Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de agosto de 2015Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ventimiglia en las rocas
E

n un punto áspero de la costa mediterránea de Europa, Ventimiglia es de esos lugares donde las cosas dejan de ser lo que eran y se convierten en otras. Inundada de migrantes sirios y africanos que aquí quedan atorados, a las puertas de una Francia que les niega la entrada, se ha convertido en una frontera de lo imposible. Este poblado costero de Italia no sólo limita su país con el sur de Francia; es también donde la insondable cordillera de los Alpes se acerca más al mar. Y hoy, donde África toca las puertas del cielo (diría Dylan). En este escenario, sin nieve en las montañas al fondo por la canícula, deambulan, acechan, se escurren, acurrucan y atrincheran grupos de tres o cuatro migrantes o hasta más, entre la estación de tren y la playa a cuatro cuadras, haciéndole a la vida.

Varados en las escarpadas rocas de la costa (hasta la playa en Ventimiglia es de piedras, no de arena), cientos de personas, la gran mayoría varones, de piel oscura y equipaje mínimo, pasan el día y la noche en el territorio de las gaviotas, esperando. A sus pies el Mediterráneo revienta con fuerza. Ya lo conocen, ya lo sobrevivieron. Bajo un calor propio de sus desiertos o trópicos originarios, la espera se rostiza bastante, casi como para invocar la palabra infierno. ¿O limbo? ¿Purgatorio? Apiñados en los brazos y escolleras de la costa, tampoco se piense que andan sin teléfono celular, así que con alguien se comunican ellos, los parias, los nadie, los borrados. Para alguien existen pese a todo.

Ventimiglia es una localidad modesta, comparada con Niza o San Remo. Con 20 mil habitantes, es destino turístico de la clase media y poco más. A 40 kilómetros de la aristocrática Niza, en la ruta de la Costa Azul, la aristocrática Cannes y la excepción geopolítica de Mónaco, un principado catrín para catrines, en su orilla alberga elocuentes concentraciones de individuos de diverso origen: sudaneses, eritreos, senegaleses, sirios, nigerianos y otros, contenidos por una blindada policía francesa a la que cada tanto se enfrentan con gritos de desesperación. Italia, alzándose de hombros, los deja atravesar su territorio aunque no traigan salvoconducto para la Unión Europea. Pero la Republique sí activó el dique legal y represivo, temiendo quizás que una vez en Francia los migrantes se lancen al túnel de Calais, el siguiente tapón para el continuo flujo de los desposeídos, que apenas tienen nombre y ningún derecho, ni siquiera al asilo político o humanitario. ¿Para terminar en un campo de concentración inglés como en Los hijos del hombre, de Alfonso Cuarón?

Frazadas y colchones abandonados por lugareños tal vez compadecidos permiten que algunos migrantes descansen mejor sobre las rocas desnudas. Se turnan los colchones y se reparten los ratos de sueño. Si llueve, como en junio, se mojan. Circularon sus fotos bajo plásticos. Del sol a plomo, como ahora, se cubren con sábanas, toallas o kufiyyas: los náufragos de Darfur, los perseguidos por Boko Haram y el Estado Islámico, las víctimas de las mafias de Somalia y Libia, del traicionero juego doble de Turquía, del expansionismo israelí, de la sequía y las inundaciones. Mirado desde otro ángulo, son el producto final del floreciente mercado de armas fabricadas por Occidente para los ávidos mercados de la debacle post colonial tardía de África y Medio Oriente.

Los que carecen de permiso para transitar por la Unión Europea se lanzan a Ventimigia y a ver luego. Mientras, embarcaciones osadas y no pocas veces criminales siguen cruzando el mar, y sus tripulantes son pescados literalmente, y como sardinas empacados. Más de dos mil se han ahogado en 2015. Las costas de Liguria reciben el impacto migratorio de los verdaderos náufragos de Liguria (ecos de Emilio Salgari).

Estas costas que han transitado espectacularmente James Bond, Cary Grant (en To Catch a Thief, de Hitchcock), la Pantera Rosa, las chicas de Eric Roemer y tantos clásicos, hoy ofrecen el espejo invertido de Europa. Algunas autoridades de la Unión Europea proponen que los migrantes sean absorbidos por los países de manera proporcional. Pero ahí es donde la puerca tuerce el rabo. La Europa del norte no quiere absorber al sur oscuro, qué tal si éste absorbe a Occidente. La histeria y la tensión racista se calientan sin tregua.

Estamos en una hora de racismo ascendente. Sobre los peñascos de Ventimiglia se plantean las cifras humanas de una ecuación imposible, en un mundo donde se ponen de moda adefesios insolentes y políticamente incorrectos como Donald Trump. Donde los policías blancos cazan personas negras, los alemanes nazis suben a Google mapas y directorios de refugios para migrantes facilitando ataques xenófobos, la derecha inglesa pide a Francia echar el ejército contra el sobrevaluado campamento de Calais, la derecha francesa conduce al gobierno socialista a la intolerancia de los cascos, los gases y los garrotes, y para el público occidental y las redes sociales, en Zimbaue vale más la vida de un león que la de los millones de víctimas de Robert Mugabe, un genocida intocable.