los argumentos, son algunas de las raíces que sustentan a Enrique Krauze como persona, como académico, como pensador de primera línea en el ámbito universal.

Enrique era en esa época un maduro treintañero que ya había escrito Caudillos culturales de la revolución mexicana; junto a Jean Meyer y Cayetano Reyes, dos de los volúmenes, los relativos a Plutarco Elías Calles, de la Historia de la revolución mexicana coordinada por don Luis para El Colegio de México y Daniel Cosío Villegas: una biografía intelectual. Ya era también el sostén y el hacedor, junto con Octavio Paz, de la revista Vuelta, una de las más importantes del pensamiento del siglo XX, no sólo de México, sino del mundo.

Su conversación cotidiana con Paz, sostenida desde la pasión crítica y la lealtad, permitió la existencia de unas páginas en las que se leía lo mismo a Milan Kundera que a Leslek Kolakowsky o a Raymond Aron, a Juan García Ponce que a Joseph Brodsky, a Jean Meyer que a Isaiah Berlin, a Alejandro Rossi que a Kensaburo Oé, o a Ceslaw Milosz.

Para mi generación, leer Vuelta fue un privilegio que nos permitió conocer las voces más críticas de las humanidades en México, Iberoamérica, Europa, Oriente. Nos permitió crecer en un universo sin fronteras. La imaginación y el compromiso de Enrique Krauze fueron unos de los causantes. Con esa pasión fundó Letras Libres, revista que sigue dirigiendo.

Pero su vida intelectual no se ha detenido, desde aquellos años en que lo conocí ha escrito más de tres docenas de volúmenes, productos de su curiosidad, su pasión, su espíritu académico, su querencia por la libertad, su apuesta por el pensamiento crítico.

Desde Biografía del poder hasta Octavio Paz, el poeta y la revolución, pasando por Redentores, ideas y poder en América Latina, Por una democracia sin adjetivos, El poder y el delirio, De héroes y mitos, Presencia del pasado, Siglo de caudillos, Travesía liberal, La presidencia imperial, La historia cuenta, su cauda de erudición crítica refleja también gran preocupación por la difusión de las ideas. Por ello sus libros son tan amenos; desde que uno abre sus páginas primeras, no pueden soltarse nunca.

Uno de los libros más hermosos de todos los que he leído es de Enrique Krauze. Era pequeñito, lo publicó la editorial Vuelta en 1989, año clave de la historia contemporánea, pues ese año cayó el muro de Berlín y con él todo el mundo de la utopía comunista. Se trata de Personas e ideas, y en él están agavilladas una serie de entrevistas a historiadores y pensadores, Borges incluido. El más importante de entre ellos, Isaiah Berlin. La lectura de esta conversación entre Enrique y Berlin cambió mi vida. Allí entendí que el pensamiento liberal, crítico, es el que nos puede acercar a cambiar el mundo. Esa es una de las lecciones que más agradezco a Enrique Krauze. Con su vida y con su obra nos invita a discutir, con pasión liberal, todas y cada una de las preocupaciones del hombre en sociedad. Sobre todo en una sociedad como México.

Enrique Krauze me enseñó a ser un historiador comprometido y, siguiendo la lección de don Luis González, me enseñó que, para hacerlo, había que llevar la historia y las ideas a las calles. Por eso es de celebrar la nueva edición de Personas e ideas, ampliada y con mayor grandeza todavía. A los retratos y conversaciones originales se le aumentaron, entre otros, los de Mario Vargas Llosa, Miguel León-Portilla y, claro, Luis González y González. Millones de páginas de historia bien contada circulan en este volumen nuevo.

Personas e ideas es un libro que nos ayuda a despertar e inspirar devoción por la discusión de las ideas. Nacido en el Siglo de las Luces, la Ilustración del siglo XVIII ilumina la génesis del liberalismo como el conjunto de pensamiento que fomenta a la libertad como eje de la vida social. Esa es la raíz de este libro y de toda la obra de Enrique Krauze. Celebremos. Vayamos a leer, en libertad, con pasión crítica.

Twitter: @cesar_moheno